ANECDOTAS DE FAMILIA

 

Editado por

IGNACIO GARCIA-ALONSO GARCIA

PURIFICACION MONTOYA MAESTRO

 

 

A nuestros hijos, y a todos aquellos a quienes el cariño y la amistad, o la simple curiosidad, les lleven a leer estas páginas.

 

 


INDICE

  

Libro I HISTORIA NARRADA POR RUTH

Libro II PAPÁ COMIENZA A EVOCAR SUS RECUERDOS

Libro III OSORNO, donde los recuerdos de Ruth se entremezclan con los de papá

Libro IV ALGUNOS SUCESOS MENOS ORDINARIOS

Libro V EMPIEZA EL DESFILE

LIBRO VII UNOS PADRES VIAJEROS

LIBRO VII LA CASA SIGUE TENIENDO MOVIMIENTO

LIBRO VIII FIESTAS DE FAMILIA

EPILOGO


 

 

Libro I
HISTORIA NARRADA POR RUTH

 

I

En un día propicio a la evocación, se me ha hecho necesario retomar unos apuntes que, hasta hoy, llevaban un año archivados en espera de poder continuar con la ayuda de mi padre y de aquellos miembros de la familia que quieran cooperar con sus recuerdos.

Al volver Nacho de Irlanda nos trajo, a Miryam y a mí, dos libretas, verde una y azul otra, una para cada una. En la tapa brillaban en dorado las letras de la palabra MEMORANDUM.

Quizá fuera ésta la primera palabra latina que aprendí a traducir. Significa, "lo que debe ser recordado".

Han pasado los años. Este verano ha vuelto Alejandro a Irlanda y, recordando los preparativos de su primer viaje, he pensado en todo lo que está ahí, en la memoria y que se podría escribir.

Tal vez esos recuerdos sólo interesen a quienes vivieron los hechos y a pocos más, a su familia. Pero hace ya unos años sirvieron para la elaboración de un interesante trabajo pedagógico, tomándolos como guía.

 

COSAS. En el recuerdo quedan cosas y casos. Empezaré por las primeras.

Las más antiguas de aquellas tal vez sean unos muñecos de goma, que tenían un agujero en la base y silbaban al apretarlos. Eran cuatro ángeles, dos con cara de niño, azules y dos con cara de niña, con melenita y de color de rosa. Quizás fuera a través de estas figuras como empezamos a entender quién es el ángel de la guarda y cómo podíamos dirigirnos a él.

Pero estos muñecos no eran "para jugar", sólo eran "para estar" por allí, como muchas otras cosas. Para jugar "estaban" los muñecos de verdad, que eran como los niños pequeños. De todos ellos dos lo eran más que todos los demás: Dulcito y Chispín. Ahora sé por qué eran los preferidos. (Entonces no lo sabía). Mi madre decía que Dulcito era igual que Pedro de pequeñito. Sus ojos eran dos rayitas, como las de un niño oriental. Chispín, decía ella, era igual que Andrés. Son los últimos que abandonaron la casa, donde vivieron más de veinticinco años, hasta que pasaron a otras niñas en herencia, las primas María y Angela ¡cuánto le costó a mamá dejarlos salir de casa!. Ocurría que, sin saberlo, al usarlos en nuestros juegos nos servían de vínculo de unión siendo "objeto de nuestros cuidados". Nunca habíamos dado el biberón a Pedro o a Andrés y sí, en cambio, a aquellos muñecos que se les parecían. Al único de los chicos que cuidé en una ocasión fue a Santi. No había cumplido yo los tres años, le cogí en brazos y me senté en la sillita roja baja, en la que Berta solía sentarse a coser mientras nos cuidaba en nuestros juegos, los días de lluvia. En un movimiento brusco, Santi aterrizó con la cabeza en el suelo haciéndose un gran chichón. Me llevé un gran disgusto. ¡Cuidar del niño era mi primer encargo de responsabilidad!

Alejandro, Nacho, Pedro, Ruth, Andrés, Santiago y Miryam, ya hemos salido los siete. "¡Menuda manada!". Esto le dijo un taxista a Purina, madre del "clan" un día en que, sólo con cinco, intentó subir a un taxi. Nos quedamos asustados, pero contentos, porque nuestro padre, Ignacio, tenía un coche en el que cabíamos, no sólo esos cinco, sino siete y a menudo, algún niño más. Esos "más" podían ser los Quintana, alguna Eguirón (por entonces eran todas chicas), los Sagardui, o alguna otra amiga de las chicas, más dadas a hacer invitaciones que los chicos.

Las diferencias entre éstos y aquellas son fáciles de ver si dirigimos la mirada hacia los gemelos. Miryam era muy generosa con su dinero, pero pronto descubrimos que también lo era con el de su gemelo. Desde muy pequeña mostró dotes de buena administradora. Santiago y ella tenían "hucha en común". Los demás la teníamos individual. Eran unas huchas plateadas, de plástico duro, que se abrían con un número clave de tres cifras. Cuando las tres ruedas alineaban en un punto fijo el número clave, la hucha se abría. Santiago "ingresaba". Miryam sacaba y al hacerlo aclaraba: "para los chinitos". Así era en realidad, porque en las Teresianas, donde estudiábamos las niñas, ése era un modo de fomentar la generosidad. No obstante nos hacía tanta gracia ver el empeño con el que Miryam lo asumía, que le tomábamos el pelo diciéndole que lo sacaba para comprarse chucherías. Ella aguantaba firme nuestras bromas.

Pero estas diferencias no obscurecen tantos aspectos comunes en los que crecíamos juntos.

 

El comienzo de un día cualquiera era siempre igual. Purina recorría las tres habitaciones, la de los tres mayores, la de los dos pequeños y la de las chicas, dando gracias por el nuevo día y haciendo el ofrecimiento de obras. Entraba invocando "Sagrado Corazón de Jesús…" y cada uno seguía, con más o menos fuerza, según los días "yo os ofrezco por el Corazón Inmaculado de María todas las oraciones, obras, alegrías y penas del presente día en reparación de las ofensas que se Os hacen". Andando el tiempo las alegrías son tantas que han superado a las penas con creces. Esta últimas, por otra parte, han sido vividas con una unión tan fuerte entre todos, que al final no cabe considerarlas con tal nombre.

Los años vividos por toda la familia en casa de nuestros padres podrían dividirse en dos grandes momentos. El cambio entre ambos podría considerarse desde el punto de vista espacial, debido al traslado a una nueva casa, o vital, causado por el nuevo "modus vivendi" ligado al cambio de los colegios en los que estudiábamos.

El primer momento abarca desde el nacimiento de la familia como tal, en la Capilla del Santo Cristo de la Catedral de Burgos, el 13 de diciembre de 1957, fiesta de Santa Lucía, patrona de las modistas, hasta el 15 de septiembre de 1977, inicio de la vida profesional como docente fuera de la "escuela familiar" para "la" cabeza de familia. En el curso 75-76, las chicas habíamos dejado nuestro colegio de Teresianas para comenzar en el colegio Ayalde, donde Purina comenzaría, dos años después su tarea docente. Ese 15 de septiembre de 1977 supone un hito en la vida familiar. Santi y Andrés dejan el colegio de Santiago Apóstol y pasan a estudiar a Munabe; Pedro pasa a Gaztelueta. Desde entonces todos nosotros dejamos de disfrutar de la tertulia del mediodía, con lo cual la cena se convertía en la reunión familiar por antonomasia.

El último período llega hasta hoy y puede calificarse, tal vez, como el "tiempo del reloj". La metáfora parece ajustada. Las manecillas del reloj serían los progenitores y los hijos repartidos por la esfera del mundo. (Aprópiese cada uno de un número, pues las horas de este reloj pueden seguir girando, no terminar nunca, gracias a su Relojero).

 

II

13-XII-1957: Burgos. Nevaba fuertemente, la ciudad amaneció blanca, preciosa, vestida de novia. El tío Teodoro (casado con la tía Adela, hermana de la bisabuela María Ubierna) engalana la catedral gótica, que él se encarga de cuidar a diario. Las modistas de la ciudad que acaban de celebrar su Patrona se llenan de intriga y curiosidad al ver desplegar la alfombra roja a lo largo de la nave central. ¡Boda de alguien importante! ¿Quién será?. Esperando a ver el traje, no se van.

Luciendo abrigo de invierno, muy bonito, pero abrigo, no vestido (recordamos que nevaba con fuerza en la ciudad) va del brazo del padrino, Alejandro, una joven licenciada en Historia por la Universidad de Valladolid.

Su consorte y la madrina, Pilar, les siguen en el cortejo. El es Doctor en Medicina. Ha nacido y estudiado en Valladolid, completando su carrera en Londres. Si bien ambos terminaron la carrera el mismo año, ella supo esperar el tiempo que requiere en Medicina hacer la especialidad.

Alegre avanza el cortejo al son de las campanadas y del abrir y cerrar la boca del conocido "papamoscas", el reloj de la catedral. La cara de admiración que presenta este muñeco hubiera sido aún mayor si, en vez de medir el tiempo, hubiera podido ver en un momento, la historia maravillosa de la familia que en breves instantes iba a nacer.

 

Para seguir el relato hemos de trasladarnos a Bilbao, ciudad industrial del norte de España. Vertebrada en torno a la ría del Nervión, su calle central, la Gran Vía de Don Diego López de Haro, discurre paralela a aquella, y tres calles más arriba va a vivir nuestra familia. Alameda de Urquijo 69 1º izquierda, es la vivienda del Doctor y la consulta a la que asisten los pacientes que requieren cuidados de medicina interna. Hígado y vías biliares es su especialidad.

Con el joven matrimonio llegará pronto a vivir el hermano menor de Purina, Josemari, dispuesto a estudiar Económicas en Sarrico. Desde entonces ocupa el lugar de hermano mayor de la familia.

Llega la primera gran alegría. ¡Va a aumentar la familia!. Sólo habrá que esperar a septiembre para saber si es niño o niña. Durante esos meses infringirán una ley de tráfico, sin que se note: viajarán tres en una moto. Habrá que ir pensando en el seiscientos, coche asequible y capaz, como más adelante comprobarán.

El ocho de septiembre, en la clínica del Dr. Guimón, nace un niño que se llamará como su abuelo materno: Alejandro. Estrenan el padre y la madre las tareas que corresponden para ayudar a crecer a los hijos, y después de algunos años relatarán a estos mismos las anécdotas caseras que acompañaron a esos tiempos.

No tendrán que esperar mucho para tener más sorpresas, pues hacia mayo sabrán que hay otro hijo en camino. Alejandro es ahora el tercer nieto García-Alonso, después de José-Andrés y Margarita, hijos de Luisa María y Andrés, hermano mayor de Ignacio y el segundo nieto Montoya, después de Fernando, hijo de Sarita y Fernando, que también esperan su segunda criatura. Esta nacerá en septiembre y se llamará Marta. Es la primera nieta Montoya.

El 13 de diciembre de 1959 celebran Ignacio y Purina su segundo aniversario de bodas. El regalo de esta fecha llegará al día siguiente, de madrugada. Es otro varón al que esta vez le corresponde asumir el nombre del abuelo paterno. Se llamará, por lo tanto, Ignacio, si bien, como le ocurrió a su padre de pequeño, todos le llamarán Nacho. Este nombre encierra en sí el carácter de su portador. En el caso del padre basta saber que, siendo sólo él con este nombre en su pandilla de Osorno, la llamaban la "pandilla de los Nachos". En el caso del hijo veremos esto reflejado en su carácter emprendedor y en su modo de afrontar los más variados asuntos.

Con este dúo estupendo fue ya necesario el seiscientos, coche de capacidad ampliable de manera sorprendente. A la par del crecimiento de esta familia iban aumentando también las de los amigos cercanos, y en este coche, con pericia, entraban todos los niños.

Según el decir castellano "no hay dos sin tres". El siete de marzo del 61, entonces día de Santo Tomás de Aquino, se hará realidad en la familia este dicho. En esta ocasión el nombre se remontará a tres generaciones. El niño tomará el nombre del bisabuelo Pedro. Purina sintió grandes dudas por no tener en cuenta al Patrón de la Universidad, más si sabemos que ese día los chicos del Colegio Mayor Abando lo celebraban y la tuna hizo su ronda bajo la ventana de su habitación en la clínica.

1962 traerá una nueva alegría: la noticia de la llegada de la que será la primera niña. Hasta ahora todas las chaquetitas y demás ropitas de color de rosa habían ido quedando guardadas, en espera de uso. El día uno de octubre, cumpleaños del entonces Jefe del Estado Español, nace la primera niña. Al día siguiente, día de los Angeles Custodios, como han hecho con todos sus hijos, será el bautizo en la Parroquia de la Inmaculada; su nombre Ruth.

La alegría del 63 llegará en verano al saber que esperan el quinto hijo. Parece ser que nacerá también en marzo, como Pedro. ¡Qué gracia si naciera el mismo día!. Pero no fue así.

El día diez de marzo nació el cuarto de los varones, quinto hijo, que se llamó Andrés, como el tío, que sería su padrino. Este niño iba a "echar" de casa al tío Josemari, y a la consulta del Doctor García-Alonso a un piso de la calle Rodríguez Arias.

 

Poco tiempo después del nacimiento de Andrés, comenzará la espera del sexto. Esta vez todo irá de un modo nuevo. El día 25 de abril nacen un niño y una niña: Santiago y Miryam. Todas son emociones en la familia. El Doctor Luis Burzaco le preguntó a Pedro ¿cómo se van a llamar tus hermanitos? Y éste muy emocionado contestó: la niña Miryam de nombre y Enhebreo de apellido, el niño Santiago, el apellido no lo sé. Y es que había oído comentar que el nombre de la niña, elegido por Nenuca su madrina, era María en hebreo. Años más tarde, la abuela Pilar, escribirá en una postal de felicitación

Dos nietos gemelos,

preciosos y buenos,

que son el encanto

de estos dos abuelos,

una niña rubia

que parece un ángel

y un niño moreno

que encanta mirarle.

Todo empezaba a ser doble, doble número de chupetes, ropitas…y la silla de paseo también era doble, de manera que los niños avanzaban por la calle sentados el uno frente al otro. Ahora comenzaban, como a veces en el fútbol, las jugadas simultáneas.

Para atender a tanto niño hizo falta ayuda. Por las noches venía a casa una monjita; era muy cariñosa, muy guapa y cantaba muy bien. Le llamábamos Mary Poppins y esperábamos su llegada con gran alborozo. Téngase en cuenta que Alejandro, el mayor, tenía sólo 6 añitos.

Siempre serán recordadas Berta, Julita y Geni. Más tarde Tita y Tere. Todas, pero especialmente Tere y Mari-Cruz. Esta aún hoy sigue trabajando en casa después de casarse con Iñaki y siendo madre de un precioso niño, Daniel. Es como una hermana más, y gracias a ella los otros siete estamos tranquilos sabiendo a nuestros padres tan bien atendidos.

III

Como muchas veces ha dicho Purina, el lugar donde ella se "promocionó" como mujer, como ahora se dice, fue en su casa, donde, como licenciada que era alentaba una verdadera escuela-hogar. Los chicos fueron a estudiar a Santiago Apóstol, un colegio dirigido por los frailes de La Salle. (Ignacio había estudiado en La Salle de Valladolid); las chicas a las Teresianas del Padre Poveda (Purina había vivido en un Colegio Mayor de Teresianas "Mª Molina", cuando estudiaba en la Universidad de Valladolid).

Siempre iba Purina a llevar y recoger a los niños al colegio. El tiempo intermedio lo dedicaba a atender las tareas de la casa, y organizaba todo de forma que entre la comida y la entrada en el colegio, por la tarde, quedara un amplio margen de tiempo para leer y comentar libros leídos, una especie de libro-forum, interviniendo unos y otros con espontaneidad. Esta "participación cultural" tenía lugar también al ir en coche, donde, entre canción y canción, Pedro solía contar relatos de la historia que iba leyendo en los libros. La historia de Viriato, las ruinas de Numancia, la historia de la Antigua Grecia narrada en la Iliada y en la Odisea, eran conocidos por todos a través de los vivaces relatos de Pedro.

A las cinco y media y a las seis los chicos terminaban las clases. Las chicas nunca tenían tarea porque el moderno sistema de fichas empleado en las Teresianas les permitía llegar a casa con todo terminado. Los chicos, en cambio, tenían largas y anchas sumas, restas, multiplicaciones y divisiones que ocupaban parte de la tarde tanto a los niños como a la madre, que revisaba todas.

Una tarde, Pedro estaba haciendo un trabajo de Religión; tenía entonces 10 años. Mamá le oyó decir "se van a enterar, de una vez se van a enterar", y le preguntó de qué se trataba. Le hacían una pregunta ¿conoces algunas personas que se tomen en serio lo de amar a Dios? Y él contestaba

Sí, los del Opus Dei.

Pero, ¿tú qué sabes del Opus Dei? le dijo mamá.

Yo soy del Opus Dei

Mamá trató de explicarle que él era socio de un club del Opus Dei, pero que él no era del Opus Dei.

Yo soy…mamá... pues yo soy recluta del Opus Dei.

 

Al terminar la tarea se llenaba la tarde de juegos que alternaban con programas televisibos propios de la edad. El primer programa que recordamos era el titulado La casa del reloj. La presentadora miraba a través de un espejo y decía:

— Te veo a ti Pepito; te veo a ti Juanita.

Los chicos, con frecuencia, y ejercitando ya su pequeño sentido crítico, se ponían algún objeto plano redondo delante de la cara a modo de espejo y le imitaban muertos de risa. A las ocho salía un título en la pantalla anunciando el espacio Novela, y se apagaba el aparato. Interpretábamos esas letras en otro sentido "no verla".

A esa hora comenzaban los baños y las cenas. El menú, invariable, eran huevos a la orden, es decir, a gusto del consumidor: frito, cocido, en tortilla, pasado por agua, al plato. El postre solía ser queso y fruta.

Después de cenar y despedirnos, cada uno se iba a su cama, que por cierto, eran todas abatibles (y la mayoría, diseño personal de papá, pues entonces sólo se fabricaban plegables). A medida que íbamos "creciendo" ya podíamos bajar nuestra cama. Era un logro que nos llenaba de ilusión. Leíamos un rato y venían papá y mamá a charlar un poquito y a ayudarnos a rezar.

El recuerdo me lleva a un festival de Eurovisión que vimos después de cenar, fue un "extra". España iba representada por Salomé con una canción cuya letra empezaba:

Cuantas noches vagando,

por mil caminos sin fin.

Cuantas noches llorando,

cuanto te quise decir:

una lejana esperanza

y un eco lejano

me hablaban de ti

Bailaba ligeramente al compás -más bien, se balanceaba levemente, como movida por el viento-, y así no se veía forma de ganar. En un momento de euforia, alguno de nosotros gritó:

¡Muévete! y en ese instante empezó a acelerar la cadencia de la música y a bailar con más garbo.

Desde que llegaste

ya no vivo soñando,

¡ay!

vivo cantando,

¡ay!

Vivo bailando,

¡ay!

Sólo quiero que me digas

de tu amor hasta cuando

podré guardarlo

muy dentro de mí.

¡Qué pequeños debíamos ser que nos quedamos con la duda de si nos habría oído!

 

Antes he hablado sobre el libro-forum. El origen está en el interés que papá y mamá tenían por enseñarnos a leer bien. Las Teresianas, concretamente Dolores del Manzano, le animaron a mamá a hacer un cursillo sobre lecturas infantiles y juveniles. Cuando la dieron el título de Diplomada comenzó a ejercer con sus hijos. Era muy divertido. Cada uno sacaba sus consecuencias. Aprendimos a presentar el libro, a resumir el relato, a describir los personajes, a hacer fichas.

Cuando Alejandro comenzó primero de bachiller (entonces tenía diez años) hubo un cambio en el método de enseñanza de las Matemáticas (la matemática moderna), y empezaron con los conjuntos. Después de hablar mamá con el profesor y sacar la conclusión de que estaba muy poco ilusionado con el nuevo sistema, decidió "aprender" ella la nueva matemática. Se matriculó en Madrid en un curso intensivo, quince días, y se marchó a estudiar. Aquí se quedó papá con su trabajo y sus niños. Mamá animó a la tía Sarita y juntas hicieron el curso. El último día el Director del curso preguntó a los estudiantes a qué se dedicaba cada uno y cuál era su titulación. Todos eran licenciados en Exactas, Químicas o Físicas. Faltaban las dos hermanas. Primero habló Sarita, manifestando que era licenciada en Filosofía y Letras, pero que se dedicaba a preparar por libre a los niños del pueblo que querían estudiar bachiller, y les preparaba también en matemáticas; por eso quería estar al día. Fue una ovación. Le tocó el turno a mamá, otra licenciada en Filosofía y Letras, y explicó que estaba allí porque tenía siete hijos y el mayor empezaba ese año su estudio de primero de bachiller. El aplauso fue increíble.

Cuando terminó el curso, Alejandro vino muy contento con su nota de Matemáticas, diciendo:

¡Mamá! Hemos sacado matrícula de honor.

Mamá le pasó el testigo y le nombró profesor de sus hermanos. Ahí empezó su carrera docente en el mundo de la matemática. Me pregunto ¿lo habrá puesto en su curriculum?

 

Por entonces Miryam hacía sus primeros estudios en las Teresianas. Cierto día vino muy enfada y nerviosilla diciendo que las de su clase habían decidido que al día siguiente empezaban la juerga porque no estaban de acuerdo con lo que había mandado hacer la profesora. No entendíamos en qué consistía lo de la juerga y con sus explicaciones llegamos a la conclusión que se trataba de una huelga.

Nacho ya comenzaba a dar muestras de sus habilidades manuales y construyó el portal de Belén que aún conservamos y ponemos todas las Navidades. Con trabajo de marquetería hizo los personajes de Walt Disney, para decorar el cuarto rojo de la casa de los abuelos de Osorno. Más tarde comenzó a manejar el bisturí en la clase de Ciencias, y ante la admiración de sus compañeros practicó su primera intervención en una rata. Quién le iba a decir que iban a pasar después tantas ratas por sus manos en el laboratorio.

Andrés pensaba y pensaba. A veces creíamos que no estaba en la conversación, pero tenía una capacidad de bajar a la realidad que nos impresionaba. Un día, estábamos comiendo y uno de sus hermanos dijo que los Eguirón nos iban a ganar en número de familia. Mamá dijo que eso habría que verlo, que mientras el ginecólogo no dijera que ya no podrían llegar más hermanos el asunto no estaba tan claro. Andrés, que parecía ajeno a la conversación, se acercó a papá y dándole una palmadita en la espalda dijo:

Hola, Abraham.

¡Qué forma tan delicada de llamar vieja a mamá!

La verdad, es que pasaba el tiempo, y ningún embarazo prosperaba. Mamá llegó a decir que no llegaban más porque no estaban de acuerdo con el nombre que papá quería dar al siguiente.

— Será Macario decía papáen recuerdo del hermano de mi abuelo Pedro.

Por su parte, mamá, sin perder la esperanza de tener más hijos, decía:

— Tenemos morenos y rubios; nos falta un pelirrojo.

Quizás por estos comentarios, Andrés llegó a la conclusión de que los abortos que había tenido su madre nos esperan en el cielo, se llaman Macario y son todos pelirrojos.

Pero el bueno de Andrés no era tan despistado como creíamos. Lo que voy a narrar lo hemos sabido cuando él ya estaba cumpliendo el servicio militar en Madrid. Fue a comer a casa de los tíos Josemas y le ofrecieron una copita. El pidió Cointreau, y la tía Mª José recordó que en nuestra casa una temporada la botella de Cointreau bajaba de nivel sin que supiéramos quién lo tomaba, y lo comentó. Entonces, Andrés, muerto de risa confesó que era él, y que ninguno de sus hermanos lo sabía.

Y es que estos chicos son de buen paladar. Así, el primer año de vida de Pedro, cuando comenzó con papillas no quería comer, cerraba la boca y sólo la abría para decir:

Amón era lo único que le gustaba. Sabía elegir.

IV

En esta primera etapa de la vida familiar habría que recordar el acontecimiento improtantísimo que se celebró repetidamente durante seis años seguidos: la Primera Comunión.

Los tres mayores la recibieron en tres veranos seguidos en Osorno, en el colegio de las monjas. Ruth en primavera, con las niñas de su clase en la parroquia de Ntra. Sra. del Carmen de Bilbao.

La Primera Comunión de Andrés fue una fiesta con sabor agridulce por estar papá enfermo hacía varios meses, sin conocer el carácter ni la gravedad de la enfermedad. Mamá habló con Andrés y le propuso retrasar su Primera Comunión para el verano que se habría curado papá.

—Bien, mamá contestó— Y yo que quiero comulgar para pedirle a Jesús que se cure.

La recibió en el colegio de Santiago Apóstol, con los de su clase. Era costumbre entrar en la Iglesia en procesión, cada niño acompañado de sus padres. Andrés fue acompañado por mamá y Alejandro, su hermano mayor. A papá le llevaron la Comunión a la cama, y las tías Miren y Angelines cantaron en ese momento emocionando a todos.

Santi y Miryam recibieron su Primera Comunión en la capilla de La Cruz Roja y se celebró con toda solemnidad y una gran alegría de acción de gracias; papá estaba completamente curado. Todas estas fiestas quedaron grabadas para la posteridad en fotos, que conservamos, como es usual.

 

Libro II
PAPÁ COMIENZA A EVOCAR SUS RECUERDOS

 

I

Vamos a iniciar este relato de anécdotas de familia con la intención premeditada de no seguir un orden cronológico y de saltar de uno a otro hijo en una forma perfectamente desorganizada.

La llegada de un nuevo hermano suponía siempre la pérdida de un derecho para el anterior hermano. Suponía la pérdida del derecho a disfrutar del chupete. A pesar de ser médico, el padre de familia era ferviente defensor del chupete, y del derecho del niño a disponer de varios chupetes.

El recién llegado a casa pasaba ser propietario, después de haber sido hervidos, de los chupetes existentes.

El recién llegado dormía en la cuna colocada al lado de la cama, cerquita de su madre. Teníamos perfectamente definidos los trabajos nocturnos. El padre atendía las urgencias de los cuartos distantes y la madre la del más cercano. Como lo habitual era que el de la cuna se despertase varias veces en la noche y casi siempre cuando se le caía el chupete, para facilitar el rápido cese del llanto del infante, la precavida madre colocaba media docena de chupetes encima de la mesilla e iba colocándoselos casi sin llegar a despertarse, de forma que a la mañana siguiente sólo era preciso recoger el arsenal y guardarlo para la noche siguiente.

Teníamos buen cuidado de que la provisión de chupetes no bajase de cuatro. Pero una noche sucedió lo que es previsible que alguna vez ocurra. Ya la madre acostada y el padre en pijama, al hacer la última revisión, observé con gran inquietud, que no había repuesto de chupetes. Conocedor del tema, antes de afrontar una noche de sobresaltos, sin pensarlo dos veces, me puse encima del pijama los pantalones y la chaqueta, y cogiendo las llaves del coche me lancé a la aventura.

A pocos metros de casa había una farmacia, lo que hizo fácil saber la farmacia de guardia más cercana. La operación resultaba más fácil, pues el seiscientos estaba aparcado a la puerta de casa. ¡Felices tiempos aquellos, que no volverán, en los que siempre tenías asegurado el aparcamiento delante de la puerta de tu casa!. En tres minutos estaba en la farmacia y como eran las once, aún no había clientela. Pedí doce chupetes, todos de la misma marca y forma, que ahí reside el secreto, y aún recuero la cara del farmacéutico. Sólo se me ocurrió añadirle:

— Soy médico, y sé lo que en mi casa se cuece.

Ya hemos comentado que en la atención nocturna a los hijos, la madre se ocupaba del último en llegar a la familia y yo me ocupaba del resto. Esto fue así hasta la llegada de los gemelos. La mamá tenía a su cargo a Santi y a Miryam, y el padre se trasladó a otro dormitorio de tres camas con Andrés de trece meses y Ruth de poco más de dos años y medio. Los tres mayores dormían en otra habitación y ya era rara la noche que era precisa la presencia paterna. Claro que todo tiene su excepción, como fue la llegada de la varicela a la familia.

 

Los tres mayores pasaron de la cuna al parque (especie de corralito donde se dejaba encerrado al pequeño cuando ya gateaba, y que permitía no tener que retirar ceniceros y demás objetos del alcance del infante) que cayó en desuso porque los mayores quitaban los cerrojos para liberar a su hermano más pequeño y ya le teníamos corriendo por el pasillo.

El caso fue que Nacho nació con poca diferencia de su prima Marta y cuando fuimos a Osorno en el verano, compartía parque con la niña cuando estábamos en la huerta. Hasta que cierto día se les encontró Purina riñendo, y el motivo de la riña era que disputaban la posesión de una lombriz de tierra muerta.

El pequeño Pedro va a resultar un alegre y sorpresivo andariego. A una hora temprana en la que Ignacio había tenido que irse. Purina empezó a oír unos pasos lentos, seguros, a los pies de la cama. Sorprendida y un tanto asustada, encendió la luz y encontró a Pedro sonriente que, agarrado a la piecera de la cama empezaba, con aplomo, a andar por el mundo.

 

Aquella mañana comenzaron a la vez con varicela los cinco mayores. La casa parecía un hospital. Se pasó su madre el día espolvoreándoles polvos de talco, que les aliviaba los picores. Pero llegó la noche. Al que yo mas temía era al pobre Pedro, como diría su madre, pues como dicen los hijos: !que generosa fue mamá en la pila del bautismo, que a todos les ponía dos nombres: el pobre Alex , el pobre Santi ...

Y llegó la noche. El pobre Pedro pasó una noche toledana, y su padre se la pasó de su cama a la cabecera de Pedro, hasta que ya de madrugada decidió meterse en la cama con el niño, quien premió la invasión de su cama con abundante riego que le dejó caladito hasta los huesos … Y como el aguantar caladito era lo menos malo, pues así aguantó hasta la hora de ir al trabajo. Han pasado muchos años pero sigo recordando aquella noche, que pasé despierto en la cama de un hijo.

Cuando Pedro tenía ocho meses tuve que irme mes y medio a Madrid para hacer un curso de medicina. El día que volví, entre las noticias que sobre la familia me dio Purina, había una curiosa. El niño se le pasaba a la cama en cuanto se daba cuenta que ya se había acostado, y dormía con su mamá felizmente. Yo la reñí por mal educar al niño, y le aseguré que mientras estuviese yo, no sucedería. No hicimos más que acostarnos, cuando me avisó Purina: ya se está pasando. Dirigí hacia la cuna el foco de la linterna a la vez que con voz enérgica le decía: el niño duerme en su cuna. Y el niño que tenía buen oído no volvió a pasar a la cama de los padres, hasta que su padre, después de Reyes tuvo que volver a Madrid y disfrutó de cama materna hasta que su padre terminó definitivamente el curso.

II

El domingo por la mañana era un día especial. Era frecuente que una vez acostados los niños, cada uno en su cama, podía dormirse o quedarse leyendo. Los sábados los padres salían a cenar con otros grupos de amigos. No solíamos retrasarnos demasiado en volver a casa. Las dos de la mañana solía ser la hora de estar en casa. Pero a las ocho de la mañana aparecía el primer visitante que elegía sitio al lado de sus padres. En seguida llegaba el segundo y rápidamente iban llegando todos, hasta que no había sitio para un alfiler. Los primeros momentos te dejaban seguir descansando, pero en seguida surgían las discusiones sobre el espacio a seguir ocupando cada uno. Total que el sueño te desaparecía y tras un rato de tertulia y de discusión de lo que haríamos esa mañana, nos levantábamos todos, yo siempre pensando en que me resarciría a la hora de la siesta, cosa que como se verá mas adelante no solía suceder.

III

La familia comienza a subir al monte.

Alejandro iba a cumplir los siete años y pensamos que ya había llegado a una edad en la que podría gustarle subir al monte. Hablamos del tema con los Pascual y los Aizpiri, y decidimos que el domingo después de Misa era el momento adecuado para hacer la experiencia. Como para que hubiese éxito considerábamos que fray ejemplo era lo mejor, Purina y yo fuimos con ellos. Creo que es preciso valorar el mérito de los padres, pues por ser de tierra llana, sólo habíamos subido cuestas en bicicleta.

Resultó bien el intento y desde entonces todos los domingos que el tiempo lo permitía subíamos al Arnotegui o al Pagasarri. En seguida descubrimos que el apetito crecía en relación geométrica con la altura, y un aperitivo al llegar arriba era lo más gratificante.

Pronto se fueron añadiendo al grupo más hijos. Con dos añitos Ruth ya subió al Arnotegui, que tenía un ancho camino para subir. Nada más llegar arriba y mirar hacia abajo la dio por coger veloz carrera camino abajo y como esto sucedió estando yo sin mirarla cuando me di cuenta ya se había alejado un buen trecho. Salí tras ella, diciéndola que se parase, pero el placer del descenso la podía. Corrí todo lo que pude mientras encomendaba sus dientes y su nariz al Angel Custodio, que me hizo caso y logré alcanzarla sin averías.

Andrés era muy pequeño cuando se unió al grupo. El día que subíamos al Pagasarri, casi siempre en el mismo sitio, la casita forestal que hay en el camino, al pobre Andrés se le apagaban las fuerzas y como era una zona donde siempre había viento, su madre que era la que le recogía le decía:

— Escucha el eco. ¿No oyes decir "Andrés, valiente, sube a la cumbre"? Esto le animaba, y ya no volvía a tener problemas.

Aquel día había caído un buena nevada, pero como siempre pudimos subir en el coche hasta la ermita de San Roque. El espectáculo era grandioso. En una ladera se deslizaban en una caja de pescado, dos niños que iban con abrigo y capucha blancos. Nada mas contemplarlos me dice Ruth:

— Papá, mira: dos esquimales ¿me has traído al polo?.

Creo que fue el año siguiente cuando tuve que subir al Pagasarri con una nevada de medio metro de altura de nieve. Amaneció el domingo con los montes nevados y se presentaron en la habitación Nacho y Pedro para decirme que había nevado y que cumpliese la promesa. No creí que hubiese tanta nieve hasta que llegamos a las faldas del monte. Pretendí hacerles desistir, pero aquella era su gran ilusión y según ellos mi promesa. Comenzamos a subir por el camino más fácil, hasta que llegamos a una zona en que había algo más de nieve. A Pedro le llegaba la nieve a la cintura. Yo tenía asidos a cada uno por una mano y tenía que izarles para que luego ellos pudiesen avanzar un corto trecho. No recuerdo haber sudado más en mi vida. Disminuyó algo la altura de la nieve y por fin pudimos llegar a lo alto del monte.

En cuanto crecieron un poco mas, empezaron a ir por un club, con lo que su madre y yo nos jubilamos del montañismo. Pero la afición ya la habían adquirido y casi todos ellos la conservan. Miryam en Guatemala oye con frecuencia este comentario cuando están subiendo a un volcán, de los apagados:

— ¡Mírala! Tan fina ella, y sube como un patojo (muchacho).

 

IV

La siesta yo la definiría como un "vicio" hispánico, que yo practicaba. Me reafirmé en que debía ser algo bueno, cuando pude comprobar que prácticamente todos los ingleses con los que hablé, conocían tres palabras españolas: sardinas, olé y siesta. Hace unos veinte años que logré liberarme de su servidumbre, pero hasta entonces, día que podía día que lo intentaba. Y eso era lo que yo intentaba los domingos de invierno en la sala de estar, rodeado de los siete hijos, con la tele puesta para que viesen La casa de la pradera.

Nada más tomar posición en la butaca empezaban a elegir sitio para colocarse pegados a mi persona. Como es obvio, resulta difícil colocarse siete encima de uno y que además estén quietos y no termine en una guerrilla campal, que era como solía terminar. Cerraba los ojos e intentaba dormir; y a veces lo conseguía, no más de medio minuto, pero comprendiendo que se había acabado el rato de relajamiento, daba por finalizada la siesta y procuraba convencerme de que era suficiente descanso.

Estábamos de acuerdo en que la tele se veía seleccionando los programas y que había que jugar a otras cosas. La llegada precoz de un paje de los Reyes Magos nos permitió empezar a jugar a temprana edad con trenes. Sobre un tablero de casi dos metros por uno y medio se pusieron las vías, las estaciones de viajeros, de mercancías, los pueblos. Los cuatro mayores se colocaban en las cuatro esquinas del tablero, cada uno con una unidad de mando, sobre la que ejercía dominio absoluto y el padre era el que dirigía los movimientos de los dos trenes que podían circular a la vez. Esta estratégica organización hacía que fuese fácil la conservación de la paz entre pueblos vecinos y permitía la estancia de largas horas del padre de familia al lado de sus hijos. Y realmente se pasaban las horas entretenidos, mandándose mercancías los unos a los otros, sustituyendo al padre en el gobierno de la pequeña Renfe, bajo la mirada atenta del padre, para evitar los choques u otras averías.

Antes de disponer del tren, con lo que más se entretenían eran con los juegos de castillos y los fuertes con sus legiones de vaqueros y de indios. Cada uno tenía su fuerte con sus soldados, carretas de vaqueros y poblados de indios. Había unas reglas de juego muy simples: cada uno se colocaba en un ángulo de la habitación y no podía invadir el terreno vecino y otra final, que consistía en que al terminar de jugar cada fuerte recibía en su interior no solo a los soldados sino también a los enemigos indios, que fumarían la pipa de la paz y descansarían de las luchas hasta la próxima confrontación. Para el que no conociese las habitaciones de los chicos le puede parecer poco real lo de los espacios de cada uno para jugar. El secreto estaba en que había una habitación para los tres mayores, otra para los dos más pequeños y otra para las niñas. Las tres estaban diseñadas por los padres con vista a disponer del mayor espacio libre, de tal forma que las camas eran abatibles y a la vez cada uno tenía su mesita de trabajo y un buen trozo de suelo libre, para poder esparcir los juguetes.

Cuando la madre daba la voz de alerta: el primero al baño, significaba que rápidamente cada uno había de recoger sus juguetes y guardarlos en el sitio adecuado. No significa esto que describo, que teníamos hijos que nacieron ordenados, pero sí que con la supervisión materna y su ayuda fueron adquiriendo hábitos de orden.

Otro juego de las tardes era la canasta. Muy pronto aprendieron los mayores, y con el tiempo se fueron incorporando los más pequeños. Fue el único juego de cartas al que se jugaba en casa. Casi siempre jugaban con el padre, que procuraba no dejarse ganar, para enseñarles a perder con deportividad y a que no hiciesen trampas. Estoy convencido que era muy formativo.

V

Los domingos de primavera cambiábamos el monte por la playa. Como madrugábamos, a las once ya estábamos en Ereaga. Para más fácil identificación el traje de baño era rojo y todos lo llevaban igual. Pero había que contar con la superactividad de Pedro, por lo que y a pesar de ser un padre consciente de como eran sus hijos y totalmente responsable y entregado al cuidado de la prole, Pedro desaparecía en un instante. Ya estábamos tan acostumbrados a su desaparición, que a la voz de desapareció Pedro, su madre y alguno de los amigos con los que estábamos, salía hacia el lado derecho de la playa y yo hacia el contrario, hasta que al fin aparecía el angelito. Esto empezó a suceder sin tener dos años, y la verdad es que no recuerdo cuando terminó el asunto. Esto también sucedía en el Parque.

Cierto día la pobre Berta, la señora que atendía a los niños, volvía desolada a casa a avisar a la señora de la desaparición del niño cuando le vio venir a lo lejos de la mano de un guardia que le traía desde la Avenida de José Antonio. Se había salido del parque y le recogió el guardia en la Gran Vía. Le preguntó donde vivía, a lo que el niño contestó que en la avenida de José Antonio y para allí se lo llevó. El Espíritu Santo la iluminó a Berta que vino hacia casa por esa calle. Cuando, ya tranquilos todos, su madre le preguntó:

— Pero Pedro, ¿es que no sabes que vives en la Alameda de Urquijo?

Sí, mamá.

Entonces, ¿cómo le dijiste al guardia otra calle?

Es que a mí me gusta mucho esa calle, y quería ir a verla.

Pero es que el bueno de Pedro, con un añito, ya tenía tal afición a las olas, que había que estar pegado a él como las gafas a la nariz. Cuanto más le tiraban las olas (salía de entre ellas dando vueltas), más pronto volvía a meterse a recibir un nuevo revolcón.

Teniendo Pedro poco más de un año, vinieron en agosto mis hermanos a pasar unos días con nosotros. Sus dos hermanos mayores estaban en Osorno con los abuelos. Purina tenía que preparar las comidas y hacer la casa, por lo que no podía ir con ellos a la playa. Como el niño era tan poco recomendable en traje de baño, Purina no se le dejó llevar. Al día siguiente se pusieron tan pesados, que al fin su madre condescendió. Cuando volvieron a comer, su tío Andrés venía cojeando. Se había dedicado a jugar con el niño y no se le ocurrió otra cosa que esconder el pie en la arena y sacar el dedo gordo para asustar al niño. Sólo le dio tiempo a sacar el dedo dos veces, pues a la segunda, el niño, que tenía una pala de plástico en la mano, le dio tal golpe en el dedo que le hizo ver las estrellas. Ni que decir tiene que el niño se quedó con su mamá en los días sucesivos.

Con el correr de los años, sucedió que la playa de Ereaga se llenaba de tal forma que fue preciso llegarnos hasta la playa de Plencia. Eramos tan madrugadores y asiduos que había conocidos que creían que teníamos casa en Gorliz. Pero era que para evitar los atascos, estábamos en la playa a las once de la mañana. A la una y cuarto volvíamos para comer en casa.

Para retardar el comienzo del baño tenía montada la técnica de los entretenimientos escalonados, que paso a detallar. La primera etapa era la de los castillos. Cada uno se construía el suyo y yo les daba ideas o le hacía con los más pequeños. Siempre había uno que disfrutaba en el momento de destruir los castillos. Todos juntos pasábamos al segundo juego. Nos poníamos cerca de la orilla y hacíamos entre todos una gran fosa que se iba llenando de agua, hasta el punto que cuando estaba terminada los mas pequeños se bañaban en ella. La técnica de la construcción variaba según que estuviese subiendo o bajando la marea. Aveces, dependiendo de la cantidad de gente y del estado de la arena, jugábamos a pala. Lo malo era que no querían jugar entre ellos, tenía que ser siempre contra mí. Y la causa era que yo procuraba devolverles lo mejor posible la pelota y ellos jugaban mejor. Pero lo peor del caso era que ellos podían cansarse y rápidamente ocupar su sitio otro, pero su padre no. El paso siguiente era ir a jugar a las olas. Tenía entonces que aparecer la madre, que vigilante desde la misma orilla, no paraba de contar del uno al siete, hasta que alguno quería salir a secarse, aunque siempre con la secreta intención de volverse a meter rápidamente.

Tengo un recuerdo grabado de la playa de Gorliz y es el del sitio en el que por primera vez, pude tumbarme a tomar el sol, después de catorce años de ir a la playa con los hijos.

1

La afluencia de gente a la playa iba en aumento y ya los domingos decidimos ir a la playa de Laga. Habían venido a vivir a Durango Elisa y Julián y a ellos les gustaba también más esa playa. El ir a Laga suponía ir a comer y eso nos hacía ilusión a todos. Poníamos dos sombrillas juntas y debajo dos mesas, las sillas de playa y un sillete para cada niño y allí dábamos cuenta del menú, que solía ser: aperitivo con refrescos y todo, tortilla de patata y pollo frío y de postre helado. Sin olvidar el café y a veces hasta una copita, que llevaba Julián en una botellita de petaca. Recuerdo una mañana en la playa de Lequeitio, había venido Nenuca a pasar unos días. Comenzamos a comer en la playa y teníamos ensaladilla, Ruth puso mala cara y mamá le dijo

— No te preocupes, tú pasas.

Seguimos comiendo y cuando dimos por terminada la comida, Ruth medio llorando pedía sus pasas. Jugadas del lenguaje castellano.

Lo pasábamos tan bien como en Gorliz pero a mi me gustaba más porque al ser playa más abierta había olas mas altas y me chiflaba jugar a saltarlas o a pasarlas por debajo. En este juego la que no dejaba de estar a mi lado era Miryam, que disfrutaba más que yo. Lo reviví años mas tarde en una playa del Pacífico con ella al lado. Yo resistí tres olas y antes de que llegase la cuarta ya estaba en la arena lejos de las iras del mal llamado pacífico, mientras que ella aguantó hasta cansarnos los de fuera. No quiero presumir diciendo que entonces era yo más joven.

Cuando hacíamos el plan de ir a Gorliz por la mañana, solíamos pasar la tarde en el monte Umbe. Fue un descubrimiento de los Calero, y de este lugar disfrutamos muchos años, casi en solitario. Hasta el punto que los días de diario, Purina cogía el coche y Berta a su lado con un gemelo en cada brazo, los capazos en el capó y el resto de los niños en la parte de atrás. Iban a pasar la tarde allí, con la merienda y los juguetes pertinentes, entre los que no podían faltar el rifle y las pistolas; y una temporada larga el disfraz de Daniel Bum, petición de Andrés a los Reyes Magos, a los que año tras año pedía armas de fuego . Ya fue raro que no saliese aficionado a la caza.

VI

Un año el día de Navidad cayó en sábado. Yo había tomado el pelo a Purina, porque en los días de fiesta solía calcular como para otra media docena de comensales, a juzgar por las sobras que había en la nevera. Aquella noche después de acostar a todos los niños me llevó a la cocina, abrió la nevera y me dijo triunfante:

— ¡No me dirás que este año no he calculado bien!

— ¡Ciertamente! le dije, al ver la nevera vacíaPero querida: ¿que vamos a comer mañana que es domingo y está todo cerrado?

Como buen conocedor del monte Umbe recordé que había un pequeño restaurante en la parte cercana a la que solíamos ir. Rápidamente hicimos el plan de llevarles a todos por vez primera a comer a un restaurante. Nos encontramos con la agradable sorpresa de que había charriboda. Comimos estupendamente y en mucho tiempo no se les olvidó.

El menú de Navidad, como todas las fiestas de la familia, solían elegirlo los niños con su madre. Un año, sin dar tiempo para pensar, Nacho dijo rápidamente:

— Este año cenamos "redondillos".

Nadie entendía a qué se refería. El explicó, con su media lengua:

— Una cosa muy rica que comimos el otro día …

!Eran garbanzos¡ Nunca los habían comido, porque sus padres tenían verdadero odio a semejante legumbre, odio que tenía su origen en el obligado cocido castellano, que se comía en casa de los abuelos cada uno de los 365 días del año, incluídos festivos, aunque esos días se aumentara la comida con el extraordinario. Me refiero a los abuelos del padre. La mamá los odiaba porque cuando estuvo interna eran plato obligado y duros como piedras.

Pero, como Tere era buena castellana decidió, un día, que los niños tenían que probar el plato castellano por excelencia y tuvo un gran éxito como puede comprobarse por la anécdota. Desde entonces en esta familia los garbanzos se llaman redondillos, y dio pie para "disfrazar" otros platos con nombres poéticos: puré de cabritillos, era el puré de alubias pintas; flores de Caperucita, las espinacas, etc. Sin embargo, Andrés se quedó en la prosa, y hoy es el día que las flores se las deja para Caperucita: no es capaz de comer espinacas a la crema.

Cuando nos hicimos socios del club Landachueta, hubo variaciones en la forma de pasar los domingos. Seguíamos yendo al monte Umbe, pero a media tarde nos íbamos a la piscina cubierta. Purina se quedaba en las gradas vigilando la tropa; lo cual, como se verá más adelante, era mas que necesario. Y yo entraba con los siete a la piscina. Ruth con poco más de cuatro años cruzaba la piscina, dejando la nariz fuera del agua y moviendo los brazos. Les apuntamos a cursillos para aprender a nadar y soportaban al profesor que les exigía como a posibles campeones en un futuro más o menos lejano, pero que les desanimaba a seguir las clases. A ellos lo que les gustaba era jugar con su padre: jugar al molinete, pasar buceando por entre mis piernas…

No se le olvidará nunca a Nacho el día que estuvo nadando con dos delfines que habían tenido que meter en la piscina por una avería del camión-cisterna que les transportaba y que sólo él y otro amigo disfrutaron del acontecimiento, pues rápidamente prohibieron el baño. Y tampoco olvidaré el día que a los gritos de Purina miré a la piscina y vi a un niño metido en un flotador agitando desesperadamente los pies, y que no podía sacar la cabeza del agua. Era el bueno de Andrés que funcionaba con flotador aún y que al ver tirarse de cabeza a sus hermanos decidió hacer lo mismo. Aquel día aprendió que no lo debía hacer y nosotros nos reafirmamos en la necesidad de que hasta cierta edad hay que seguir cuidándoles. Lo único claro es que esa cierta edad es indefinible y podemos asegurar que dura hasta que uno se va de este mundo, aunque lo que varíe es la forma en que hay que cuidarles.

VII

Creo que después de conocer como pasaba la familia el día festivo, está justificada la frase que con frecuencia se le oía decir al padre de la familia:

— Para mí el verdadero día de descanso es el que sigue al festivo y no era porque se dedicara al ocio, pues lo habitual era que la jornada empezase a las ocho de la mañana y como el pasodoble: seguida hasta las ocho o las nueve de la noche, con un muy breve paréntesis para una rápida comida.

Muchas veces los padres no caemos en la cuenta que cada uno de nuestros hijos tiene dos oídos y además dos ojos, que ordinariamente funcionan mejor que los nuestros. Es frecuente oír a nuestros amigos: todavía es pequeño y no se da cuenta. Y resulta que los que están en la higuera son los padres. Para confirmar mi punto de vista, relataré lo que me sucedió con Ruth cuando tendría al rededor de los siete años.

Una noche estaba yo sentado leyendo el periódico, ya todos los niños acostados, cuando se presentó Ruth en el salón y yendo directamente al grano me dijo:

— Papá, ¿tu eres tonto?

¿Por qué lo dices hija? le contesté.

Pues porque yo he visto que cuando tú tomas un whisky alguna noche charlando con mamá, tomas el whisky peor y cuando vienen los amigos les das del mejor. Y eso es de tontos.

Bien hija, veo que eres muy observadora y que hasta entiendes de marcas de licores, pero tengo que hacerte una aclaración del por qué hago eso. Yo quiero mucho a mis amigos y cuando puedo les doy lo mejor que tengo. Para mí con lo corriente tengo suficiente.

Estoy seguro que aquel día comenzó a valorar la amistad y a entender algo tan difícil como el querer ser sobrios. Tengo que aclarar que el tomar una copa con Purina ocurría cuando ya los niños estaban acostados, lo que me hizo pensar que en excursiones furtivas o con la disculpa de que a mí no me diste el beso venían a informarse de lo que estaban haciendo los padres; y nosotros sin darnos cuenta de los espías que había en la casa.

Descubrimos en Iciar un restaurante que tenía al lado una extensa campa. Era en la época en que dos de los chicos hacían aeromodelismo, y resultaba un sitio estupendo para hacer volar sus aviones. De cuando en cuando, volaban tan bien que se perdían en terrenos alejados donde no se podían recuperar. Pero lo mejor del sitio era el comedor. Había poca gente y nosotros acompañados de los "julianes" y hasta de los Eguirón alguna vez nos hacíamos dueños del comedor. Resultaba muy económico, pero al segundo día nos dimos cuenta que el capítulo de la bebida (agua mineral) subía mucho. Decidimos renunciar al agua mineral y, como siempre que salíamos con los niños llevábamos un bidón de agua de cinco litros, se decidió que pediríamos tres botellines de agua mineral y que Nacho se metería debajo de la mesa y se encargaría de irles rellenando según se vaciaban.

Otro lugar al que íbamos con frecuencia era a la Peña de Angulo. Previamente comprábamos chorizos, morcillas y pan en Arceniega. Después oíamos Misa en Nuestra Señora de la Encina y subíamos a la Peña. En un vallecito en la ladera de la Peña asábamos los chorizos y las morcillas. Nacho era el más experto en preparar el fuego y asar. Recuerdo un día que había nevado, hicimos un muñeco de nieve y comió con nosotros como un invitado más, mientras el sol, que salió con fuerza le derretía y a nosotros nos sobraban las chaquetas. No exagero nada, hay fotos del acontecimiento.

Muchos años después (ya había pasado de los treinta), tomando un día café en casa salió el tema de las paellas y las morcillas en Peña Angulo. Al hilo de la conversación me enteré que el motivo de semejante desplazamiento era asegurarnos una misa en la que la homilía fuera sensata y piadosa, pues por aquellos años la crisis empezó ya a notarse en las parroquias de Bilbao. De esta manera consiguieron mis padres que nunca encontráramos contradicciones entre lo que no explicaban en casa y lo que oíamos a los curas. Esto jugaría un papel muy importante a la hora asimilar la formación que nos daban en el club y que tanto ha influido en nuestras vidas [inciso intercalado por un hijo al leer el manuscrito inicial].

Durante las vacaciones de Navidad era entretenimiento obligado ir por la mañana, que era menor la afluencia de niños, al Parque Infantil instalado en la Feria de Muestras. Como el puesto de socorro era atendido por la Cruz Roja teníamos aseguradas las entradas gratuitas todos los días que íbamos, teniendo el cuidado de pasar a charlar un ratillo con las enfermeras de guardia, que eran o habían sido alumnas mías. Eran pocos los días que yo podía acompañarles, pero lo que relataré sucedió precisamente uno de esos días.

Una vez dentro del recinto se repartían según sus preferencias (el mas solicitado era el tren de la bruja, con derecho a escobazo, que debía saber a helado de chocolate), salvo los pequeños que se quedaban con Berta o con Purina. Andrés quería ir a columpiarse y allí le llevamos su madre y yo. Le montamos en un columpio y como medida de precaución nos colocamos uno a cada lado del niño. Aún nos veo embelesados mirando al niño rubito cuando de repente hizo un movimiento brusco hacia adelante y a pesar de nuestra dedicación pasó entre nuestras manos que intentaban cogerle y se estrelló de cabeza en el suelo de cemento. Rápidamente apareció un fenomenal chichón en la frente y ni que decir tiene que le llevamos a consolarle al lado de las amables enfermeras del cuarto de socorro. Los dos, cuando le llevábamos al botiquín, íbamos pensando: menos mal que nos ha sucedido a nosotros, si llega a estar con Berta habríamos pensado que no estaba atendiendo al niño.

VIII

Un banco rústico.

Se dice, que nadie debería morirse sin haber plantado un árbol, y yo estoy de acuerdo con ello; pero ni lo he hecho ni de momento tengo intención de hacerlo. Estoy convencido que con haber construido un banco ya he cumplido.

En la huerta de Osorno, donde pasábamos el verano, se echaba de menos un banco rústico y yo decidí acometer la empresa, sin pensar que desde el primer momento iba a tener cinco colaboradores: mis tres hijos mayores y los dos sobrinos, Marta y Fernándito.

Para dar idea de lo que me esperaba, relataré primero una andanza de Pedro, de unos días antes. Había acompañado a su madre al supermercado y en un descuido, si a dirigir la vista hacia otra parte del local se puede llamar descuido, al volver a poner la vista encima del angelito, tuvo el tiempo justo para sujetarle la mano, que ya tenía puesta en un bote de la fila de abajo de una torre de botes de tomate.

Rodeado permanentemente por los personajes descritos di comienzo a la obra. Mientras clavaba una punta, tenía que tener la vista en el serrucho, y si serraba tenia que vigilar el martillo. Lo asombroso es que llegué a terminar el banco al cabo de varios díassin que se lesionase ninguno; y además de cómodo, resultó resistente, pues pasaron muchos años y siguió en buen estado de conservación. Cuando venía alguna visita y echaba flores al banco, yo siempre añadía: pues tiene dos méritos, el haber conseguido hacerle con cómodo respaldo y el que los niños no se lesionasen en la construcción.

El aurresku.

Cuando estudiaban en Santiago Apóstol alguien debió ver dotes artísticas en Nacho y le animó a seguir clases de bailes vascos en el colegio. Poco le duró la práctica del baile, pues le apareció una hernia inguinal que dio con él en el Sanatorio Bilbaíno. Hacía unas horas que le había operado el Dr. Marquiegui y su padre estaba de enfermero. Ya sabía que en unos días no podía levantarse de la cama, pero en un instante que entré en el cuarto de baño, al salir le encontré sentadito en los pies de la cama balanceando ambos pies. Nada sucedió de momento y como la afición no había muerto, siguió bailando danzas hasta que tres meses después apareció una hernia en la otra ingle, que terminó con las aficiones, pues tuvo que volver a pasar por el quirófano, aunque esta vez ya hizo caso al médico.

Oposiciones a Primaria

Los tres mayores fueron a párvulos del colegio de la Pureza de María, que ocupaba entonces un chalet en la avenida de José Antonio, cerquita de casa. En aquellos tiempos para ingresar en las elementales había que hacer un examen. Cosa más ridícula era impensable, pero así se funcionaba. Alex y Nacho fueron el mismo año a Santiago Apóstol y al año siguiente le tocó el turno a Pedro, que también aprobó el examen.

En los primeros días del curso escolar, le oí decir:

— Buena la he hecho yo con aprobar el examen; cambiar mis delicadas monjitas por unos señores tan bruscos … Si lo llego a saber, de qué apruebo yo el examen.

Me recordó a la anécdota que Mariángeles Calero contaba de un sobrino suyo, al que le tomaban el pelo diciéndole que iba ser hermano de la Salle y el niño decía que no, que es un oficio muy brusco.

Y el caso era que tenía metido en el bolsillo a Don Celestino. En cuanto se le desmandaba la clase o bajaba la atención de los niños el profesor decía: Pedro sube a la tarima y sigue con el cuento, que le mandaba interrumpir cuando el personal estaba tranquilo y veía que podía seguir la clase.

Un día me enseñó un dibujo que no estaba mal del todo, todo indignado me dijo:

Don Celestino es un injusto, mira que solo me ha puesto un seis y está para más. A los pocos días me enseñó otro dibujo y me dijo:

— ¡Mira! Me ha puesto un nueve. Estoy pensando que Don Celestino no es injusto; lo que pasa es que él y yo tenemos distintos gustos.

Verano en Cubas

Pablo y María Luisa nos pidieron que les dejásemos llevarse a Pedro a pasar unos días con ellos a Cubas de la Sagra, donde ellos pasaban el verano. La estancia se prolongó parte del mes de julio y todo el de agosto. A su tío, que tenía tres niñas, le hacía mucha gracia el bueno de Pedro, que no se despegaba de su tío salvo para ir a la cama. Habían construido en la finca un pequeño pabellón para criar terneros de engorde. Llevaba Pedro en Cubas más de un mes cuando vio que vendían el primer ternero y dirigiéndose a la tía la dijo:

— Menos mal que el tío ha podido vender el ternero y tendremos dinero para comer, pues llevamos aquí más de un mes y no ha ido ningún día a trabajar. ¡Que peso se me quita de encima!

El no sabía que los negocios de su tío eran de resolver por teléfono, y que en Madrid estaba el otro socio, que era el que hacía la parte de los dos en el verano.

La capacidad de concentración de Alex era algo fuera de lo corriente. Muy aficionado a la lectura, era frecuente la estampa de Alex sentado en le suelo en un rincón, la televisión a tope y el riéndose a carcajadas con un Tintín en las manos. Cierto día del verano estaba sentado leyendo en las escaleras del hall de la casa de Sarita. Se prendió el aceite de la sartén y se quemó las manos, con lo que supongo que gritaría algo, subió las escaleras para coger una pomada que tenía en el cuarto de baño, volvió a bajar y al cabo de un rato levantó él los ojos y al verla con las manos en alto envueltas en pañuelos, la preguntó:

¿ Qué te ha pasado tía ?

Con diez años Alex fue por vez primera a Irlanda en el mes de julio. Al año siguiente fue también Nacho, pero el siguiente verano sólo fue Nacho. Estaba toda la familia en Osorno y vinimos desde allí con él y Ruth, que tenía revisión con el dentista. Como en casa no habíamos dejado nada de comida, se nos ocurrió llevarles a comer al Gredos y pidieron de primer plato almejas a la marinera. Llegó el camarero, que era en este caso el dueño del restaurante, con dos cazuelas de almejas y colocó una delante de cada uno. Sin dejarle casi colocar la cazuela, Ruth le dijo:

¿Y son todas para mi? No nos sonrojamos los padres, porque rápidamente el camarero nos dijo:

Seguro que son familia numerosa; yo soy padre de nueve.

Aunque la anécdota no precisa aclaración, es mejor darla. Ruth estaba acostumbrada a ver alguna vez en la mesa una cazuela parecida, pero destinada a ser compartida como aperitivo por los nueve de la familia.

El estudio de Inglés siempre fue un objetivo importante para el padre de familia. También Pedro estuvo varios veranos en Irlanda. Más tarde fueron Andrés y Santi. Las niñas siguieron cursos de verano en Sanse en ISSA.

 

IX

Al faltar los dos mayores, la afición que paso a describir se referirá a los cinco pequeños. El primer año que se nos ocurrió, les trajimos de Palencia un pollo de días a cada uno. Fue un entretenimiento estupendo, pues entre construirles gallinero, darles de comer y hacerles aprender habilidades pasaban entretenidos horas enteras.

Al año siguiente les trajimos un patito a cada uno y el éxito fue aún mayor. Cuando crecieron un poco era digno de ver a los niños yendo al pueblo para hacer alguna compra y los cinco patos en fila detrás de ellos. Tuvieron que fabricarles una piscina para que nadasen.

Al año siguiente les regalaron un cordero, que todo el día estaba detrás de ellos, y si se sentaban a leer se colocaba debajo de la silla. Pero este no duró mucho, pues el preferido del cordero era Andrés y llegó un día en que me dijo:

— Papa no puedo seguir soportando verme seguido todo el día por el cordero

Esto unido a que el abuelo Alejandro, que le miraba con otros ojos, decía:

— En cuanto dejen de darle leche ya no sabe tan bien.

Total que antes de que empezase a comer hierba, nos le tomamos asadito, no sin la protesta de algunos de los niños.

El primer día de clase en el nuevo colegio (ese mes de septiembre había pasado de las Teresianas al colegio Ayalde) a la profesora se la ocurrió preguntar:

¿Quién ha tenido un pato? y la única que levantó la mano fue Miryam. Siguió preguntando por pollos, cordero ... y la que más animales había tenido era Miryam. No resulta extraño lo que sucedió al salir al recreo. Se la acerca una niña y la dice:

¿Tu papá tiene un parque zoológico?

Ordinariamente no había problemas con las comidas, el arroz y los macarrones eran los preferidos. No así la carne, que para Ruth era una penitencia. Masticaba y masticaba pero todo se quedaba entre los dientes y el carrillo. En casa tenía su nombre: hacer papo. Y la pobre Ruth era la especialista en hacer papo. Su mamá la decía: mastica Ruth, y ella contestaba con su media lengua: estoy maticando. Gracias al agua y al zumo de tomate al fin lo tragaba. Su madre solía decirla: si haces papo con la carne no vas a crecer y te vas a quedar pequeñita. Cierto día acompañaba a su mamá de compras y entraron en una tienda de Colón de Larreátegui. Había en la tienda una dependienta que escasamente sobresalía su cabeza por encima del mostrador y fue la que acudió a atenderles. Apenas comenzado el dialogo entre la dependienta y Purina, Ruth se dirige a ella y la dice:

Oye, ¿tu de pequeña hacías papo en las comidas? La dependienta, como si hubiese estado en las comidas de nuestra casa, la contestó:

Sí, y por eso me quedé tan pequeñita.

El sofocón de Purina no es como para describirle, pero el suceso contribuyó a mejorar las horas de las comidas.

Celebrábamos el cumpleaños de Pedro y él era el más pequeño de los sentados a la mesa. Ocupaba yo una de las cabeceras de la mesa y Pedro la otra. Llegó el momento más deseado de la comida, la tarta con las velas de cumpleaños. Encendidas la velas, tomó aire y sopló con tal fuerza que en vez de sólo aire, salió por encima de la tarta todo lo que el pobre había comido, sin caer ni una pizca en ella. Hubo que poner nuevo mantel y repetir la operación de soplar las velas y esta vez, al tener el estomago vacío, sí que acertó a apagarlas y pudimos tomarnos la tarta.

El tío Jano todos los años hacía una escapadilla por Bilbao, que le gustaba a pesar de ser casi madrileño. Yo siempre pensé que la afición a Bilbao le venía de cuando estudiaba en Valladolid. Cierto día fue a bailar a las Piscinas y sacó a bailar a una chica, mas bien con aspecto de marmota, que entonces decíase de una chica ordinaria en el hablar y poco elegante en el vestir, y que al preguntarla de donde era le dijo:

Yo, de Bilbao.

Pero, ¿del mismo Bilbao? la dijo Jano. A lo que ella contestó:

Bueno, soy de Negurí.

Uno de los entretenimientos de Jano era sacar a tomar el aperitivo a sus sobrinos. Cierto día salió con los tres mayores a un bar cerca de casa y les invitó a coca-cola, mientras él tomaba un tinto. Pedro se interesó por lo que tomaba su tío, que le dijo que era vino y que eso sólo lo tomaban los mayores. Como era reglamentario siempre, acompañaba la bebida con los pinchos. Había tomado un sorbo de su vaso de vino cuando al volverse de coger un pincho ve el vaso vacío y al bueno de Pedro con cara de haberla hecho.

Pero ¿por qué lo has hecho Pedro? le dijo su tío.

Porque quería saber como sabía le contestó.

Con este incidente se terminó el aperitivo, que al tío le gustaba hacerlo largo y el bueno del niño pasó directamente a la cama donde durmió un buena siesta.

El tío José Mari venía muy a menudo a comer. Siempre fue muy detallista en el empleo de los cubiertos y en la forma de comer. Cierto día tenía sentado a su izquierda al inquieto de Santiago, que cuando no cogía el tenedor cogía la cuchara. Sin que cayésemos en la cuenta su tío le iba quitando todo lo que el niño cogía, hasta que se oyó la voz de Santi que decía, a la vez que con los brazos en alto agitaba las manos:

Y ahora qué cojo yo.

La comida de los domingos, tenía una característica que se repetía casi de forma infalible. Era la presencia de dos o tres invitados de última hora. No solía fallar la llamada telefónica previa unos minutos antes de la llegada de los invitados. Solían ser amigos del club a los que asistían los mayores, aunque aveces también llegaban las niñas con amigas y había que organizar dos comedores. Como consecuencia de este trasiego de comensales, se le bautizó a Mª Díaz de Haro 7 con el nombre del Rancho Montoya o Fonda García. Sería muy largo detallar los mas típicos chicos que por aquí desfilaron. Haremos sólo mención de aquel chico alto y bien plantado que criticaba la comida, diciendo que se trataba de una casa extraña, donde te daban a comer testículos de toro (criadillas) y freían la leche (leche frita o tostadas de crema). Puede parecer asombroso a primera vista que siempre pudiésemos comer todos los presentes a la mesa dominical, pero es que había un secreto que sólo sabía la dueña de la casa y era que siempre contaba con media docena más de los seguros a comer ese día y así nunca hubo problemas de falta de comida.

 

X

Santi tenía fama de poco ahorrador. Peseta que caía en sus manos pronto era invertida en cualquier chuchería, casi siempre de comer o chupar. El mes de julio lo pasé ingresado en la Clínica de Navarra y, cuando fuimos a Osorno, Purina advirtió que Santi se pasaba el día contando pesetas; también le llamó la atención que no gastaba una peseta. Le pareció conveniente tener una conversación con él, que discurrió en estos o parecidos términos:

Santi, me está dando la impresión de que pareces un poco usurero, porque no te veo gastar una perra y estás todo el día contando el dinero que tienes. A lo que contestó Santi:

A los mayores no hay quien os entienda. Antes me reñías porque gastaba, y ahora que ahorro también me riñes.

Purina como pudo le explicó que en el medio está la virtud y parece ser que sí que lo entendió.

 

En ocasiones Ruth me acompañaba a pasar visita a los enfermos ingresados en la Cruz Roja. Mientras yo pasaba la visita ella charlaba con las enfermeras o la monja de la planta baja. Cierto día me encontré al volver a buscarla que estaba enseñándolas un papel arrugado en el que había escritos cuatro nombres y eran los nombres de los primeros cuatro niños que ella iba a tener cuando se casase. Pocos días antes había tenido una conversación con Purina en la que la había dicho:

yo me quiero casar con un chico como papá, pero tengo un problema, y es que cómo puedo saber si es como papá si me llevas a un colegio donde solo hay niñas.

Desde muy niña Ruth estuvo muy cerca del dolor. Nació con una parálisis braquial, producida al nacer. A los seis años consideraron los médicos que debía de hacer rehabilitación. Para ello, todos los días a la salida del colegio, iba con su madre a Basurto. Allí estuvo en contacto con niños y jóvenes con diversas dolencias. Entre ellos conoció a Juan, un chico que estudiando primero de arquitectura comenzó con un tumor de huesos. Juan dibujaba muy bien y todos los días la entregaba algún dibujito. Ella le veía sufrir, pero aceptándolo con alegría. Al poco tiempo ingresó otro hermano de Juan con un tumor cerebral; perdió la vista. Ruth vivió de cerca la muerte de estos dos hermanos y la paz con que la madre de ellos aceptó lo que el Señor la pedía; así lo decía ella. Era madre de doce hijos.

Pienso que todo esto era ya una preparación para lo que más adelante el Señor tenía deparado a Ruth, que ya empezó a entender las gracias que tenemos que dar por tantos dones recibidos. Así lo manifestaba un día en el colegio en la acción de gracias. Las Teresianas tenían por costumbre que cada día leyera la acción de gracias una niña, que la preparaba antes de la Misa. Su mamá solía ir , era a las doce. Aquel día Ruth leyó su papelito, daba gracias por sus padres, hermanos, profesoras….y tantas cosas y al final decía:

Enséñame a decirte siempre SÍ. El sí lo escribía con mayúsculas. Su madre guardó aquel papel, que varias veces ha servido tanto.

Pedro era capaz de entretenerse él sólo con cualquier cosa: un caracol o una hormiga le daba igual, para pasar largos ratos pasándoselo bien. Cuando llegamos a Osorno en el verano terminaba de pasar una hepatitis y no le dejábamos bañarse ni andar en bicicleta. Se habían marchado todos de la huerta y estábamos cuidándole Purina y yo. Llevaba un rato callado y le dije:

¿Qué haces Pedro?.

La contestación llegó rápidamente en forma de ruido de alguien que se cae al pilón. Estaba haciendo equilibrios y se resbaló cayéndose al agua. El susto de su madre fue monumental, pues ya veía al niño recayendo de la hepatitis y él todo lo que decía era:

Que de verdad que me he caído. Pues adivinaba mis pensamientos que iban en otro sentido.

 

Esta anécdota relativa a Miryam se desarrolló a lo largo de varios años y dejó de acontecer porque la niña se fue a estudiar a Madrid. La gustaba mucho salir a ver escaparates, y más acompañada de su madre. Comentaban sobre lo que veían, y ya desde el principio se adivinaba su firmeza en sus puntos de vista, en sus gustos y en sus aficiones. Al principio del paseo todo iba bien, pero cuando llegaba la hora de volverse para casa, estallaba la tormenta. Difería de los gustos de su madre y le decía

Con una persona así yo no voy. y la dejaba sola cambiándose de acera.

Era todo un cuadro verlas venir por Rodríguez Arias a la misma altura de la calle y cada una por una acera hasta que se encontraban en el portal. Y había que ver la cara de enfadada que ella traía y la cara de paciencia de su madre acostumbrada al acontecimiento. Algunas veces presencié la llegada a casa e intervine en la reconciliación de la niña, que siempre empezaba,

Pero hay que tener mal gusto; ¡decir que aquello era bonito!

No la dejaba seguir, la daba un abrazo y la hacía que se riese diciéndola alguna tontería y se restablecía la paz familiar. A mí lo que mas me asombraba era que sabiendo que siempre terminaba en tormenta, Purina siguiese quedando con ella para ver escaparates. Lo comprendí mas tarde: su madre era una muy buena educadora de sus hijos y de sus alumnas.

 

Era el último día del verano que iban a pasar en Osorno y estaban esperando mi llegada a última hora de la tarde. Hacía un día desapacible. Purina estaba preparando las maletas y las dos niñas estaban solas en la huerta, con el trigo ya segado y los paseos con la hierba seca, como correspondía a la altura del verano en la que estábamos. No se las ocurrió otra cosa que ponerse a jugar a comiditas encendiendo una cerilla en uno de los paseos. Comenzar a arder la hierva fue cosa de un momento. Pálidas corrieron a casa para avisar a su mamá, que se estaba quemando la huerta. Purina y Sarita intentaron apagar el fuego con cubos de agua, pero cada vez se extendía mas las llamas. Pronto se incorporaron a la faena los vecinos de las casas próximas y por fin consiguieron apagar el fuego. Purina dio las gracias a las vecinas colaboradoras y, como se sintiera obligada a defender a las pirómanas, no se le ocurrió otra cosa que decir, refiriéndose a Miryam:

Ay esta pobre niña que es tan buena.

Sin dejarla reposar, contestó una de las vecinas:

Pobre, pobre … Sí, pero cuando tiendo la ropa a secar viene y me echa tierra en las sábanas y las pone todas perdidas.

Y era que la buena señora se metía dentro de la huerta y tendía la ropa en el seto de espinos, para que la diese el sol, y a Miryam no le gustaba que lo hiciese.

 

Aquellas Navidades Pedro había escrito un cuento de ambiente navideño. A su mamá la gustó mucho, y se la ocurrió decirle,

¿Por qué no lo transformas en una obra de teatro y así podéis representarla el día de Noche Buena?.

La idea le pareció buena y puso manos a la obra. Pronto estuvo lista para los ensayos, que se desarrollaron con toda normalidad. Ruth y Andrés eran pastores, Miryam era María y Santiago era San José.

Llegaron Julián y Elisa con suficiente antelación y nos instalamos para presenciar la representación. Pasaban los minutos y las puertas correderas del salón no se abrían; solo se oían voces a las que se sucedieron llantos de Pedro que abriendo las puestas se presentó al auditorio cayéndoles las lágrimas y pretendiendo explicar, que no se podía hacer la representación porque Santiago no quería actuar. Rápidamente se levantó de la butaca su padre, que pretendió convencer a Santiago, pero como el tiempo apremiaba decidió suplantar al angelito terco y con unas barbas postizas y arrodillado al lado de María al descorrer las puertas apareció un San José añoso, con su buena calva al lado de una tierna jovencita.

Como no se lo esperaban, nos ganamos al publico nada mas empezar la representación, y la escena pasó a la posteridad, pues Julián hizo una foto del escenario en la que lo que mas destaca es la oronda calva del padre de familia.

 

Libro III
OSORNO
donde los recuerdos de Ruth se entremezclan con los de papá

 

I

Finales del mes de junio, la casa se llena de movimiento con un fin primario: ayudar en lo posible a hacer las maletas para ir a Osorno, meta de todos los sueños de los niños en los últimos meses. Las chicas hasta han hecho sobre el papel un plan de posibles actividades, indicando metas de excursión, variedades de planes y todo tipo de detalles. Esto es claro reflejo de lo que han visto hacer a su madre antes de empezar cada maleta: a saber, una lista completa de todo lo que debía meter dentro, lista que le servía también para no olvidar nada al acabar el verano.

Un viaje, entonces, a Osorno duraba cuatro horas si las cosas iban bien, pero siempre había que contar con posibles imprevistos. Para evitar las consecuencias de los mareos se repartían biodraminas más o menos camufladas entre los pequeños, y metíamos en el coche los cubos de hacer castillos en la arena de la playa. Hasta seis o siete paradas fueron necesarias en alguna ocasión. Recuerdo una memorable en la que viajaba a Bilbao una planta que nos habían regalado: la pobre fue abonada con macarrones.

Aún hoy llenan nuestros recuerdos aquellos lugares por donde pasábamos: el desfiladero de Pancorbo, en el que una roca junto a la carretera parecía el oso Yogui de los dibujos animados; el monumento al pastor; la catedral de Burgos; la herradura, lugar en que la carretera toma esa forma; Melgar de Fernamental, que nos acercaba ya a once kilómetros a de la meta. Al pasar por la ermita de San Pantaleón era costumbre tocar el claxon, que volvía a sonar con gran énfasis al llegar a la casa de los abuelos. Inmediatamente salía la abueli (como le llamábamos siempre con gran cariño) Pura, con esa sonrisa especial que sólo brota cuando se está esperando con ilusión a un miembro de la familia.

Para llegar a la casa de los abuelos había que cruzar el Puente de la Dirección, dejar a un lado la "Conchinchina", como llamaban en el pueblo la finca de los tíos de papá, los Alvarez-Barón, pasar las vías del tren, desde donde se veía la casa de los tíos Chapresto, dejar a un lado el almacén del abuelo y del tío Eladio y, por fin, pasar el puente del "Cuérnago", cauce que años después sería cubierto por un paseo, enlosado en rojo y blanco, con árboles y bancos repartidos a ambos lados. El paseo formaba hipotenusa con la carretera y acortaba así, desde que se construyó, el camino para ir a casa de los tíos. Quién más beneficiado salió con la construcción del paseo fue Santiago que, por ser el ojito derecho de la tía Sarita, era invitado a comer un día sí y otro también. Sin embargo si se hubiera construido el paseo unos años antes otros hubieran sido los beneficiados.

 

Volviendo al tiempo en que todos eramos pequeños, penetremos despacito en la casa de los abuelos. La puerta de entrada tenía siempre media hoja abierta, que sólo se cerraba en las tardes de tormenta y tenía una típica aldaba castellana formada por una mano con anillo que sujetaba una bola. El suelo era de baldosas rojas con dibujo geométrico, y las cubría una alfombra grande de pelo duro de color marrón claro, casi beige. Terminaba el portal con otra puerta de cristal opaco labrado, surcado por madera que hacía cuadrados. La llave estaba siempre puesta en la cerradura y cuando la casa quedaba vacía, por que todos íbamos a la huerta, se guardaba detrás de la primera puerta.

Una vez dentro estábamos en un hall con cuatro puertas, dos a cada lado, y una escalera en frente, en la parte izquierda.

La primera puerta de la derecha era la que más veces se abría y cerraba (parece un abanico, solía decir la abueli) y para que realmente estuviera cerrada, tenía un muelle con una barrita, que la hacía cerrarse sola. Por ella se entraba al cuarto de estar, que se convertía en comedor de los niños cuando estábamos todas las familias de la casa.

A la izquierda, la primera puerta, daba entrada al comedor. La segunda del mismo lado se abría a una espaciosa cocina.

La segunda puerta de la derecha daba entrada a un pasillo estrecho que conducía a la despensa y al patio. La despensa era una habitación amplia en la que había de todo. Ese todo procedía fundamentalmente de la huerta y el almacén. De la huerta llegaban en verano cestas con todo tipo de frutas y verduras que, muchas veces, los nietos habían ayudado a vendimiar.

En el patio dos grandes ciruelos, plantados por el tío Josema, procuraban una buena sombra. Allí guardaba su bicicleta toda la chiquillería de la casa, entrando desde la calle perpendicular a la de entrada a la casa a través de un portón de madera pintado de azul, que se cerraba, por dentro, con un gran pestillo.

Para subir al primer piso la escalera tenía un arambol (así se denomina en Castilla al pasamanos); era de madera marrón e iba unido al rodapié por columnas de forma caprichosa. Estaba cubierta por una especie de alfombre con dibujo y cada escalón tenía un borde de metal dorado.

Llegados al primer piso se encontraban tres puertas. La de la derecha daba entrada al llamado gabinete, el dormitorio de los abuelos. La alta y gran cama con cabecera y piecera decoradas nos impresionaba más, si cabe, por la fuerza que requería mullir cada día el gran colchón de lana. Las mesillas a los lados encerraban los secretos de la abueli: un rosario, que los pequeños no distinguíamos bien de un collar, y el bote con agua bendita, que más de uno probó para saber si se diferenciaba del agua normal.

La puerta del centro era la de la sala, que daba paso a dos habitaciones; la de las camas niqueladas y la de las camas de madera.

La puerta de la izquierda daba a un pasillo que comunicaba el cuarto de las camas de madera con el baño. A ese mismo pasillo se abría la puerta del cuarto de ladrillo, llamado así porque el suelo era de loseta roja.

En la sala había un piano. En el verano oíamos tocar a Purina La comparsita, Muñequita linda, Noche de paz y muchas otras. Casi todos los nietos hicieron en él sus pinitos. En la actualidad está en el salón de nuestra casa en Bilbao. Esta sala tenía un mirador, luminoso ventanal con cristales de colores que tenía gran atractivo para los más pequeños. Desde allí podían verse las procesiones de Semana Santa, disminuyendo el miedo a los encapuchados; o a los cabezudos en las fiestas verano. Además, en la sala estaban colocadas fotos de la historia de la familia: boda de los abuelos, de los tíos y fotos de todos los nietos.

Siguiendo la escalera hacia arriba se llegaba a un descansillo en el que estaba el armario de los zapatos; sólo se usaban los festivos y cuando había tormenta. Habitualmente el calzado cotidiano eran las bambas, azules para los chicos y amarillas y rojas para las chicas.

Tras el último tramo de la escalera se llegaba a la habitación de las empleadas de hogar a la derecha, y al cuarto rojo a la izquierda. En el centro el desván, donde se guardaban en invierno las cunas y las bicicletas.

El cuarto rojo debe su nombre al color dominante que, para remozarlo, animó su decoración, y que pasó a ser muy atrayente. La vista, desde la ventana, se asemejaba a la que se obtiene desde lo alto de un castillo. Así le debió parecer a alguien que un día fue a rondar a las chicas.

La casa ocupaba una esquina de una manzana, en la que había también paneras (donde se almacenaba el trigo), cuadra, conejera, garaje y una casita pequeña alquilada años ha a una señora que se llamaba Juana.

Frente a la casa había un convento de monjas y, un poco más allá, a la izquierda, estaba la verja de madera verde que daba entrada a la huerta. La verja tenía dos puertas, la estrecha, de uso común para caminantes y ciclistas, y la ancha, para entrada de coches o cosechadoras. La apertura de esta puerta era casi un hito histórico.

A la izquierda estaba el portalón, con suelo de tierra que se barría con escoba de palo y se regaba cada mañana para que el lugar estuviera limpio y fresco. Dentro de éste y a la izquierda estaba la casa del hortelano, donde aquél guardaba sus herramientas y que los niños pronto aprendieron a utilizar. A la derecha estaban los gallineros, uno pequeño y otro grande, ambos con una ventanilla a ras del suelo, para que las gallinas, los patos y los conejos (la especie variaba de un verano a otro) pudieran entrar y salir a su antojo.

La huerta estaba surcada por cuatro caminos, formando un cuadrado. A los lados de éstos crecían árboles frutales: perales, manzanos, ciruelos, un nogal, cerezos, una morera, una parra de uvas enmarcaba el portalón, diversas matas de púas y grosellas. Una vez al año las monjas venían con cestas a recoger grosellas para hacer mermelada. El resto de los días estaban a nuestra disposición en todo momento. Las púas se las reservábamos al abuelo, le gustaban mucho, por eso no las tocábamos, las cogíamos para él.

Había, en la huerta todo tipo de verduras: cardo, alcachofas, lechugas, tomates, pepinos, calabacines, espárragos, zanahorias, remolacha, pimientos, cebollas....

En una parte que era jardín, florecían dalias de colores, rosas blancas, rosas y rojas que hacían muy agradable la estancia en el lugar y que la abueli cortaba para llevar a la Iglesia. El cenador estaba cubierto por un entretejido de enredadera con florecillas blancas, la mesa era rectangular de grandes dimensiones y estaba fijada al suelo. Allí tomábamos el aperitivo los domingos del verano. El banco que hizo papá estaba justo enfrente, a la sombra de unos membrillos.

Cerca del cenador estaba el pozo. Era zona vedada para los niños. El motivo era evidente. La caseta del pozo sólo se abría cuando había que cebar el motor; éste estaba colocado en un pequeño saliente que se abría sobre el agua, todo muy rústico y con pocas seguridades. Desde lo alto observábamos esta actividad como un verdadero rito.

Detrás del cenador estaba el nogal, la tupida sombra que proporcionaba hacía su entorno el lugar idóneo para las horas calurosas del mediodía. Una caseta rústica que albergaba los mandos de la bomba del pozo hacía las veces de vestuario oficial a la hora del baño. La ventanilla cubierta de un entramado de alambre en su parte superior dejaba entrar la luz precisa para ponerse el tarje de baño. Junto a ella estaba el pilón, una alberca de muros de cemento de metro y medio de altura que recogía el agua del pozo, que salía a través de el caño. Desde aquí el agua pasaba a una arqueta para regar la huerta, con un sistema de canalillos que la surcaban. Anselmo, el hortelano, azada en mano, iba modificando éstos según la dirección en que quisiera dirigir el agua.

 

El primer hortelano que recuerdan los chicos se llamaba Quirino. Tan vinculado estaba a la huerta que los vecinos la llamaban la huerta de Quirino. Sin embargo con el que más coincidimos todos fue con Anselmo. Su muerte, por infarto, cuando estaba trabajando en la huerta nos impresionó a todos. Tras él la huerta pasó a ser terreno de secano: un trigal surcado por los antiguos caminos con frutales a ambos lados.

La segunda función del pilón era servir de piscina. En él se podían ver flotadores, colchonetas y hasta una canoa hinchable. Para evitar que los niños estuvieran a remojo todo el día, era norma del lugar hacer la digestión antes de bañarse, después del desayuno y de la comida. Los más pequeños se bañaban en la arqueta, donde lo más que les podía ocurrir es que les saliera un escarabajo.

La limpieza del pilón era un duro trabajo, pero divertido. Tal vez de entonces le viniera a Pedro el interés por estudiar al hombre que contempla, trabaja y juega, que cuajaría, andando el tiempo, en una estupenda tesis de casi mil folios con la que pasaría a ser Doctor en Filosofía. Desde luego el primer atisbo de la distinción entre los diversos tipos de trabajo le vino dado en la huerta, a través de las palabras de Javier, el amigo gallego, quien, viéndole azada en mano hincándola en la tierra una y otra vez, mientras él estaba tranquilamente sentado, le dijo:

Trabaja, Pedro, trabaja, que yo te ayudo moralmente.

 

II

Acostumbrados a los frutos de aquel vergel, nos olvidábamos de que estábamos en la adusta Castilla, pero bastaba ir a las eras para comprobarlo. Nos encantaba ir a ver la siega con las cosechadoras, la trilla con los trillos, la bielda y el almacenamiento en los graneros. Contemplábamos directamente lo que, años más tarde, Purina tendría que contar a sus alumnas en clase de geografía, porque no habían tenido jamás ocasión de verlo.

El estudio y las salidas culturales se entretejían con las demás actividades al aire libre, de lo cual se encargaban los mayores y, en especial, Fernando, el mayor de los primos, que planificaba y dirigía las salidas.

La materia de estudio de cada uno se elegía con vistas al futuro inmediato. Por ejemplo, para reforzar el pequeño saber histórico que se daba en E.G.B., los libros del antiguo bachillerato eran buena materia para trincar. Recuerdo con ilusión el descubrimiento de un verano, consistente en aprender que, junto a los pueblos hebraico y egipcio en la Edad Antigua, habitaron muchos otros que fueron acudiendo en sucesivas invasiones. Hititas, hurritas, camitas... ocuparon nuestra cabeza uno de aquellos veranos, ampliando nuestra visión de la historia.

En una ocasión, Pedro, muy pequeño, preguntó qué era la bomba de hidrógeno. Purina, recurriendo a un ejemplo gráfico le dijo:

Mira, es como si en una botella os metiéramos a Nacho y a ti y la agitásemos fuerte.

La imagen fue captada al momento y la Segunda Guerra Mundial vino a ser entendida como una guerra fratricida.

Las salidas culturales venían propiciadas por dos circunstancias: tener en la familia una profesora de Arte en ejercicio, y, por otra, el hecho de que Osorno estuviera cercano a la ruta del Camino de Santiago. Este camino que por las noches Ignacio nos enseñaba a ver en el cielo, tenía en tierras palentinas, en Frómista, a veinticinco kilómetros de Osorno, una de sus más preciadas joyas arquitectónicas. En Paredes de Nava, cuna de Pedro y Alonso Berruguete, conocimos la imaginería castellana. En Villalcazar de Sirga aprendimos quienes eran los templarios, al visitar la iglesia-fortaleza de dicho pueblo.

En nuestra salidas hacia el oeste fuimos cubriendo etapas artísticas, siendo, tal vez, la última la catedral de León, cuyas vidrieras, explicadas por un perito en la materia, nos dejaron fascinados.

En los viajes rumbo al sur conocimos los tesoros artísticos que encierran las ciudades de Valladolid, Avila, Segovia y Toledo.

Valladolid en verano era cuna de arte inmóvil. En cambio, en Semana Santa vimos la imaginería andante en los pasos de las impresionantes procesiones de esos días.

En Soria las poesías machadianas, forjadas en hierro en el Parador Nacional, nos mostraron cómo también puede ser arte la expresión verbal que, desde siempre, Purina nos había hecho cuidar. Ibamos haciendo camino al andar, combinando en nuestra vida cotidiana, sin que se distinguieran entre sí, las actividades que realiza el hombre feliz de la filosofía orsiana: contemplación, trabajo y juego. En realidad, disfrutábamos en igual grado con cualquiera de estas actividades. Resultaba sencillo ser feliz, porque en ese modo de vida la alegría era el ingrediente cotidiano y venía propiciada, en realidad, por todos.

III

Al hilo de los recuerdos de Ruth viene a mi memoria el viaje que hicimos a Covadonga desde Osorno.

Ibamos con Pedro, Ruth y Andrés. Los mayores estaban en Irlanda. El verano anterior ellos habían visitado Covadonga con los abuelos y los tíos. Santi y Miryam eran muy pequeños y se quedaron al cuidado de los abuelos y Berta.

Nuestro primer punto de destino fue Ribadesella, para buscar un hotel donde dormir esa noche. No queríamos repetir la experiencia de los tíos el verano anterior que a última hora de la tarde lo pudieron solucionar gracias a una familia que les dejó su casa. Sin saberlo fueron pioneros del turismo rural.

Pronto llegamos a visitar a la Virgen. Pedro se emocionaba narrando las batallas de D. Pelayo por aquellos contornos. Subimos a los lagos y comimos en un restaurante desde el que veíamos un paisaje totalmente nevado. Estábamos en el mes de julio. Es tal la diferencia de altura que hay de uno a otro lago que en el segundo pudimos descansar recostados en la hierba; incluso los niños disfrutaron del agua, que no estaba fría, hasta que aparecieron unas vacas que reclamaron sus derechos y ellos tuvieron que salir corriendo.

No podíamos marchar de Ribadesella sin visitar una sidrería típica. Antes de cenar salimos para que vieran escanciar la sidra, con idea de tomar unos pinchos que sustituyeran la cena. Todos disfrutaron mucho. Pero Andrés tenía una gran ilusión de cenar en un hotel y no le pudimos convencer. Pasamos al comedor y él pidió una tortilla francesa. Su emoción se quebró cuando al empezar a cenar la tortilla estaba tan caliente que gritó:

¡Quema!. Su voz de trueno resonó en el comedor y se oyeron unas buenas carcajadas.

Al día siguiente volvimos haciendo la ruta del Cares. Un viaje inolvidable.

Como muy bien dice Ruth, Osorno era una buena base de operaciones para conocer distintos puntos de Castilla. Casi todos los veranos era excursión obligada la Peña Amaya, situada entre las provincias de Palencia, Burgos y Santander. Subiendo por la única torrentera que servía de acceso a la cumbre se daba uno cuenta de cómo fue posible que un puñado de castellanos pudieron impedir el paso a un nutrido ejército moro. Que contraste, ante el recuerdo del fragor de la batalla: lo único que llegaba a nuestros oídos era algún que otro esquilón de vacas y los validos de alguna oveja. Todo era paz; un pueblo pequeño, las faenas de la recolección tan tradicionales que ni siquiera se oía el ruido del tractor o de la máquina cosechadora. Un señor trillaba bajo el sol, sin prisa, sus bueyes tiraban con calma, sin parar de dar vueltas.

Otra excursión desde Osorno era Peña Labra en los Picos de Europa. Desde este punto se veía un espectáculo grandioso. El tío Fernando, que conocía estos parajes como la palma de la mano, nos enseñó a contemplar este gran cuadro de la naturaleza adoptando una postura especial. Situados dando la espalda a la cadena montañosa, doblándonos por la cintura, metíamos la cabeza entre las piernas y lo veíamos todo al revés: así se contemplaba un cuadro maravilloso. Pienso si no sería mayor el espectáculo viéndonos a todos en fila, muy serios, en semejante postura. Esto sólo podría contarlo la abueli que, muerta de risa, nos observaba sentada sobre la hierba.

Ya eran mayores Santi y Miryam. Pedro no estaba en Osorno. Con los cuatro pequeños fuimos a Peñaranda, invitados por Elisa y Julián. Visitamos el Palacio y el Castillo que fueron propiedad de su familia y nos quedamos a dormir en una casa muy antigua que todavía habitaban en verano. Era una casa que invitaba a contar historias de miedo y fantasmas. Cuando ya estaban todos acostados se me ocurrió disfrazarme y apareció el fantasma en el cuarto de los chicos. Rápidamente reaccionaron y tuve que salir por pies porque de lo contrario terminan conmigo a base de golpes de almohada.

Al día siguiente visitamos las ruinas romanas de Clunia, Quintanilla de las Viñas y en Caleruega el palacio donde nació Santo Domingo de Guzmán. Una excursión cultural y calurosa que nos llevaba a evocar la estepa castellana por donde el Cid cabalga.

 

Los recuerdos se mezclan y no seguimos un orden cronológico.

Pedro estaba en Cubas pasando una temporada con los tíos Pablo y Mª Luisa. Alex y Nacho en Irlanda. Proyectamos una excursión. La idea era visitar El Escorial, el Valle de los caídos y Toledo. Desde Cubas las excursiones eran más fáciles de realizar. A Toledo nos acompañó la tía Mª Luisa. Pedro estaba feliz y gozaba montado en el pequeño tractor que tenían para las faenas de la finca, charlaba con Braulio que le decía:

Pedro, la pluma del labrador es el azadón.

Terminada la excursión Pedro volvió con nosotros a Osorno. La verdad es que se le echaba mucho de menos, pues él organizaba todos los planes de la pandilla en la huerta.

Todos habían visitado Torreciudad, salvo Andrés, Santi y Miryam. Purina y yo tampoco habíamos ido. Preparamos el viaje. No había plazas de hotel disponibles en Barbastro ni en Huesca. El Tozal no existía todavía. Nos hablaron del hotel San Román en Ponzano, un pueblo pequeño de Huesca. Y nos lanzamos a la aventura. Entramos en el pueblo y no aparecía el hotel en ninguna de las cuatro calles que tenía Ponzano. Allí no había más que ovejas y moscas. Preguntamos al único señor que apareció y nos explicó que el hotel estaba en la carretera, a dos kilómetros del pueblo. Tan mala impresión nos produjo Ponzano que el San Román nos pareció de tres estrellas. La verdad es que nos trataron muy bien. Después de comer fuimos a Torreciudad. Pasado Barbastro y cerca del Santuario, después de una curva, apareció ante nuestros ojos Torreciudad. No lo conocíamos todavía ni en fotografía. La impresión fue grande, difícil de describir.

Cuando cerraron el Santuario volvimos a Ponzano, donde pasamos la noche y al día siguiente salimos para Bilbao, visitando Leire.

 

Libro IV
ALGUNOS SUCESOS MENOS ORDINARIOS

 

I

Al comenzar la narración Ruth distingue COSAS y CASOS. Pienso que lo segundo lo identifica con sucesos extraordinarios ocurridos en la familia a lo largo de esos años evocados.

Cuando el tiempo ha pasado, normalmente los sucesos menos gratos tienden a olvidarse. Por eso, quizá, todos los recuerdos han ido evocando alegrías. Pero la vida es una mezcla de luces y sombras.

Entre los sucesos extraordinarios hay alegrías y penas.

El año 1966 tenemos la boda de los tíos Jano y Mª Jesús. En Valladolid, en la Iglesia de El Salvador. Abre el cortejo Ruth, vestida de traje largo blanco, portando la bandeja de las arras; por volverse a contemplar a los novios, tropieza y las arras salen rodando. No se inmutó, se agachó, las recogió y siguió caminando. Nacho y Pedro llevaban la cola del traje de la novia. Iban elegantísimos, con pantalón de terciopelo negro y blusa con chorreras. Pero, olvidando el protocolo, animaban a su tía para que siguiera avanzando, diciendo

¡Arre¡ a la vez que tiraban de la cola como si fueran las bridas. Todo muy castellano.

1.970. Ese año conocimos el Opus Dei, lo que marcó sucesivamente la vida de toda la familia. Pero esto nos llevaría muy lejos; quizás en otro capítulo aparte.

En la Semana Santa de 1.972 fuimos a Valladolid, desde Osorno, para ver la procesión del Viernes Santo. Nada más terminar, cuando regresábamos a la casa de los abuelos Ignacio y Pilar, sentí una fuerte tiritona, que fue el comienzo de una enfermedad que resultó muy difícil de diagnosticar y que terminó en junio con una intervención quirúrgica en el tórax en la Clínica Universitaria de Navarra. Durante esos meses, con la consulta cerrada y el sueldo de la fábrica mermado, la situación económica no era fácil. Se sucedían las visitas de médicos amigos, pero no daban ni con el diagnóstico, ni con el remedio.

El 7 de julio, día de San Fermín salíamos de la Clínica, camino de Osorno, donde estaban ya de vacaciones todos los hijos. Meses difíciles con un final feliz, gracias a la ciencia y los desvelos del Dr. D. Eduardo Ortiz de Landázuri. Eso sí, con una costilla menos. Durante esos días, mientras tumbado al sol para mejorar la cicatriz que le corría desde el esternón hasta la columna hacía ejercicios de respiración con un saco de arena sobre la tripa, solía bromear diciendo:

Puri: si me han quitado una costilla como a Adán, tendré derecho a cogerme otra mujer ¿no?

Año 1.973. Se casan el tío Josemari y la Tía Mª José. Alegrías, preparativos. La fecha, el 22 de septiembre y lugar, el Santuario de Ntra Señora de La Bien Aparecida de Ampuero.

El 24 de julio sufre un accidente el abuelo Alejandro. Un coche conducido por una principiante sin carnet le atropella en la explanada delante de la puerta de la Iglesia y hay que ingresarle en Valdecilla. Los niños se quedan en Osorno a cargo de Tere y ellos tienen gratos recuerdos de aquellas semanas en las que organizaban excursiones campestres, a veces con cena incluida.

Llegó el día de la boda y el abuelo seguía ingresado. Purina le acompañó en Valdecilla y la boda se celebró con paz y alegría. Hubo un momento crítico en el que pudo peligrar la novia. Todos los García-Alonso, instigados por un primo de Mª José, dirigieron una manada de cerdos hacia la entrada de la Basílica en el momento en el que salían los novios. Menos mal que funcionó el sistema de seguridad y los cerdos fueron dispersados en otra dirección.

 

II

Año 1.977. En septiembre Purina comienza a dar clases en Ayalde. Ruth está ya en 2º de BUP. Todo va bien hasta el día uno de noviembre que Ruth se despierta con un fuerte dolor de cabeza y trastornos en la vista. A medio día está tan grave, que le administran la extremaunción.

Al llegar aquí reformateando y revisando el texto, no puedo menos que entrometerme y completar el escuetísimo relato de papá. Recuerdo que por entonces yo vivía en Abando. Llegué de la Facultad (Lejona) justo para comer. El director, que me estaba esperando, me dijo:

Ha llamado tu padre; que vayas a casa.

Vale. Como y voy.

No, no. Que vayas ahora.

Pero si me muero de hambre. No tardo nada.

No me valieron los argumentos, y allí fui yo, pensando que o el director o mi padre (o ambos) se habían vuelto locos; no se me ocurrió pensar que pudiera pasar nada fuera de lo normal. Al llegar a casa, me abrió la puerta papá y me dijo en voz baja que fuera al fondo, al cuarto de mis hermanas (justo donde estoy escribiendo hoy estos recuerdos). Voy y veo a un cura de pie, y a mi hermana en la cama. Al principio pensé que le estaban dando la Comunión, pero enseguida me di cuenta de que era la unción. Siempre he tenido la suerte de enterarme de las cosas por medios no normales.

Después de verla varios médicos, decidimos llevarla a la Clínica Universitaria de Pamplona. Tuvo la suerte de poder estrenar el escáner, que dio el diagnóstico: un pinealoma que obstruía el Acueducto de Silvio provocando un cuadro de hipertensión craneal. La intervenieron quirúrgicamente, colocándola un tubo con una válvula que vacía el líquido del cerebro al corazón.

Durante esos días, me fui a vivir a Belagua I para acompañar a Ruth y mamá. El primer día en la habitación después de la cirugía, estábamos con las luces apagadas y la persiana cerrada casi del todo, pues le molestaba mucho la luz. Recuerdo que llegó la neurólogo con una enfermera, y muy suavecito le preguntó:

Ruth, ¿cómo te encuentras? A lo que contestó en un susurro apenas audible:

No me encuentro. La Dra. de Castro se asustó, y volvió a preguntar:

¿Qué es eso de que no te encuentras?

No me encuentro, porque no me busco.

Médico y enfermera dejaron caer sus bártulos y salieron de la habitación a la carrera. Extrañado, salí de la habitación y me las encontré a las dos llorando a moco tendido en el pasillo. Fue una de las muchas lecciones que dio la mocosilla durante aquella enfermedad.

Recuperada del tratamiento quirúrgico, la hipertensión craneal había desaparecido, pero el tumor allí seguía. No era posible extirparlo (se encuentra en el mismísimo centro del cerebro), y la radio y quimio no locuraban. A pesar del excepticismo mío y de papá (que nos oponíamos), los médicos insistieron en darle esos tratamientos por si, entre tanto, surgía algún remedio eficaz. Para facilitar las cosas, se optó por continuar el tratamiento en Bilbao. Cedo el relato de nuevo a papá, aunque me temo que tendré que volver a interpolar, pues le noto remiso a la hora de dar detalles.

Yo le acompañaba a Cruces (para las corrientes) y mientras esperábamos le explicaba la Física y las Matemáticas para que ella no forzara la vista. Las asignaturas de letras las seguía con una caset que grababa Purina. Pasado un mes pudo incorporarse a las clases, ya restablecida y terminar el curso con el mismo éxito de siempre. Parece que le estoy viendo salir hacia el autobús con su gorrito de los colores del uniforme, pues como es preciso en estos casos la habían afeitado la cabeza. Fue lo que más le costó, es presumida y todavía no estaban de moda las cabezas rapadas.

Recuerdo el cuidado que se ponía para no hablar de tumor ni de radiaciones; parecía que así conseguíamos que ella no se enterara. Caímos del guindo cuando en una carta a la abueli le describía con detalle la bomba de cobalto y sus usos y aplicaciones. A pesar de todo, seguimos con el teatro. Durante los primeros días en casa, seguía teniendo que estar en la habitación a oscuras. Aunque yo vivía en Abando, recuerdo que solían traer a chicas que iban por Ipar para que o bien les diera charlas o bien con sus comentarios normales las removiera.

Durante el tiempo que no podía ir al colegio, como Purina tuvo que reanudar las clases, era Pilar Robledo la que hacía las veces de madre, al lado de su cama. Hacían la oración, la lectura, rezaban el rosario….De estos ratos a la cabecera de Ruth podría contar mucho más Pilar

En el curso siguiente, ya estaba en 3º de BUP. Un día comenzó de nuevo con dolores de cabeza y alteraciones oculares. El neurólogo que la atendía se empeñaba en que la válvula funcionaba bien y que eso era manifestación del crecimiento del tumor, y que teníamos que resignarnos. Recuerdo el enfado que cogí, pues su argumento hacía agua por todas las esquinas si se miraba con algo más de lógica y menos supuestos médicos. Entró en coma. Resistiéndonos al juicio del colega, optamos por llevárnosla a Pamplona para que un scanner resolviera la polémica. Nunca olvidaré el viaje en la ambulancia: coches que por más luces y sirenas se negaban a apartarse. Menos mal que no llevaba armas, o más de uno hubiera visto su parsimonia compensada con un disgusto serio. Nada más llegar a Pamplona, se realizó un scanner (ahí comenzó mi amistad con el Dr. Zubieta, quien sigue todavía hoy en esa sección de radiodiagnóstico) comprobándose un importantísimo edema cerebral, con hidrocefalia: la válvula estaba obstruida.

Le colocaron una nueva válvula. Esto fue durante las vacaciones de Semana Santa. Se recuperó con rapidez y terminó el curso con éxito. Ruth tenía ilusión de estudiar medicina. Sin embargo, este acontecimiento le llevó a reflexionar y decidió que iba a vivir mejor sabiendo menos de asuntos médicos. Se pasó a letras porque le atraía el estudio de la filosofía.

 

III

Año 1.982. Viene el Papa a España. Pedro volviendo de Javier, el 6 de noviembre, sufre un aparatoso accidente de coche, que le mantiene ingresado en la Clínica Universitaria hasta el día 7 de diciembre. Milagrosamente sólo le quedaron unas cicatrices que no precisaron cirugía estética. El accidente no le impidió terminar el curso el las Facultades de Filosofía y Teología.

Recuerdo como estábamos papá y yo con él en la UVI cuando recuperó por primera vez el conocimiento, después de unos cinco días en coma. Abrió los ojos e intentó decir algo, pero la traqueostomía hacía que no saliera la voz. Papá le tapó el agujero del cuello con unas gasas, y pudimos entender su pregunta:

¿Qué hora es?

Las siete de la tarde.

Con esto, Pedro cerró los ojos. Al cabo de unos minutos, viendo que no decía ni hacía nada, le zarandeamos para reanimarle, temiendo que se desconectara de nuevo. Ante esto, vimos que se llevaba un dedo a los labios como pidiendo silencio. De nuevo intervino papá:

¿Qué pasa, Pedro?

—Es muy tarde, y tengo que hacer la oración. Sobran los comentarios.

Un rato después, terminada ya la oración, vino una enfermera para darle de cenar. No recuerdo exactamente, epro era algún tipo de caldo. La enfermera le llevaba la cuchara a la boca, pero Pedro no la abría: giraba la cabeza y hacía gestos. De nuevo volvimos a taparle con una gasa la traqueostomía para que hablara, y dijo:

¡Que no hemos bendecido la cena! Procedimos de inmediato a bendecirla y cenó sin más contratiempos. Todavía recuerdo la impresión que esto le produjo a la enfermera.

El 13 de diciembre celebrábamos las Bodas de Plata. Fuimos todos a Pamplona y Pedro, ya convaleciente, pudo estar en la Misa en el Oratorio de Arquitectura y en la comida y tertulia en el Hotel Ciudad de Pamplona. Nos acompañaron Pachi y Sabi que estuvieron muy unidos a nosotros, tanto en la enfermedad de Ruth como en el accidente de Pedro.

Fue muy emotivo el viaje que, invitados por ellos, hicimos a Roma para dar gracias a nuestro Padre en la Cripta de Bruno Buocci por la curación de Ruth. Fuimos los cinco. Un viaje inolvidable. Visitamos Venecia, Florencia, Génova, Padua, Siena y recorrimos Roma de punta a punta. Pachi no se cansaba de conducir.

Ruth estaba haciendo el Centro de Estudios y cuando propusimos el viaje al que estábamos invitados los tres, argumentamos que se trataba de cumplir una promesa de acción de gracias hecha por Sabi. Recuerdo que D. Juan Domingo dijo con mucha gracia:

En la próxima promesa que Sabi me incluya.

De lo anterior se deduce que, efectivamente, y contra todo pronóstico, el tumor de Ruth quedó reducido a una simple cicatriz en la glándula pineal. Aunque no se recuperó el paso en el Acueducto de Silvio, por lo que el tubo y la válvula han pasado a ser parte fija de su inventario.

 

Libro V
EMPIEZA EL DESFILE

 

I

Los veranos cambian. El número de "veraneantes" va disminuyendo entre los hermanos, 6, 5, 4, 3, dos... Ignacio y Purina vuelven a estar solos en Osorno, con los abuelos, como empezaron. También la familia de los Chaprestos ha disminuido, Fernando y Marta tampoco están ya en Osorno.

¿Dónde están?

Para explicarlo mejor daremos un salto atrás en el tiempo.

En el mes de julio de 1970 operaron a Purina de los pies, tenía alux valgus, vulgarmente llamados juanetes. Esto suponía un mes de estancia en clínica. Los niños se quedaron en Osorno con los abuelos, y el padre se quedó cuidando a la mamá siguiendo con su trabajo habitual. Durante este tiempo Purina pudo leer, pensar, recibir visitas… Entre los muchos libros que cayeron en sus manos estaba "Ascética meditada" de S. Canals; se lo había llevado Mari Feli, "para que lo leas despacito, cada día un poco" le dijo. El libro tenía gancho. Nada de un ratito, lo dejaba para el día siguiente, pero… imposible, volvía a retomarlo otra vez. Un día me dijo

Este libro es buenísimo, tienes que leerlo.

Después de echarlo un vistazo me atreví a decir que todo eso ya lo sabía. Pero ella insistió y puso ante mis ojos el capítulo sobre la mansedumbre. Aquello ya me pareció otra cosa y terminé leyendo el libro. Así es como llegamos a la conclusión de que la espiritualidad del Opus Dei no era sólo para unos pocos. Momento que aprovecharon nuestros amigos Eguirón para hablarnos más a fondo de la Obra y acercarnos a medios de formación, cuando los pies de Purina empezaron a caminar. Mientras tanto no perdieron el tiempo, nos hablaban, seguían poniendo libros en nuestras manos y rezaban por nosotros.

El 31 de julio, desde la clínica, salimos para Osorno. Con nosotros iba también Josemari, que había estado ingresado por una operación de recto y les dieron de alta a la vez. Está claro que a estos dos hermanos les unen todas las circunstancias de la vida. En la huerta de Osorno era fácil vivir el postoperatorio: todo era alegría y cariño, los niños alrededor jugaban y estimulaban aquellos primeros pasos "hoy hasta aquel peral, mañana ya hasta el manzano " y así, de árbol en árbol volvía a caminar la mamá. A ella se le hacía largo y a veces penoso, y un día hablando con la abueli le dijo:

— En cuanto vaya a Bilbao me voy a Islabe.

Ella se asustó, no conocía Islabe y creyó que era algo así como "me voy al manicomio". Con mucho cariño le contestó:

— Hija, parece mentira que digas eso, si tenías que estar dando gracias a Dios.

Respiró cuando Purina le explicó que Islabe es una casa de retiros, y que había llegado a la conclusión que necesitaba un retiro espiritual para volver a caminar con garbo en la vida corriente. Esto a la abueli ya le pareció estupendo, y más cuando Purina le explicó que a veces conocidas suyas arreglaban estas cuestiones marchando a Canarias a descansar.

Pasó el verano, empezó el curso normal y ya bien organizados los colegios y la casa, a primeros de diciembre, Purina se fue a Islabe con MariFeli. Volvió feliz. Era la víspera de la Inmaculada y me llamó a la consulta para decirme que esa noche empezaba un retiro para hombres en Islabe y que debía de ir yo. Contesté que tenía mucho trabajo, que en ese momento estaba viendo enfermos y que ya hablaríamos para otra ocasión. Insistió. Puse otra excusa, había huelga de estudiantes al día siguiente y no quería dejarla sola con los siete. Siguió insistiendo y prometió que sólo saldrían a la calle para ir a Misa. Yo volví a casa sin acordarme ya de lo hablado y me encontré la maleta preparada. Conclusión, que me fui a Islabe. Por algo había elegido yo un primer piso para vivir porque es cierto el dicho "si la mujer te pide que te tires por la ventana ruega a Dios vivir en un primero". La verdad es que nunca una maleta me acompañó a mejor viaje.

Por entonces ya nos confesábamos con D. Joaquín Madoz y los mayores iban por un Club de la Obra.

Purina no lo pensó mucho tiempo, comenzó el 71 siendo ya de la Obra. En mayo la seguía yo; Alex cuando cumplió los catorce años y medio; después Nacho, Pedro, Ruth, Andrés, Santi y Miryam. El mismo camino siguieron Fernando y Marta. Esto explica que el número de veraneantes fuera disminuyendo todos los años.

II

Quizás venga bien insertar aquí algo que, bajo el título "Nos hemos contagiado", escribí hace ahora veinte años.

Mientras estudiaba en la universidad, allá por los años cincuenta, conocí a algunos compañeros que eran socios de la Obra. Algunos prejuicios infundados me alejaron entonces de la labor apostólica, pero, como luego he podido comprobar, lo que rezaron por mí aquellos amigos no cayó en saco roto.

Habían pasado veinte años, me había casado y teníamos siete hijos. Mi mujer tuvo que someterse a una intervención quirúrgica y permaneció hospitalizada durante un mes. Entre las amigas que la visitaban, una le dejó un libro de espiritualidad escrito por un sacerdote de la Obra. Le gustó mucho y me lo pasó. Después volvimos a leer Camino, que ya conocíamos de nuestros años de la universidad.

Tras unos meses de convalecencia en el campo, volvió a casa con más salud, y después de hablar con su amiga, resolvió asistir a un curso de retiro.

Regresó un jueves. Yo llegaba a comer a casa con la ilusión de verla y la encontré feliz.

— Esta tarde empieza otro para hombres. Vete, que te hace falta.

No me valieron excusas: a las nueve comenzaba mi primer curso de retiro en Casa. En pocas horas se habían roto los prejuicios de años. Unos meses más tarde pité.

El mayor de nuestros siete hijos, Alex, tenía ya trece años. Decidimos llevar a los mayorcitos a un Club promovido por socios de la Obra y Cooperadores, y ellos se sintieron muy a gusto: hacían excursiones, deporte, tenían nuevos amigos.

En octubre de 1972, cuando nuestro Padre pasó por nuestra ciudad durante su catequesis de dos meses en España y Portugal, Alex asistió a una de las tertulias para chicos de San Rafael: volvió a casa removido; le habían ganado el cariño y la sencillez de nuestro Fundador,

Llegó el verano y Alex comunicó que tenía sus planes para esos meses... Al fin nos comunicó la noticia: había pedido la admisión como Numerario. Fue una de las alegrías mayores de mi vida.

Nacho, al enterarse, decidió no volver al Club porque no quería seguir el camino de su hermano. Le hicimos caer en la cuenta de que el hecho de acudir al Club no significaba hacerse de la Obra, porque la vocación es divina: aunque Dios no se la diera a él, podía seguir formándose en el Club. Lo entendió muy bien y se quedó tranquilo.

Llegaban las vacaciones de Semana Santa. Nacho quería participar en la Convivencia internacional en Roma, pero en el Club le advirtieron que todas las plazas estaban ocupadas. Con todo, no perdimos la esperanza: preparamos el pasaporte, las liras, la maleta. Pero la misma víspera de la partida parecía no haber ninguna posibilidad. El jueves, a las cinco, pasé por casa un momento, a recoger algo. Sonó el teléfono: ¡había una plaza!, porque alguien, a última hora, no pudo ir. Sin embargo, el autobús partía justamente a las seis. Tuvimos que organizar una complicada operación, pero a las seis Nacho salió rumbo a Roma.

A la vuelta, su comentario sobre la Convivencia fue:

— ¡Qué pena no haber nacido tres meses antes...!

Pasaron los tres meses, y un día su madre advirtió que venía a casa muy nervioso:

— Algo tienes tú que contarme...

Efectivamente, había pitado. Unos años más tarde, comenzó Medicina y se fue a vivir a un Centro. Cuando algunos amigos se extrañaban de que nuestro hijo viviera a quinientos metros de casa, mi mujer les explicaba:

-¿Y no voy a estar contenta? Los padres queremos siempre lo mejor para los hijos, y no puedes negar que él ha sabido escogerlo.

Pedro es el tercero. A los doce años le preguntaron en una encuesta si conocía algunas personas que vivieran de verdad el cristianismo.

— Conozco a los del Opus Dei

Su madre, al enterarse, pinchó un poco:

— Y tú, ¿cómo lo sabes?

— No voy a saber, si soy del Opus Dei ...

— Pero tú sólo eres socio del Club, aunque lo dirijan personas de la Obra.

Pedro, algo sorprendido, recapacitó:

— Pues yo soy — ¿cómo te lo diría?-, como un recluta del Opus Dei.

Cuando tuvo la edad le hicieron esperar cinco meses, aunque insistía a todas horas.

A medida que los hijos crecían, mi mujer se daba cuenta de que el cuidado de la casa le llevaba menos tiempo y decidió dar clases en un Colegio en el que trabajan varias asociadas de la Obra. Se sintió rejuvenecida aquel día, primero de curso, cuando salió de casa con nuestras dos hijas a coger el autobús del Colegio a las ocho de la mañana.

Ruth había escrito al Padre pidiéndole que hiciera con ella una excepción: tenía sólo trece años. Pero también tuvo que esperar. Poco después de pitar padeció una grave enfermedad que le afectó la visión. Nos edificó a todos verla recibir amigas en su habitación a oscuras y hacer tanto apostolado. Yo estoy convencido de que Ruth tuvo mucho que ver también con el pitaje de sus tíos. Por fin, mi hija consiguió la curación.

Santi y Miryam, los más pequeños, son gemelos y están a punto de cumplir los catorce años. En septiembre. Andrés, el que les precede en edad, volvía de una Convivencia. Santi dijo a su hermana:

-Si mañana, siendo vacaciones, Andrés se levanta a las siete para ir a Misa al Club, Numerario tenemos.

A la mañana siguiente, Andrés se levantó a las siete.

 

III

Alex fue el primero que salió de casa. Terminó el bachiller y decidió estudiar Ingeniero Industrial en la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra en San Sebastián.

Fue a vivir al Colegio Mayor Ayete; allí vivió durante toda la carrera. Cuando terminó, empezó a trabajar en la Escuela y en el CEIT, dedicándose especialmente a la investigación, a la vez que iba preparando su tesis doctoral. Con motivo de sus proyectos en investigación ha viajado durante años a distintos países de Europa y América del Norte. Después de defender su tesis doctoral, ya preparado para la docencia universitaria, ha cambiado el rumbo de su trabajo y en la actualidad es Profesor Titular por oposición en la Universidad del País Vasco.

Nacho, contra los consejos de su padre, no quiso ir a estudiar a Pamplona y prefirió hacer la carrera de Medicina en la Universidad del País Vasco. En tercero de carrera sacó la oposición de alumno interno en Cirugía, y desde entonces se ha mantenido cerca del Dr. Méndez. Defendió la tesis doctoral y pronto sacó la plaza de Profesor Titular, dedicándose especialmente a trabajos de Investigación Quirúrgica. Desde entonces dirige ese Departamento con gran dedicación, que se ha visto premiada dos veces con el Premio Nacional al mejor trabajo de Investigación Quirúrgica. Son muchas las "tareas" que Nacho desarrolla. El podría detallarlo. Pero lo que aquí queremos manifestar es cuándo y cómo dejó Mª Díaz de Haro 7: se entiende que, igual que Alex, el verano que terminó el bachiller. Otra vez la cama se quedó preparada y sin "mochuelo", que se fue a otro olivo. Con esta segunda vez Purina aprendió la lección que se iba a repetir durante años.

La verdad es que Nacho, a pesar de sus múltiples tareas, saca tiempo para cuidar la "decoración" y "modernización" de Mª Díaz de Haro, y contribuir con ello al cuidado del "rejuvenecimiento" de sus moradores: Ignacio y Purina.

Pedro nos dejó antes de empezar la carrera. Estudiando COU fue a vivir al Colegio Mayor Bidealde en Bilbao. Decidió hacer la carrera de Filosofía en la Universidad de Navarra y, por tal motivo, fue a vivir a Pamplona. A la vez hizo Teología. Terminada la carrera y con la tesis doctoral en Filosofía empezada, empezó a impartir clases en el Colegio Gaztelueta durante unos años. Siendo ya doctor en Filosofía fue a Madrid para hacer un Master en Dirección de Empresas. Consigue salir triunfante con gran mérito, si tenemos en cuenta que tuvo que enfrentarse con las matemáticas que había dejado tiempo atrás. Su vocación docente seguía palpitando y siguió el camino de la enseñanza en la Universidad, impartiendo la asignatura de Empresa en la Facultad de Periodismo del CEES. Esto le lleva a pensar que debe de hacer un doctorado en Periodismo y se lanza a ello con ilusión. El mismo año defiende su Tesis de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la de Teología en la Universidad de Navarra. Estrenó birrete tricolor.

Ruth no nos deja tan rápidamente. Debido a la operación de la que ya hemos hablado, parecía prudente que siguiera en la casa paterna un año más. Ella quería estudiar Filosofía en la Universidad de Navarra, pero cambió sus planes y empezó la carrera de Historia en la Universidad de Deusto. Pasó un curso tranquilo; su salud había mejorado y ella se encontraba físicamente normal, a pesar de que lo prudente era vigilarle. Las notas fueron muy buenas. Con estos resultados ya podía ir a vivir a Pamplona: decidió dejar la Historia y empezar Filosofía. Quería simultanear las dos carreras, pero le aconsejamos que no se forzara. Cuando terminó la carrera empezó a preparar oposiciones de Instituto y a la vez a trabajar en su tesis doctoral que defendió el mismo año que sacó la oposición. Dejó Pamplona por el nuevo destino, un Instituto de Logroño y en la actualidad trabaja en el Instituto de Laguna de Valladolid.

Andrés, al comenzar 3º de BUP se fue a vivir a Negubide. Qué pequeño nos parecía, pero qué mayor era. No se fue solo, decidió que ya no nos iba a hacer falta la máquina de planchar y se la llevó para la administración de la casa. Cuando comenzó la carrera de Ingeniero Industrial en Bilbao, pasó a vivir a Bidealde. Cursó el primer año, el más duro, y al comenzar segundo curso trasladó la matrícula a la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra en San Sebastián, donde terminó la carrera, viviendo en el Colegio Mayor Ayete. En seguida empezó a trabajar en la Escuela y en el CEIT, donde continúa hasta hoy. A la vez preparaba su tesis doctoral que una vez defendida, sirvió para desarrollar, en colaboración con Nacho, un proyecto industrial de aplicación médica; también Santi tuvo aquí su granito de arena. El curso 97-98 vivió una experiencia muy interesante: estuvo trabajando en Erlanguen (Alemania) en proyectos puntuales. Desde entonces con frecuencia va a Alemania para continuar los contactos con el centro donde trabajó.

Santi pasó a vivir en el Colegio Mayor Bidealde al comenzar a estudiar COU. Pronto vio su llamada al mundo de la ingeniería, y comenzó la carrera en la Escuela de Ingenieros de Bilbao. Cursó primero y segundo. Ya soñábamos con tener uno más en Bilbao, pero al comenzar tercero se matriculó en San Sebastián y también terminó la carrera en la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra, donde se doctoró después de haber vivido dos años en Roma. Defendida la tesis, ya doctor, tuvo su primer trabajo en La Coruña. En la actualidad trabaja en Madrid en la empresa CLESA. No ha perdido su afición a la jardinería, que practicaba en el Colegio Mayor Ayete, a pesar de los cambios de residencia.

IV

Miryam, siempre mostró una clara inclinación hacia los trabajos de la Administración. En el verano de primero de BUP nos pidió que la dejásemos pasar una temporadilla en la administración de Gaztelueta. Una tarde, sin previo aviso, fuimos a verla y la encontramos feliz manchada de chocolate hasta el flequillo, porque la habían encargado hacer todas las tartas para los residentes. Volvió a repetir la experiencia otro verano y vio con claridad que su carrera era la llamada entonces Ciencias Domésticas. Al terminar tercero de BUP hizo la experiencia en el Colegio Mayor Bidealde. Esa nos parecía a nosotros la prueba de fuego, por estar en el centro de Bilbao, sin jardín ni piscina. Otra visita, sin aviso, que hizo Purina nos convenció de que tenía muy claro su camino. Allí estaba amasando con fuerza y salero los bollos para el desayuno de los residentes. Durante el curso de COU murió la abuelita Pura, y ella le cuidó con tanto cariño y entrega que dio muestras de su "abnegación", virtud que ella creía necesaria para una buena administradora; así se lo enseñó Teté, cuando en el Club IPAR le daba clases de cocina. Terminado COU le llevamos a Madrid a vivir en el Colegio Mayor Alcor, donde pasó un curso estudiando Ciencias Domésticas en Madrid. La casa se quedó sin "niños". Lo que no podíamos imaginar es lo que vino después.

En el mes de Abril, nos anunció una visita. Venía a Bilbao a hacer una gestión. Y la gestión resultó ser que se iba a Guatemala y que allí haría la carrera. Purina se asustó y le dijo:

— Pero si allí no hay más que guerrilla, volcanes y terremotos. Inmediatamente contestó:

— Si sólo hubiera eso, el Padre no nos lo pediría; allí hay mucho que hacer.

En el acto entendió su madre que se trataba de entrega y no de terremotos. Su padre, muy emocionado, le dijo:

— No olvides que, mientras estés allí, pueden ocurrir muchas cosas; podemos "marcharnos" algunos de nosotros y tú estarás lejos; pero vale la pena, adelante Miryam.

Ese curso fuimos mucho a Madrid, parecía que queríamos atrapar el tiempo. Llegó el día de la despedida, vino a Bilbao y nos reunimos todos; hasta ahora ha sido la última vez, no hemos estado todos juntos nunca más. Tenemos un gran recuerdo de aquel día y unas fotos preciosas.

Su padre se equivocó cuando le dijo que no se volverían a ver hasta la eternidad. Ya hemos estado cuatro veces a verla en Guatemala, y hemos pasado unos días muy felices a su lado disfrutando de la belleza de aquella tierra y viviendo la labor tan maravillosa que desarrolla allí el Opus Dei.

Terminó la carrera que allí se denomina Administración de Instituciones. Ha terminado la licenciatura. Es una carrera oficial que se imparte en el IFES dependiendo de la Universidad Estatal y que desde el curso 98-99 ha pasado a depender de la nueva Universidad del Istmo, obra corporativa del Opus Dei. Esperamos que algún día haga el doctorado, si sus ocupaciones, que son muchas, se lo permiten.

Purina quiere añadir que se siente responsable de la marcha de Miryam a Guatemala. Cuando Marta terminó la carrera de Medicina, Purina pensó que si ésta salía al extranjero Sarita (su madre) lo iba a pasar muy mal y no lo iba a entender; y como hace siempre, se lo "contó" al Fundador del Opus Dei que ya estaba en el Cielo y pidió, por su intersección, que si esto iba a suceder sería mejor que primero se fuera uno de sus hijos; así Sarita lo entendería mejor. A los pocos días Miryam vino a anunciar su marcha. Por eso, después de decir lo de los terremotos recordó su petición. Poco tiempo después, Marta anunció que se iba a vivir a Roma, y además marchó antes de que Miryam saliera para Guatemala. Purina vuelve a "hablar" con el Padre y se encara para decirle:

— ¿Y para ir a Roma Marta, ésta se va tan lejos? No me lo has hecho bien.

Pero el tiempo aclaró todo. Dos años después, Fernando salía para Ecuador; allí sigue. También los Chaprestos han ido varias veces a verle, y como dice Fernando hijo

— ¡Qué pensarán los abuelos desde el Cielo! Estas locas por las Américas, y tú y yo, Pura, todo lo que viajamos fue a Palencia a comprar zapatos.

 

LIBRO VII
UNOS PADRES VIAJEROS

 

I

Consideramos que nuestro primer viaje a Guatemala vino llovido del Cielo. Me explicaré:

Mi trabajo en el ejercicio de la Medicina tenía varios frentes. En La Cruz Roja llevaba el servicio de Aparato Digestivo y Medicina Interna, teniendo a mi cargo enfermos que ahora se denominan "terminales". Entonces no existían Unidades del Dolor en los Hospitales, y los médicos eran muy reacios a atender este grupo de enfermos con los que no se obtenían resultados brillantes. Para mí ha sido y sigue siendo muy gratificante ayudar a vivir con paz los últimos días de estos pacientes.

No puedo resistirme a intercalar unas notas del "editor". Recuerdo que, en una ocasión, estando yo en la Cruz Roja para hacerme unos análisis, una de las monjas me dijo dos cosas que nunca se me olvidarán:

— Si consigues ser la mitad de santo que tu padre, tu vida habrá merecido de verdad la pena

— No recuerdo que ninguno de los enfermos atendidos aquí por tu padre haya muerto sin confesarse.

Sé que a papá no le va a hacer ninguna gracia leer esto, pero ya que me encargo de la maquetación del libro, tengo que poder permitirme algunas libertades. Por otra parte, sé que mis hermanos me agradecerán que haya dejado constancia de estos recuerdos. Varios más me vienen ahora a la cabeza, como cuando llegué a la habitación de la Cruz Roja en la que estaba ingresado el abuelo, y justo pude ver como le cerraba los párpados a su padre que acababa de morir. Con total sencillez -.y vivamente afectado— se volvió y me dijo:

— Quédate acompañándole que tengo que ir a pasar la consulta del seguro; eran las doce en punto (hora de comienzo de su consulta en el ambulatorio de Dr. Areilza, a dos minutos de la Cruz Roja).

Ni siquiera en un momento como ése consintió en que sus enfermos quedaran desatendidos. A la luz de este recuerdo quizás quienes me conocen puedan entender mejor mi sentido del deber que a veces alguno juzga exagerado; no es sino un intento de aproximarme a quien siempre ha sido mi modelo.

Pero dejo estas cosas para otro momento y devuelvo el protagonismo a "la pluma" de papá.

Son muchas las anécdotas que podría narrar, pero sólo voy a relatar una, por estar relacionada con momentos especiales de mi familia.

Pablo tenía poco más de veinte años cuando le vi por primera vez. El conocía ya su diagnóstico, un Hodgkin, y sabía que le quedaba muy poco tiempo de vida. Ya en la primera visita me dijo que no le perdonaba a Dios que le llevara de este mundo tan joven. En cada visita él sacaba algún tema espiritual y me decidí a recomendarle que leyera todos los días un rato el Evangelio. Así lo hizo. Las conversaciones en este sentido seguían. El tenía confianza conmigo y esperaba con ilusión mi visita. Durante unos días falté debido a la operación de Ruth en Pamplona. Cuando volví a visitarle lo primero que me dijo fue:

— Su hija se curará, yo he ofrecido mi vida por ella.

A partir de ahí, él empezó a rezar, vivía contento y lleno de paz. Se acercaba la Navidad. Pidió que le pusieran un pequeño Belén en su mesita de noche. Se confesó y murió con mucha paz durante las Fiestas de Navidad.

Además tenía consulta de Aparato Digestivo en la Seguridad Social, y aún me quedaba tiempo para atender mi consulta particular.

Trabajaba también en Altos Hornos como Médico de Empresa, y atendía otra empresa pequeña cercana a mi domicilio: Comercial de Electricidad.

Con este panorama se supone que empezaba a trabajar a las ocho de la mañana y terminaba a las ocho o nueve de la noche.

Llegó un momento que pensé que debía dejar el trabajo de Comercial de Electricidad, y el 31 de diciembre me presenté en la empresa dispuesto a felicitar el Año Nuevo y decirles que me despedía. Entré en el despacho del Jefe de Personal y se adelantó a decirme que se veían obligados a prescindir de los Servicios Médicos, por reestructuración de la empresa, debido a problemas internos. Me ofreció una indemnización que acepté en el acto, puesto que yo no iba a pedir nada, sino a despedirme. Con este dinero, llovido del Cielo, nos fuimos a Guatemala a ver a Miryam.

Fue nuestro primer viaje a aquellas tierras. Después hemos podido ir otras tres veces. Es un País muy "lindo". Los guatemaltecos son de lo más entrañable y nos acogen y atienden con verdadero cariño.

Nos hemos convertido en padres viajeros: Roma, Pamplona, Logroño, La Coruña, Madrid, Valladolid, San Sebastián... son los puntos más visitados hasta ahora. Los itinerarios varían de acuerdo con los cambios de domicilio de nuestros hijos.

II

En ese primer viaje a Guatemala celebramos mis sesenta años. Miryam vivía entonces en Altavista, una casa de retiros situada a unos veinte kilómetros del centro de Guatemala, en Mixco, en lo alto de un monte. Desde allí se contempla una vista grandiosa de la ciudad, los volcanes y los lagos. Llevamos una cámara de vídeo, que nos dejó Nicolás Ayesta, y tenemos un precioso recuerdo, a pesar de que el cámara era novato. Nos invitaron a visitar Antigua, la primera capital de Guatemala, que en el pasado fue asolada por una inundación producida por el deshielo del cráter del volcán de El Agua. Reconstruida, siglos más tarde fue destruida por un terremoto. Se conservan restos de los principales edificios coloniales: Universidad, Conventos, Iglesias... En la actualidad es una ciudad turística, patrimonio de la humanidad. Otro de los días nos llevaron a visitar Chichicastenango, ciudad muy conocida por su sabor típico, con sus mercados llenos del colorido de sus telas y bordados. Recordamos con emoción el día que pasamos invitados por Cristina señora de Echeverría, madre de Cecilia, en su plantación de café, en la falda del volcán.

No paramos. Ya nos había dicho D. Antonio a la llegada:

— Dejaos chinear (agasajar).

En el viaje de vuelta vivimos una experiencia dura. Ya estábamos llegando a Santo Domingo cuando entramos en una zona de tormenta que no permitía el aterrizaje en la isla. Sobrevolamos varias veces. Cundió el pánico entre los pasajeros. Las azafatas desaparecieron y habló el sobrecargo pretendiendo tranquilizar a todos, pero sin ocultar que el momento era difícil. En vista de la imposibilidad de aterrizar, seguimos rumbo a Puerto Rico. No había tormenta, desde el avión veíamos la isla iluminada y la tranquilidad volvió a reinar entre los pasajeros. Pero duró poco, porque ante un aviso de que la tormenta había amainado y muchos de los pasajeros iban a dejar el avión en Santo Domingo, volvieron a cambiar el rumbo y a intentar aterrizar en la isla. Después de tres intentos fallidos aterrizó con gran estruendo; creíamos que se desmantelaba el aparato. Téngase en cuenta que era nuestro primer viaje transoceánico. No hemos visto nunca una tormenta semejante, más que en las películas. Las gotas de agua eran tan grandes como nueces. Recogían a los pasajeros bajo unos enormes paraguas, lo que nos hizo pensar que esto era más frecuente de lo que creíamos. Los que bajaban nos miraban con cara de pena a los que teníamos que cruzar todavía el Atlántico.

III

Los acontecimientos poco agradables suelen olvidarse pronto, pero cuando dos años más tarde, en el 90, decidimos volver a Guatemala preparábamos el viaje con una cierta seriedad. Hasta que un día Purina me preguntó si tenía miedo, porque ella no me lo ocultaba. Después de ese cambio de impresiones llegamos a la conclusión de que si llega nuestra hora lo mismo da estar en tierra que en el aire, y preparamos el viaje con la misma alegría que la primera vez.

Miryam seguía viviendo en Altavista. En una carta nos había relatado que ese año para hacer los tamales en Navidad habían comprado una cerda y la habían sacrificado en la finca, con la ayuda del guarda. Carta que copio:

Habíamos quedado en que este año no íbamos a comprar el cerdo ya destazado, porque el año pasado la que nos lo vendió se quedó con una parte. Cuando Mary regresó de El Salvador ya lo habíamos comprado y aquí lo teníamos listo para el holocausto. La libra de carne ahorita cuesta entre 8 y 10 Q. La cerda costó 200 Q. Y pensábamos que saldrían más o menos 30 libras de carne (240 Q, 40 Q ahorrados). Salieron 41 ¼ libras de carne, 6 de moranga y 5 de chicharrón (14 Q la libra) Nos ahorramos 400 Q, más o menos.

Hay que matarlo al amanecer, porque si nos agarra el sol de la mañana es fácil que se descomponga la carne. Por la noche alistamos focos, cuchillos, latas grandes para hervir el agua… Todas querían estar, pero hubiera sido un relajo. Sólo estuvimos 5 y Crisanto con su hijo. Nos levantamos a las cuatro y fuimos a encender el fuego (fue arriba en la churrasquera); la bendita bicha tenía mucha fuerza, pesaba más de 200 libras. La agarraron entre 4 y Crisanto la golpeó con el revés del hacha para atontarla. Tuvimos que amarrarle la trompa para que no gritara tanto. Atada de las patas la subimos a una mesa (todo esto a la luz de la luna, las estrellas y una lámpara). Una la agarraba de las patas, otra de otras, yo de una oreja y del lomo. En total 5 la agarrábamos porque se quería soltar. Crisanto la metió el cuchillo (eran las 5 de la mañana), las que no estaban oían los gritos. Sólo nosotras nos podemos permitir el lujo, por no tener vecinos.

El agua debe estar hirviendo, se echa sobre el animal y con cuchillos se le va pelando (sin cortar, es sólo afeitar ). Nos dieron las seis y cuarto apenas terminando de pelarla. Yo me fui a Misa a Mixco, y al regreso nos quedamos partiendo la carne para los tamales y haciendo los chicharrones (corteza). Aprovechamos toditito. Me acordé mucho de la abuelita por la asadurilla. A eso de las diez y media ya teníamos todo. Aquí hacen la moranga con la pura sangre, cebolla... y condimentos. Yo les sugerí que echasen arroz como en España. Nos chupamos los dedos, quedó tan rica que ameritaba ser aperitivo de fiesta. Con los chicharrones hicimos pupusas salvadoreñas (se hacen con masa de maíz, y son una delicia; llevan el chicharrón machacado dentro, o queso, o frijol).

Al día siguiente tocaba hacer tamales. Fui a comprar el maíz y al día siguiente tempranito fuimos a moler al molino. Llevábamos 40 libras de maíz y cinco de arroz, se muele junto. Para ahorrar gas también cocimos arriba. La masa se pone al fuego con sal y manteca de cerdo y se mueve hasta que "endura", como dicen aquí. Ya teníamos limpias las hojas y hecho el recado, se hace con tomate, chile, pasa… y montón de condimentos, y se muele. Al venir de Misa ya teníamos el fuego listo. Mientras una movía la masa, otra ponía a cocinar la carne de cerdo (la gente lo mete cruda al tamal, pero eso supone cocinarlos mucho más tiempo). Cuando las patojas salieron de Misa ya teníamos una gran olla de masa para comenzar a formar. Yo estaba que ya no podía con mi alma y me fui a hacer un trabajo más sedentario. Ya con la masa lista sólo es poner la masa, recado y un trocito de carne, envolver en una hoja de sal (así se llama) y una de plátano, amarrar y poner a cocinar una hora y media. Salieron 620 tamales chapines y 30 salvadoreños (son dulces y menos condimentados).

El día del cerdo otras dos se encargaron de matar un chompipe (pavo) que nos habían regalado. Alegre ¿no? Y ayer una señora nos regaló una pollita que mataremos hoy. En resumen. Si Villaizán quiere, aquí hay trabajo.

Junto a esto hicimos un montón de galletas (creo que pasaron de 2.500) y rellenamos 20 pollos y un pavo. No ha habido tiempo de aburrirse. Eso sí, yo me hice la loca: 3 días no puse el despertador, porque la gente estaba molida y ahorita viene curso y nos toca duro. ¿Dónde pasaré la Navidad 92? Presiento que en Zunil. Ya les diré. Realmmente que descomplicado es en España, sólo turrón.

Esta vez, además de volver a Antigua visitamos el sitio arqueológico de Iximché, en la zona de Chimaltenango, donde, según la tradición, se celebró la primera Misa de América Central.

El Dr. Arriola y Norma, su señora, nos invitaron a pasar un día en una hacienda, en la costa del Pacífico, propiedad de un hermano de Norma. A las seis de la mañana ya estábamos en camino. Atravesamos kilómetros y kilómetros de plantaciones de caña de azúcar (ingenios) y tomamos una carretera estrecha a través de pequeños poblados, que surgían entre la vegetación tropical. Llegamos a la hacienda. Era inmensa, estaba dedicada a la cría de ganado vacuno, para engorde, destinada a mercados de E.E.U.U. Por primera vez vimos un ñu. Allí crecían plantas de plátano, coco, papaya, mangos… Es una tierra muy rica que puede dar hasta cuatro cosechas al año, rotando cultivos. Cosa curiosa, las estacas que ponen para separar distintos espacios de tierra, florecen. Al frente de todo estaba Efraín, con su familia, que recorría la hacienda montado a caballo. A un silbido suyo aparecían cientos de terneras de color canela, como un ejército en formación. Todo un espectáculo. De vez en cuando surcaban el cielo pequeñas bandadas de pájaros, como loros de pequeño tamaño, con un colorido impresionante, de tonos verdes y rojos.

Unos kilómetros más y llegamos a una playa solitaria del Pacífico, que a derecha e izquierda se perdía en la lejanía. Nos sentamos a la sombra de las palmeras, al borde de la playa, para contemplar el espectáculo maravilloso de un mar bravo y rugiente. A lo lejos aparecieron, jugando sobre las olas, una pareja de pelícanos. Miryam y yo nos fuimos al agua, con intención de saltar aquellas olas gigantes, como hacíamos en Laga. Pero, nada más entrar, vinieron hacia mí, no una, sino tres olas enormes, cada una por un sitio. Salvé la difícil situación y me salí diciendo

— Éste, de pacífico no tiene más que el nombre.

Sin embargo, Miryam siguió "jugando" a pesar de que 15 días antes lo había pasado muy mal con una especie de resaca, que allí llaman alfaque: un cruce de corrientes de distinta temperatura que forman unos remolinos de tal fuerza que si intentas salvarlos te arrastran; no hay más solución que dejarse llevar por ellos y que con suerte te saquen a tierra.

IV

En enero del 91 tuvimos la gran alegría de poder asistir a la Ordenación Episcopal de D. Alvaro del Portillo. Coincidió con la estancia de Santi en Roma. Cuando terminó la ceremonia nos acercamos a Santa Cecilia, donde era la recepción de invitados, y al final pudimos felicitar personalmente a D. Alvaro. Fueron unos momentos muy emotivos: me abrazó y nos dijo que se apoyaba en nuestra familia, y nos pidió que fuéramos muy fieles. Este abrazo ha pasado a la posteridad: alguien hizo una foto en ese instante, foto que llegó a Pamplona, entre otras, y nos la enviaron. Nacho se ocupó de reproducirla para sus hermanos.

En octubre del mismo año volvimos a Roma para pasar unos días con Santi, con la ilusión de que nos recibiera el Padre. Y así sucedió. Nos recibió a los tres. Charlamos en familia. Nos habían dicho que le contásemos muchas cosas y le enseñásemos fotos de los demás hijos. En fin que procuráramos que lo pasara muy bien.

Salió el Padre a las doce cincuenta y cinco. Estaba de muy buen aspecto, sonriente y muy cariñoso. Preguntó ¿cómo habéis encontrado a vuestro hijo?. Le besamos la mano, hincando la rodilla, y nos sentamos.

Habló de acción de gracias, de petición.

— Pedid y recibiréis. A veces no nos da en el momento, quiere que recemos más y aumentemos en fe, esperanza y caridad.

Yo le dije:

— Soy amigo de D. Tomás Gutierrez desde pequeño; fuimos juntos al Colegio de La Salle de Valladolid y estuvimos juntos en Acción Católica de Universitarios. Luego él se fue a Granada. A mí me hablaron pero no entendí. Yo tenía novia y quería casarme.

El padre contestó:

— Tú lo viste claro, sabías cuál era el camino que Dios te marcaba. Tu novia era Purina, y para ti Purina fue la luz; y para ti, Purina, la luz fue Ignacio. Teníais esa luz clara; lo demás lo habéis visto después. Así son las cosas de Dios. Cada uno en cada momento ve lo que el Espíritu Santo quiere para él.

Yo seguí diciendo cómo una vez le dije a D. Tomás:

— Pensarías que tus oraciones se habían perdido, que conmigo no había nada que hacer... y ahora fíjate cuántos somos.

— Nunca, nunca se pierde la oración —dijo el Padre—. Dios tiene su momento. Le pedimos, le pedimos y parece, a veces, que tarda en contestar; hay que seguir pidiendo.

— Sus cartas, cuando Ruth estuvo enferma, nos dieron mucha paz —dijo mamá—, y quiero enseñarle una foto suya de ahora. Está muy bien, muy contenta; vive en Logroño.

Bendijo la foto. Reconoció el sitio donde estaba sacada, el Espolón.

— ¡Qué guapa es! —Dijo—. Mamá le contó que tuerce un poquito un ojo desde la operación.

—¡No importa! —Añadió el Padre—. Mamá le contó que Ruth dice que le pide a nuestro Padre que termine el favor con ella y se lo ponga derecho.

— Sí, que pida, que pida —Añadió el Padre—.

Le enseñamos las fotos de Miryam en la excursión a un volcán; estaba con las numerarias auxiliares. Decía, con ilusión:

— Trae, trae… Le bendigo a ella y bendigo a todas.

Nos dijo que ha habido momentos malos en Guatemala, que lo han pasado mal y ahora están bien, se hace mucho apostolado. Mamá le contó una anécdota del padre de una alumna de Zunil. La patoja estudiaba poco y le avisaron que si seguía así podía perder la beca de estudios, y le pidieron que él ayudara a convencer a la niña. El las dijo, con su mal castellano:

— Es importante padres y maestros ir juntos —ponía las manos paralelas—, siempre así, si no ir así no poder educar; aquí pueden cambiar maestras pero aquí siempre la misma alegría; es de Dios.

El Padre dijo:

—¡Qué bonito! ¡Cómo se ve la acción del Espíritu Santo en las almas!

Cuando mamá le dijo que ella se lo contaba a los padres del Colegio de Ayalde y les decía " lo saben hasta los indios", el Padre añadió:

— Y en Africa los negros, y en China los chinos. Os voy a contar una anécdota muy bonita. Desde Pekín escribieron a Australia pidiendo que les mandaran alguna persona para dar un curso sobre virtudes humanas en el trabajo. Contestaron que son católicos y que les hablarían como católicos. "eso es lo que queremos", contestaron. La gente quiere saber. –Y volvió a hablar de la acción del Espíritu Santo en las almas.

— Como tú, Ignacio, viste entonces lo que te hizo ver. La vocación es la misma, es igual, santificación del trabajo; la disponibilidad es distinta. – Seguía con las fotos de Miryam. Santi le dijo:

— Es mi gemela, Padre; pitamos el mismo día.

—¿Gemela por eso? —preguntó el Padre—. Y le aclaramos que gemelos de nacimiento. Dijo:

—¡Cómo son los planes de Dios! En distintos sitios, tú aquí ella allá, y el mismo camino.

Yo me tiré un farol.

— Hemos batido el récord en Navarra. Tres hijos han defendido la tesis el mismo curso —y le enseñé la foto de Pedro y Ruth con Rafael Alvira—. Comentó:

— Ha estado aquí hace poco. Le pregunté por su padre ¿le conocéis? Tiene unos noventa años y todavía publica. Le decía a su hijo, "ya cuando trabajo tres horas seguidas me canso".

Quiso ver todas fotos. Mamá le pidió que bendijera unos rosarios que llevaba en el bolso y le dijo "no los saques, la bendición del sacerdote traspasa los cuerpos opacos". También bendijo la foto de Miryam y Paz Vazquez de Prada y se detuvo un rato a mirarla; le explicamos quién es Paz y recordaba a la familia.

Santi le pidió la bendición de una foto de toda la familia para enviársela a Miryam.

Entraron a llamarle. Ya habían entrado otra vez y dijo "vete, vete". Pero la segunda vez se puso de pié para darnos la bendición. Antes, Santi le entregó la lista que nos había dado Pedro, de chicos de Amura. Entre ellos había uno sueco. Leyó despacio y dijo:

— La guardo aquí, junto al corazón.

Nos regaló un rosario a cada uno. Sólo dos, me los dan contados. Besó la cruz antes. Para ti, Santi, no tengo.

Nos pusimos de rodillas. Dijo "la bendición del viaje que vais a hacer y del viaje de vuestra vida". En la bendición añadió una frase "tened siempre mucha devoción a la Virgen". Extendió las manos, a mí me la puso sobre la cabeza.

Me abrazó y cuando iba a abrazar a Santi dijo:

—¿Habéis visto en televisión cómo los rusos se saludan con tres besos?. Me ha dicho el Papa que es una costumbre eslava y que ellos no lo saben, pero que es en recuerdo de la Santísima Trinidad. Ahora, a este hijo mío le voy a dar tres besos. Se los dio y le abrazó muy fuerte.

Cuando nos íbamos le dijo a Santi:

— Tienes una madre muy guapa. Se lo puedo decir porque es tu madre, es mi hija y yo soy mayor.

El 16 de mayo del 92 volvimos a Roma con motivo de la beatificación de nuestro Padre, Josemaría Escrivá de Balaguer, que tuvo lugar el 17 de mayo. El mismo día 16, por la tarde, nos reunimos todos con Miryam, que había llegado de Guatemala. Sólo faltaba Ruth que no pudo ir porque tenía que examinar a sus alumnos de COU del instituto de Logroño. No me detengo a describir la beatificación porque creo que es algo para vivirlo, y cada uno tendrá sus intensos recuerdo.

Terminado el acto pudimos reunirnos para comer todos juntos, con Fernando y Marta, Josemari y Mª José, Pachi y Sabi. Ya he dicho, sólo faltó Ruth.

Miryam vino dos días a Bilbao y aquí pudo abrazar a su hermana Ruth, después de tantos años. Vinieron todos sus hermanos, faltaba Santi su gemelo que se quedó en Roma.

V

Al terminar el curso 93-94 Purina dejó Ayalde. Yo ya me había jubilado y decidió quedarse en casa conmigo. En la primavera del 95 volvimos a Guatemala, Miryam vivía en Zunil, centro de la Obra desde donde se lleva la administración del Colegio Mayor Ciudad Vieja y atiende una Escuela de Hotelería. Esta vez visitamos el lago de Atitlán, pasamos por Sololá, una excursión preciosa. Otro día Dña. Olga Mirón nos invitó a pasar el día en una plantación de café, donde había también árboles de cacao, bambú… y muchas variedades de flores desconocidas para nosotros. Volvimos nuevamente a Antigua y conocimos mejor la ciudad.

Una nueva excursión fue al lago de Amatitlán, a una finca con árboles centenarios y una piscina con agua caliente procedente del volcán. Llevaron comida típica, que degustamos en la terraza de la casa.

El último viaje (hasta ahora) a Guatemala, en 1997, fue con motivo de la defensa de la tesis de licenciatura de Miryam, que nos nombró padrinos. Los primeros días los pasamos en pleno ensayo. Fue un acto muy solemne y emotivo; tanto el tribunal como los padrinos y la "ponente" íbamos revestidos con el traje académico.

Pero no faltaron las excursiones. Un día a Antigua, otro al lago de Amatitlán y otro a la plantación de café de los Echeverría, Cristina y Raúl, donde estuvo también la tía abuela, que nos recitó versos de Machado.

VI

Santi vuelve de Roma. Termina y defiende la tesis doctoral de Ingeniero Industrial en la Escuela de Ingenieros de San Sebastián y empieza a trabajar en una empresa en La Coruña, por lo que nuestros viajes se extienden hacia Galicia en la primavera del 97 y 98, año éste en que se traslada a otra empresa en Madrid. Galicia nos traía muy buenos recuerdos, varias veces habíamos estado pasando unos días de vacaciones en el Parador de Bayona, desde donde visitamos Santiago de Compostela.

En septiembre del 96 Oscar Gómez Cantero se ordena sacerdote en Roma y acompañamos a sus padres, Andrés y Josefina, en viaje relámpago, pues ya había empezado el curso y Josefina no quería perder clases. Era la primera vez que asistíamos a una ordenación. En junio les habíamos acompañado a la ordenación de diácono en Torreciudad y en octubre fuimos a su primera Misa Solemne en Carrión de los Condes.

He relatado los viajes de larga distancia. Entre tanto continúan las visitas a San Sebastián, Valladolid y Madrid para ver a nuestros hijos. En estos años, coincidiendo con la estancia de Andrés en Alemania, le nombraron a Purina Becaria de Honor del Colegio Mayor Ayete, aumentando así su "curriculum". Es la segunda mujer a la que han concedido esta distinción. Purina fue elegida por los alumnos, en reconocimiento a su ayuda en la celebración de la Cabalgata de Reyes: les confeccionó los trajes con telas traídas de Guatemala.

Las Navidades las pasamos en Madrid desde el año en que murió la abuela Pura. Sarita y Fernando van a casa de Jano y Mª Jesús, y nosotros a la de Josemari y Mª José. El día de Navidad lo celebramos todos juntos comiendo en casa de Josemari. A la tertulia se unen Marta, Pedro y Santi, que viven en Madrid.

 

LIBRO VII
LA CASA SIGUE TENIENDO MOVIMIENTO

 

I

La casa vuelve a tener movimiento los fines de semana: Juan, Enrique y Luis.

Juan, hoy es médico (pediatra) y padre de familia. Casado con Mª Elena, tienen tres hijos.

Cuando empezó a venir a nuestra casa era estudiante de Medicina en Pamplona, y Mª Elena, su novia, hija de unos amigos nuestros, había terminado la carrera de Enfermería en la misma Universidad y estaba otra vez con sus padres en Bilbao. Juan venía a verla los fines de semana y dormía en nuestra casa. Vivimos con ilusión su carrera, la mili, el MIR, y la boda en Torreciudad. Pero, después de tener todo preparado, coincidió con la defensa de la tesis doctoral en Periodismo, de Pedro, en la Complutense de Madrid y no pudimos acompañarles.

Ya veterano en nuestra casa Juan, apareció Enrique. Es amigo de Andrés, Santi y Alex y trabajaba ya en al Escuela de Ingenieros de San Sebastián. Conoció a María, que vivía en Bilbao, y el flechazo fue rápido. Andrés nos propuso que le preparásemos otra habitación y así lo hicimos. Vino el primer fin de semana, y al despedirse nos dijo que el próximo iba a traer a su amigo Luis para presentarle a Virginia, hermana de María. Desde entonces la habitación pasó a ser duplex, pues otro flechazo preparó el camino. Las visitas de Enrique y Luis duraron poco más de un año, pues se casaron rápidamente. Hoy Enrique y María tienen 4 hijos, dos son gemelos ¿lo dará el convivir con los García-Alonso? Luis y Virginia tienen tres. Casi podemos decir que tenemos 10 nietos.

La casa sigue estando animada. De vez en cuando Andrés trae a "sus chicos", incluso hemos tenido convivencia de estudios. Nacho también trae a los suyos. Pedro nunca nos visita sin compañía. En fin que hemos nombrado al Arcángel San Rafael patrono de Mª Díaz de Haro 7 2º iz.

II

La Informática entra en casa.

Todos los hijos manejaban, de una forma u otra, el ordenador. Nacho tuvo la feliz idea de meternos en ese mundillo y, aprovechando que yo estaba en Islabe haciendo un curso de retiro, montó en casa un ordenador y enseñó a dar los primeros pasos a su madre. Cuando llegué, Purina, que sabía muy poco, me entusiasmó diciendo que era facilísimo y que me iba a gustar. Poco a poco fui metiéndome. Informaticé la tesorería de Pro Vida y comencé a escribir esta Historia y cartas a los hijos.

El segundo paso ha sido el correo electrónico, que nos ha permitido estar en contacto con todos, en particular con Andrés el año que pasó en Alemania y con Miryam, nos ha acercado a Guatemala, con Santi mientras vivió en La Coruña, incluso con Fernando en Ecuador.

 

LIBRO VIII
FIESTAS DE FAMILIA

 

I

Ya hemos hablado de la celebración de las Bodas de Plata en el 82. Desde entonces, decidimos celebrar una fiesta cada cinco años, y nos hemos reunido para celebrar el 30 aniversario y el 35. Se entiende que sin Miryam entre nosotros, pero tomando parte, desde Guatemala, con toda ilusión en los preparativos; y ese día hablamos todos con ella por teléfono.

El 13 de agosto del 93 cumplí 65 años y con ellos me llegó la jubilación. Prepararon una gran fiesta y como recuerdo tenemos un cuadro que voy a describir: un burro de noria, un cielo con siete estrellas y una leyenda "labor eius nos extulit".

Nacho había preparado todo con gran ilusión, pero no pudo estar porque, por asuntos de trabajo, salió para Denver el 10 de agosto. Dejó una carta que transcribo:

Querida familia:

"labor eius nos extulit"

Su trabajo nos ha encumbrado… Una vida de trabajo perseverante y silencioso… como el burro de noria, que a base de dar vueltas llega incluso a desgastar el terreno… la noria… Altos Hornos… el rojo y ocre del hierro y de los fuegos… El trabajo oculto que ahora queremos destacar colocándolo en un primer plano…

La vida… tantos años, tantas vueltas... Un paisaje lleno de relieves… con dificultades, con curvas… pero florido y con fruto.

Para algunos, ocaso... ¡Ciegos! ¡Es un continuo amanecer! Y allá, muy altas, siete estrellas… Muy altas… ¿Habrán estado siempre allí? Eso pensarán algunos… Ellas saben que ha sido la noria la que con su girar las ha ido colocando ahí arriba…Y ahora lucen, parecería que con luz propia. Pero no. Su luz es el reflejo de esos fuegos que arden en la noria… Y así, muchos que, al contemplarlas, son atraídos por las estrellas… no saben que, en realidad, ese fulgor que admiran y les mueve procede de ese burrito de noria.

En Bilbao, justo antes de salir hacia Denver, el diez de agosto de mil novecientos noventa y tres.

Al año siguiente le llegó el turno a Purina, que se despidió de Ayalde tras 17 años de trabajo en las aulas. Como siempre decía que era la única licenciada, no doctora, de la familia, se les ocurrió hacer un libro que titularon: PURINA "El árbol se conoce por la calidad del fruto". Es una recopilación de los curricula de todos y cada uno de los 7 hijos, incluido el padre, hasta ese momento, con una foto de todos con toga y birrete (convenientemente trucada para incluir a Miryam). En la celebración le entregaron el libro diciendo:

— Ya tienes la Tesis "cum laude".

Hicieron un ejemplar para cada uno, y a los cuatro días ya lo tenía Miryam en Guatemala, gracias a una feliz ocasión de poderlo enviar con unos amigos.

El 13 de diciembre de 1997 celebramos el 40 aniversario de boda. Era sábado y fue más fácil para todos acudir a la cita.

Nacho madrugó y entró en casa sin hacer el más mínimo ruido. Preparó un desayuno de fiesta, sorprendiendo a todos con una mesa digna de un hotel de cinco estrellas.

A las doce fuimos a Estraunza, donde nos esperaba D. Domingo para celebrar la Santa Misa. Fue muy emotiva la breve homilía hablando de familia, vocación y entrega.

A la salida comenzaron las fotos, y ya en casa cada uno relataba anécdotas de sus recuerdos de infancia. Miryam era el tema principal; como siempre, sólo faltaba ella, la oveja rubia de la familia. En el aperitivo suplimos los riquísimos canapés que ella preparaba por los de la Pastelería Mara. La verdad es que todos echábamos en falta los de Miryam; sobre todo aquellos que hacía con los colores de la bandera española cuando le salía la vena patriótica.

Nacho se encargó de toda la organización. Volvió a sorprendernos con la presentación de la mesa. Cambió la mantelería, sacó la mejor vajilla... todo estaba en su punto. Se preocupaba de atender a todos. Actuó como un gran "maitre".

Nuestra idea era celebrarlo en la intimidad, pero trascendió y la casa se llenó de flores.

El 98 fue un año importante en la familia. Yo cumplí 70 años y Alejandro 40, había que celebrarlo. De nuevo pudimos reunirnos todos, las dos veces, y hablar con Miryam.

En años consecutivos seguiremos celebrando los 40 de cada hijo… y pronto, también, los 70 de Purina.

 

EPILOGO

 

 

He vuelto a leer todo lo escrito. ¡Quién me iba a decir aquel 13 de septiembre del 47 que mi compromiso de querer a Purina toda mi vida iba a traer tan maravillosas consecuencias!

Recuerdo aquel banco de la plaza de Osorno, próximo a la fuente, testigo de mis palabras de cariño. Habíamos salido en pandilla todo el verano. Yo había terminado primero de medicina y Purina iba a empezar la carrera. Las Navidades anteriores había descubierto a aquella niña que empezaba a hacerse notar, me puse a su lado y no me volví a separar de ella.

Hoy, 11 de julio de 1999, termino de escribir estos recuerdos. La vida sigue y como toda "novela abierta" los capítulos siguientes se añadirán con la ayuda de Dios y de todos vosotros.

 


 

 

Este libro

se terminó de imprimir en Bilbao,

el 13 de julio de 1.999.