SOLIDARIDAD EN TU CIUDAD:
Un planteamiento cotidianoUrko Goikoetxea, Unai Valtierra, Aitor Villar, Miguel Rivera, Cristian Sevilla, Aritz Pérez
Hoy en día la solidaridad es universalmente aceptada como un valor positivo. Educar en la solidaridad no es únicamente una moda pasajera, sino una verdadera necesidad en una sociedad que camina hacia el individualismo. Sin embargo, la solidaridad que actualmente se admira es la espectacular: ayuda a catástrofes, ser cooperante en el tercer mundo, ingresar dinero en cuentas corrientes... pero poco se comenta y ensalza la solidaridad del día a día, hecha de pequeños gestos.
Palabras y expresiones como cooperación, progreso de los pueblos, ayuda a los damnificados, Organizaciones no Gubernamentales, y un largo etcétera, han llenado en los últimos años la primera plana de innumerables medios de comunicación. Nos han golpeado una y otra vez con imágenes desgarradoras de hambre, tragedias, desastres naturales, guerras, conflictos étnicos, dictaduras..., y muchas veces en directo, con una fuerza ante la cual nadie puede sustraerse.
Ya no se puede obviar la realidad que está más allá de nuestros límites naturales, ya sean estos el pueblo, barrio o ciudad. Nadie escapa al clamor de situaciones tan injustas o estremecedoras que nos empujan a desear hacer algo por paliarlas, por ayudar a esas personas que vemos que sufren y quizá no pueden salir sin ayuda de la espiral de desesperación en que se encuentran.
Telemaratones televisivos o campañas para recaudar fondos, publicidad para concienciarnos, y muchas ganas por parte de anónimos voluntarios, han conseguido movilizar con más rapidez y en mayor cuantía, fondos y recursos que los gobiernos hubieran tardado meses en dignarse a enviar..., eso sí, a intereses blandos.
Pero... żes la solidaridad todo esto?. żAcaso no cambiamos de canal rápidamente para sanear nuestra vista ante tanta desgracia? Entonces, la euforia de los goles o los disparos de la película nos hacen olvidar el recuerdo de niños esqueléticos o de madres destrozadas porque han perdido a sus hijos en la catástrofe. Nuestra conciencia se tranquiliza después de haber sido agitada por las imágenes y palabras de un presentador visiblemente emocionado.
No es únicamente que nos hallamos vuelto insensibles a la repetición de imágenes impactantes o que ante la emisión de las mismas reaccionemos con un rápido cambio de canal, es mucho peor: nos hemos acostumbrado a esas formas de solidaridad, y en el fondo pensamos que podemos hacer muy poco - casi nada -, por problemas de tal calibre y tan lejanos... Damos dinero y que otros se encarguen de solucionarlos.
Solidaridad es un concepto mucho más amplio y rico en matices que el encerrado en el apoyo económico al Tercer o Cuarto mundo, o a naciones lejanas y países devastados por huracanes o terremotos. Se puede - se debe - ser solidario en ambientes y circunstancias mucho más próximas y concretas. Tenemos al alcance de nuestra mano el participar en pequeños y sencillos proyectos que la generosidad de muchos jóvenes ha puesto en marcha en nuestro Ayuntamiento, Casa de cultura, ONG's, o la cercana Parroquia. No es necesario irse lejos o esperar a recaudar grandes cantidades; se puede ayudar contribuyendo con una pequeña cantidad semanal o mensual a estos proyectos.
En este sentido la solidaridad se nos acerca mucho más a nuestra cotidianidad. Comprobamos que podemos ser solidarios también con situaciones que nos rodean, como con la soledad de personas de la tercera edad que no tienen quien les ayude en las pequeñas tareas domésticas, o les haga la compra diaria si tienen falta de movilidad. No es fomentar la compasión, sino preocuparnos de esos problemas, hacerlos nuestros y, sobre todo, comprobar que sí podemos resolverlos. Esto es un gran avance: ver cómo nuestra ayuda redunda en soluciones concretas.
Pero aún podemos ahondar un paso más en el concepto de solidaridad. Muchas personas, por diversas circunstancias, no podrán tener la oportunidad de dedicar tiempo y esfuerzo a estos proyectos. żNo podrán entonces participar de la solidaridad?
Porque... żcómo llega una persona a ser solidaria? żEs una reacción natural de compasión que hay que potenciar en cada persona, o existe una educación en la solidaridad? Sin lugar a dudas aprendemos a ser solidarios en nuestro entorno familiar, con el ejemplo y pautas de comportamiento que vemos en nuestros educadores. Más tarde, con la progresiva madurez de nuestra personalidad, interiorizamos el porqué de esas actuaciones y las hacemos propias. Nos abrimos a las preocupaciones y sufrimientos de los otros, comprobamos que no nos dejan indiferentes, más aún, que nos llegan a calar en lo más hondo. Esto es la fraternidad humana; está en nuestra propia naturaleza; crece y se desarrolla; no es únicamente cuestión de ternura o sensiblería.
Si esto es así, la solidaridad no se circunscribe a ayudas esporádicas o la participación en distintos proyectos humanitarios. Hablamos de solidaridad, pero enfocada de una forma más cotidiana y tangible de materializar. żEs solidaria una familia que ayuda a la madre en las tareas domésticas? żO cuando echo un papel a la papelera y ayudo a mantener limpio mi entorno? żEs solidario el que aparca bien el coche y evita colapsos y enfados de otros conductores? żO cuando reciclo el vidrio y contribuyo a un menor deterioro de la naturaleza? żEs solidaridad aquello de ayudar a cruzar la calle a una persona anciana, o ceder el asiento en el metro a una embarazada?, żO lo calificamos dentro de la mera cortesía? żPor qué circunscribir los actos solidarios a dar dinero o ayudar a colectivos afectados por desastres?
Educar en la solidaridad en pequeños actos cotidianos es no sólo el comienzo, sino el fundamento de la solidaridad. żNos vamos a convertir en ciudadanos solidarios únicamente viendo los desastres que aparecen en la televisión? żNo es un proceso interior que emana de lo cotidiano, de nuestra aptitud ante situaciones corrientes y vulgares pero que encierran en nuestra respuesta generosa el germen de la verdadera solidaridad?
Claro está, esto no significa suprimir nuestras aportaciones monetarias a este tipo de causas, puesto que son necesarias y constituyen la base para cimentar las demás ayudas. La solidaridad hay que vivirla como algo siempre presente en nuestras vidas y en relación con todas las personas, necesiten o no de nuestra ayuda material; es decir, plantearse la vida de una forma continuamente abierta a la solidaridad con los demás. Cuando ayudamos a un vecino, a un amigo o a una madre; cuando en vez de comprar un pequeño capricho nos sustraemos de hacerlo para contribuir un poco con algún tipo de campaña humanitaria; cuando nos negamos a ser uno más del montón en una sociedad consumista que sólo aprecia las ayudas materiales; cuando nos sumamos a pequeños movimientos a favor de los más necesitados, estamos siendo tan solidarios o más que quienes únicamente aportan cantidades de dinero que para ellos no suponen un gran esfuerzo. En vez de ayudar a fomentar el egocentrismo, tan corriente en una sociedad como la nuestra que ha perdido el valor de lo pequeño, - del acto generoso que pasa inadvertido -, deberíamos acercarnos un poco más a la gente que está a nuestro alrededor y preocuparnos por ellos, pues podemos hacerles la vida más amable. Por otro lado, aportar soluciones a los continuos fallos que vemos en nuestras ciudades, en nuestro propio barrio, es una forma formidable de ejercer la solidaridad.
Vista la anterior argumentación, parece permitido concluir que es necesario incluir una acción positiva desde la Educación Infantil hasta el Bachillerato, respecto a la "solidaridad inmediata", superando viejos encasillamientos de las conductas humanas, y fomentando una sólida base de solidaridad en el respeto, la generosidad y una ciudadanía entendida como servicio a los demás.