LOS LÍMITES DE LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA


Ignacio Zuasnabar Inzaurralde


INTRODUCCION:

El objetivo de este trabajo es analizar las percepciones que los latinoamericanos tienen sobre la democracia. En un continente que atravesó (con escasas excepciones) en las últimas décadas por períodos autoritarios de diversa duración, y que ha logrado finalizar –aparentemente- el período que se ha dado en llamar de "transición" democrática, resulta interesante, además de necesario, comenzar a investigar en el plano empírico cuál es la evaluación que los latinoamericanos realizan sobre el funcionamiento de la democracia.

Para esto se utilizará como fuente de datos el Latinobarómetro, una encuesta comparativa realizada en 16 países del continente en forma casi simultánea, en la que se abordan distintos temas sociales y políticos de relevancia.

 

LA DEMOCRACIA EN LATINOAMERICA

Existe cierto consenso entre los analistas políticos en señalar que la democracia en Latinoamérica está consolidada. Esto se aprecia, por ejemplo, en que las elecciones son reconocidas casi sin excepciones como la única vía legítima de acceso al poder (Mainwaring y Scully, 1995). Aún en aquellos países en los cuales existen irregularidades en el desarrollo de los procesos electorales, los actores políticos han asumido que sólo a través de las urnas su acceso al gobierno será reconocido. Pero el objetivo de este trabajo no es analizar la realidad "objetiva" sino aproximarse a las percepciones "subjetivas" de los ciudadanos latinoamericanos sobre este proceso.

El primer paso, en esta línea de investigación, es analizar el apoyo que recibe el sistema democrático en el continente, y lo cierto es que la mayoría de la población considera a la democracia como la mejor forma de gobierno. Aunque no existen datos que nos permitan comparar con la opinión de hace dos o tres décadas, se puede suponer sin temor a equivocarse que ha habido un incremento en el apoyo al sistema democrático (incremento que, por otra parte, no es exclusivo del continente americano sino que es común a la mayoría de las sociedades occidentales). De una forma o de otra, los datos de la encuesta muestran que actualmente el 61% de los latinoamericanos prefiere la democracia a cualquier otra forma de gobierno. Claro, el indicador puede tener también una lectura diferente. En última instancia, hay una proporción importante que de algún modo ‘no prefiere la democracia’, más precisamente un 17% que considera que "en algunas circunstancias es mejor un gobierno autoritario", y otro 17% al que le" da lo mismo" un gobierno de un tipo u otro. Pero, en principio, el dato relevante es el mayoritario apoyo a la democracia como forma de gobierno.

Pero el problema tiene otra dimensión, que es la referida a la evaluación del funcionamiento efectivo del sistema democrático. Y es aquí donde el análisis se torna complejo e interesante, porque para buena parte de los latinoamericanos la democracia en su país funciona mal, no produce los resultados esperados. En concreto, sólo un 27% de la población (poco más de la cuarta parte) está satisfecho con cómo funciona la democracia; un 45% está "no muy satisfecho", y un 20% no está nada satisfecho con el punto. Coherentemente, el 81% cree que " a la democracia aún le quedan cosas por hacer".

Esta situación genera una pregunta obvia: ¿durante cuánto tiempo más los latinoamericanos seguirán apoyando una forma de gobierno que aprueban pero cuyo funcionamiento no les es satisfactorio? Evidentemente nadie está en condiciones de responder esta interrogante, pero sí se hace necesario profundizar un poco más en el análisis.

Una línea posible es, por ejemplo, indagar sobre los motivos que generan insatisfacción con el funcionamiento democrático. Aunque existe una gama relativamente amplia de explicaciones, aquí se analizarán básicamente dos, fundamentadas también a partir de los datos de la encuesta Latinobarómetro. La primera deriva del funcionamiento de los partidos políticos. Reconocidos como actores necesarios para el buen funcionamiento del sistema democrático (casi el 60% sostiene que "sin partidos no puede haber democracia"), la mayoría de los latinoamericanos muestra evidentes signos de lejanía y desconfianza respecto a ellos. El mal manejo que muchos de los partidos latinoamericanos han hecho de los recursos del Estado durante largo tiempo tiene actualmente su costo en términos de confianza ciudadana. Sólo un 11% de los latinoamericanos se manifiesta "muy o bastante próximo" a algún partido político", mientras que un 70% declara directamente sentir "poca o ninguna confianza" hacia los mismos. Este es un indicador claro de las actitudes de la población respecto a los partidos, las que están alimentadas, además, por una percepción de corrupción generalizada de la cual buena parte corresponde a las instituciones políticas y al Estado (los datos son contundentes: el 60% cree que la corrupción ha aumentado mucho en los últimos cinco años, y un 15% cree que ha aumentado algo. En total, el 75% de la población cree que la corrupción es un fenómeno en incremento). Esta es, entonces, una primera razón de peso para entender porqué los latinoamericanos evalúan negativamente el funcionamiento de su democracia.

La segunda explicación de dicha insatisfacción deriva del hecho de que en la mayoría de los países de la región subsisten problemas económicos de toda índole, que la democracia no ha podido solucionar. En algún estudio que se ha hecho sobre lo que entienden los latinoamericanos por democracia, se ha reflejado claramente que una buena parte de la población la asume como un medio para alcanzar determinado nivel colectivo –o individual- de bienestar. Entonces, en la medida en que un funcionamiento democrático no pueda asegurarle a buena parte de la población ese bienestar mínimo o medio, es razonable que la ciudadanía se manifieste desconforme con el funcionamiento del sistema.

Si el diagnóstico realizado es adecuado, el panorama latinoamericano actual se puede caracterizar de la siguiente forma: la mayoría de la población es favorable a la existencia de un sistema democrático, aunque también hay una buena parte (algo más de un tercio) que no se manifiesta en contra de opciones autoritarias; a su vez, incluso entre los incondicionales de la democracia, hay una evaluación predominantemente negativa respecto a su funcionamiento, en un entorno de percepción generalizada de corrupción y de desconfianza hacia los partidos políticos; y, como se decía al final, con muchos problemas económicos aún sin resolver.

Sólo hay que sumar dos más dos para entender, en este contexto, el surgimiento de líderes como Fujimori en Perú o Chávez en Venezuela. Sus propuestas de jugar dentro del sistema democrático pero manteniendo paralelamente una veta autoritaria, su crítica radical al funcionamiento de los partidos y a la corrupción predominante, y sus promesas -rayanas en la demagogia- sobre rápidas soluciones económicas para todos (y especialmente para los más necesitados) caen como anillo al dedo en la situación actual de muchos países del continente, especialmente en la de aquellos con sistemas políticos menos legitimados.

Para finalizar, brevemente, dos reflexiones. En primer lugar, no hay que olvidar las buenas noticias. La consolidación democrática en el continente y la legitimación de la mayoría de la población al sistema son dos aspectos indudablemente positivos.

Pero, por otro lado, hay que prestar suficiente atención a los problemas actuales y buscar posibles soluciones. La responsabilidad está principalmente en la dirigencia política, que es la que tiene la potestad (y la obligación moral) de fortalecer la confianza ciudadana en los partidos políticos y en el sistema democrático todo. Pero para esto es imprescindible una acción política en la que predomine la dimensión ética que toda función pública –y más aún la democrática- debería tener. Sólo por este camino el continente podrá tener, en el futuro, la estabilidad política que la historia hasta el momento le ha negado.