Investidura Doctor Honoris Causa

Prof. Durán Sacristán


                                   


Discurso Prof. Durán

 

Ideas sobre la Universidad

 

Magnífico y Excelentísimo Señor Rector, Excelentísimos e Ilustrísimos Señores, Ilustre Claustro de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, Señores Alumnos, Señoras y Señores.

Cuando supe que me había sido concedido el altísimo honor de ser nombrado Doctor Honoris Causa de esta Universidad, por decisión del Magnífico y Excelentísimo Señor Rector, Profesor Pello Salaburu Etxeberria, me sentí hondamente orgulloso de ello; conmovido y confuso por tal distinción, para la que no encontraba una justificación fácil, que no fuera simplemente la generosidad de este Rector, este Claustro y los queridos amigos del Área Médica, que iniciaron la propuesta, dándole a ella todo el calor que siempre saben dar a las causas que defienden, desde su decidida y profunda vocación universitaria.

Para dar las gracias por este acontecimiento a cuantos han protagonizado el nombramiento de Doctor Honoris Causa, haciendo caso a mi corazón, necesitaría el tiempo del Discurso preceptivo y me vería ahogado por la emoción y la solemnidad del momento. Así, a todos, muchas gracias, para siempre.

 

Al elegir, como tema, "Ideas sobre la Universidad", discurso de pensamiento y de responsabilidad personal, lo hice pensando que debía de hablar de un tema que fuera sentido y vivido por todos, puesto que las materias profesionales de un cirujano no hacen más que preocupar y desasosegar al auditorio, y, para ello, ya tenemos ocasión en aulas y Academias Médicas.

De otra parte, este tema corresponde claramente a mi propia identidad, ya que la Universidad es para mí, mi equilibrio, mi vocación y mi razón de ser. En ella, he pasado toda mi vida y nada me atormentó tanto como la jubilación anticipada que tuve que sufrir, por la legislación del momento, y que supuso un desgarro en un momento importante de mi actividad quirúrgica académica.

También ha contribuido a hablar de la Universidad el hecho de que, en su día, fui Rector Magnífico de la Universidad de Valladolid, que, por entonces, comprendía las Provincias del País Vasco, además de otras.

Durante tres años fui rector, por el denostado procedimiento de la designación directa y dejé de serlo por el mismo sistema. En ningún momento de mi gestión fui asaltado por la tentación de ordenar o imponer mi criterio y, en ningún momento, los miembros de mi Junta de Gobierno me expusieron un problema que no hubiera sido tratado, previamente, de manera colegiada en cada Facultad o Sector. No echamos de menos, realmente, la formalidad de la Democracia en la Universidad, para que la esencia de lo que representa, como participación y responsabilidad, se cumpliera dentro de nuestro ámbito.

Puedo, y me complace, dar fe de la honestidad total de las personas que compartían conmigo el destino de la Universidad de Valladolid, que comprendía siete importantes provincias españolas, así como de los Rectores contemporáneos de las restantes Universidades, cuya ética y sentido universitario eran perfectos.

Por supuesto, que el mismo juicio me merecen otros Rectores, que precedieron a mi gestión y los que la han seguido, en distintas Universidades, pese a que su designación fuera realizada por el mismo método.

En ningún momento el sistema de nombramiento menoscabó el orgullo con que vestí la dignidad de Rector y con que representé y defendí a la Institución en todas las esferas en que el deber me hizo estar presente.

Jamás fui víctima de presiones que pusieran en peligro el comportamiento correcto de un universitario. Por ello, siempre me han dolido las descalificaciones globales, aunque en algunos casos estuvieran avaladas por injusticias sufridas personalmente por gentes universitarias perfectamente intencionadas y honorables a lo largo de tantos años.

Es evidente que el espíritu crítico y de autocrítica, que definen al universitario, da lugar a que en temas de Universidad se incurra en pesimismo. Quizás es porque somos tan vanidosos que creemos que en nuestro País ser pesimista es una de las formas de ser inteligente, o, por el contrario, que ser optimista es no tener idea de lo que está pasando.

En la exposición de estas Ideas sobre la Universidad voy a tratar de ser como soy, más bien triste, pero con grandes esperanzas en el futuro. Mis comentarios serán pobres en conocimientos básicos (Menéndez Pelayo decía: "Hay que convencer a los españoles de la sublime utilidad de la Ciencia inútil'), pero rico en vivencias personales. Por ellas, conocemos los problemas actuales de las Universidades, por ser tan sentidos y debatidos en el tiempo. Así hablamos de la Universidad mucho, y con rigor.

Un deber de responsabilidad puede, también, jugar un cierto papel en la elección del tema. A lo largo de la vida he asumido que los principios universitarios son los que han hecho a nuestros alumnos hombres decentes y a nuestros médicos hombres libres. Esos principios fundamentales y generales no deben ser desplazados, por efecto del tiempo, por huracanes de demagogia o por utopías. En la Universidad el trabajo y el esfuerzo no deben ser sustituidos por la facilidad, la concesión y la mediocridad, que pueden derivarse de un mal uso de los principios de la igualdad de derechos entre los hombres.

Hemos de defender a la Universidad de la codicia de organizaciones de todo tipo que, al abrigo de la sugestiva clandestinidad, movilizan a los estudiantes y a la opinión pública contra la Institución, influyendo en la mentalidad de los mismos, aprovechando su emotividad y las confusiones de cada momento. Estamos aquí para formar hombres libres y bien formados e informados y no para ser blanco de injurias de la Sociedad o sede de conspiraciones de todo tipo.

La Universidad no suele recibir palabras de estímulo o aliento desde fuera. Siempre ha sido así. Por los años 60, cuando yo era Rector de Valladolid, decía mi amigo, el Prof. Martín Retortillo: "La Universidad soportaba una crítica frontal, despiadada y destructiva, con la pasividad de los que debían oponerse a ello. Crítica arbitraria y poco limpia en que se apuntaba solo lo que funcionaba mal". En los tiempos actuales, la crítica externa puede ser más fácil, por eso, nuestro compromiso con la Universidad debe velar mejor las armas en su defensa.

La multiplicación rápida de Universidades, ha dado lugar a que el Centralismo, nunca consolidado en la Universidad Española, por la categoría intrínseca de sus Universidades, ha hecho crecer el riesgo -en algunas de nueva creación- de un cierto grado de regionalismo o provincianismo, que es, justamente lo contrario que debe ser una Universidad. En Universidades regionales, como en Universidades Libres, la "Universitas", aunque más coherente y sumisa, resultará menos universal.

Debe preocuparnos mucho, que la evolución del acontecer social y el crecimiento desmedido de las cosas pueda hacer que desaparezca la Universidad, en el sentido de una Comunidad solidaria, y se transforme en una diversidad irreductible de Facultades y de Centros o Institutos que se ignoren entre sí. Esto significaría la dispersión, aún dentro de la misma ciudad. La personalidad del Rector Magnífico simboliza la entraña misma de la Comunidad Universitaria de la que es la encarnación y el gestor.

Curiosamente, ya se ha planteado la Universidad sin catedráticos y, en los casos que ha sido así, de manera temporal, se ha advertido un estilo y un quehacer un tanto distintos a los de las Universidades tradicionales. Hubo profesores jóvenes que afirmaban que este sistema favorecería a la Universidad, al privarle de los apriorismos y rigideces de los catedráticos. Ello creó, por el año 1975, una gran tensión. Aparte de competencias técnicas, que no pueden ser exclusivas de unos profesores ni de otros, la condición liberal de procedencia del profesorado universitario, les hace más proclives a actitudes testimoniales éticas, que vienen muy bien cuando se revuelve la Comunidad Universitaria. Pese a esta opinión personal, la Ley de Reforma Universitaria, elimina, prácticamente, todo el poder tradicional de los catedráticos y el futuro se encargará de evidenciar si ello comporta beneficios a la Universidad.

En el largo tiempo vivido en la Universidad, hemos visto que muchas de sus reformas se han efectuado sobre el profesorado, en forma desproporcionada al resto de los cambios ocurridos. Antes, el Catedrático representaba la cúspide de conocimientos y de autoridad. Con el tiempo, y por razones lógicas, el Sabio y el Maestro han dado paso al Profesor, que trabaja en equipo, y, por ello, pierde la aparatosa magnificencia que poseía el Maestro. Pero esto, que es justo, no explica que se haya llegado a una situación en la que, cuando revelabas tu identidad de catedrático, tenías que pedir perdón a los interlocutores, por pertenecer a un gremio caduco y elitista de hombres, pretendidamente, prepotentes.

En tiempos de cambios acelerados de lealtades, de chaqueta, de ideas, de pareja o, incluso de nacionalidad o de sexo, los estudiantes nos decían lo que teníamos que enseñar los catedráticos y lo que tenía que hacer el Rector. En ocasiones, algunos hijos dictaminaban cuando sus padres habían dejada de ser mayores de edad. Pero en la Universidad no debemos hacer estos comentarios hacia afuera, sino hacia adentro. ¿Es que acaso, no tenemos responsabilidad tanto en el progreso y civilización de nuestra Sociedad como en su deterioro o corrupción? ¿Es que no debemos participar en la formación de los hombres, como tales hombres, además de hacerles abogados, médicos o científicos?

Crear o transmitir Ciencia es un noble oficio. Para que el recibirla deje de ser un privilegio, que no se valora ni se tiene en cuenta, hemos de hacer que nuestros hombres universitarios abandonen nuestras aulas con el sentido de responsabilidad de ser los más obligados servidores de la Sociedad y el bien común y no profesionales oportunistas para engordar una burguesía apática, o agitadores sociales que aprovechen su título para liderar a los menos preparados.

Breves datos históricos de la Universidad del País Vasco

Esta incursión, por mi parte, en referencias históricas de esta Universidad, la encuentro avalada por el hecho de que yo he tenido el honor de colaborar (aunque de forma obscura e ignorada para las publicaciones posteriores), en la marcha y en los problemas que tuvieron lugar en la creación de la Universidad del País Vasco, que hoy me acoge con tanta generosidad, y a la que, antes y más ahora, me siento vinculado en sus avatares y en sus hombres.

Es lícito que, en tres trazos, enmarque el punto y momento de mi contacto con esta Universidad, que tiene antecedentes históricos relevantes.

Una referencia lejana de la enseñanza universitaria en el País Vasco está en la Universidad de Oñate, creada por D. Rodrigo Mercado de Zuazola. Fue fundada en 1540, funcionando, dos años después, en la Villa de Hernani, para trasladarse al próximo municipio de Oñate, en 1548, abarcando las Facultades de Teología, Leyes, Cánones, Artes y Medicina. Tras distintos avatares, cierra sus puertas en 1901.

Otro Centro de interés fue el Real Seminario de Bergara, creado por los hombres de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, teniendo sus mejores momentos entre 1779 y 1793.

En Bizkaia, la Escuela de Náutica, que se había constituido en 1511, bajo la protección del Consulado de Comercio, tenía reconocimiento oficial en 1784, y en 1800 se iniciaba el proyecto de Escuela de Comercio, que comenzaba a funcionar en 1818. Hubo intentos muy loables de Instituciones y Grupos sociales en pro de la Universidad, sin demasiado éxito.

Fue positiva la creación de la Sociedad Anónima "La Enseñanza Católica", en Bilbao, en 1883, con varios vizcainos y el P. Manuel Isasi, que dio por fruto el comienzo de la docencia en 1886. Ello fue el nacimiento de la Universidad de Deusto.

El 2 de abril de 1897 se creó la Escuela de Ingenieros Industriales. Tras otra época de interesantes gestiones de Autoridades y Corporaciones Vascas, se fue creando un clima constructivo prouniversitario que, últimamente, dio sus frutos.

El día 1 de diciembre de 1936, el Lehendakari del Gobierno Vasco, José Antonio Aguirre inaugura la Universidad Vasca en el Hospital Civil de Bilbao, que la Guerra Civil detuvo, posteriormente.

El Opus Dei funda la Universidad de Navarra, en 1952, que, a partir de 1961 se expande fuera de su territorio y en S. Sebastián permanece la ETS de Ingenieros Industriales.

Por esta época, fueron englobadas las tres provincias que hoy forman la Comunidad Autónoma del País Vasco, dentro del Distrito Universitario de Valladolid. Se creó, en 1955, la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales de Bilbao, como continuación de la Escuela de Comercio, revitalizándose el espíritu universitario por el que se había luchado en el País Vasco. Inició el primer curso como Facultad de Ciencias Económicas, Políticas y Comerciales en Octubre de 1955, adscrita a la Universidad de Valladolid, ubicándose, provisionalmente, en los locales de la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, situada en la calle Elcano de Bilbao.

El 5 de Junio de 1968 se crea la Universidad de Bilbao, al auspicio de los "Planes de Desarrollo", sensibles a la masificación de la enseñanza, al aumento de la población y a las consideraciones económicas propias, que trataron de diseñarse en la Ley General de Educación de 1970.

Así, la Universidad de Bilbao inicia sus funciones con la Facultad de Económicas y las nuevas de Medicina y Ciencias, sin distrito Universitario propio, y con mi admirado amigo, Juan Echevarría Gangoiti como primer Rector.

El 27 de Julio de 1968, se crea en S. Sebastián la Facultad de Derecho, adscrita al Distrito Universitario de Valladolid, tras muchas gestiones de la Autoridades y Entidades Vascas.

Con el desarrollo de la Ley General de Educación, se crearon las Escuelas Universitarias, integradas en las Universidades de los distintos distritos. Este fue el caso de la Escuela de Peritos Normales de Profesorado y Empresariales y, con anterioridad, la de Bellas Artes, en Bilbao, así como ETS de Ingenieros Industriales.

El Distrito Universitario se crea en 1977 y es, en este año, cuando a la Universidad de Bilbao se le suman los Centros Universitarios de Alava y Guipúzcoa.

Por último, el 25 de febrero de 1980, la Universidad de Bilbao se convierte en Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, que congrega los Centros oficiales universitarios existentes en las tres provincias y muchas Escuelas Universitarias, que se constituyen como Centros adscritos.

Por lo que se refiere a mi relación personal con la Universidad del País Vasco, está encuadrada en una época comprendida entre dos brillantes y ruidosos acontecimientos: la creación de la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales de Bilbao, en 1955, como continuación de la Escuela de Comercio y la creación de la Universidad de Bilbao, en 1968. Unos cuantos años de esta época yo tuve el gran honor de ser Rector Magnífico de la Universidad de Valladolid, y, por ello, vinculado en las materias de Educación, al País Vasco. Mi ministro era García Mina y mi Director General, Torcuato Fernández Miranda, y, ulteriormente vino de ministro Lora Tamayo, que me sustituyó a su llegada al Ministerio.

Puedo decir, responsablemente, que tanto mis superiores como mis colaboradores, sintieron conmigo un entusiasmado deseo de ayudar y desarrollar la Universidad del País Vasco, dentro del marco de las enormes limitaciones económicas del momento.

Cuando llegué a Bilbao y me reuní, por primera vez, con el Claustro de la antigua Escuela de Comercio, en cuya sede se daban las clases de la nueva Facultad, quedé cautivado por la categoría personal y humana de aquel grupo de profesores, competentes, serios, auténticos universitarios y gozosos de colaborar en cuantos problemas fuera necesario.

Recuerdo bien mis relaciones con las Autoridades de la Diputación, Ayuntamiento, Cámara de Comercio, Gobierno Civil, así como las más importantes Instituciones con las que tuve que contactar, y he de decir que, defendiendo a ultranza sus criterios, no siempre concordantes con los del Ministerio y la Universidad de Valladolid, se comportaron con responsabilidad y eficacia absolutas, haciendo honor a su condición de Señores.

Las gestiones con la finca de Sarriko, si no recuerdo mal, y los planos de la nueva Facultad de Económicas y Comerciales, fueron algunos de los motivos de mis frecuentes visitas al nuevo Claustro. Me sentí muy emocionado el día de la entrega de las mucetas a la primera Promoción de mi época.

Tendré siempre en el recuerdo a catedráticos y profesores entrañables, con los que compartí aquellos avatares y, todos los cuales, junto a muchos médicos eminentes de este País, eran ejemplares universitarios. Hay que recordar que la aparición de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, supuso un periodo de enfrentamiento entre los representantes de ésta y los de las Escuelas de Comercio, al estimar estos que los nuevos estudios invadían el campo, reservado, desde 1922, a las mismas. Esto quedó solucionado con el decreto de 2 de mayo de 1955, que dispuso que la nueva Facultad, creada en el Distrito Universitario de Valladolid, se estableciera en Bilbao, integrando en ella la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, circunstancia que propició la creación de la Universidad de Bilbao.

Lamento no recordar bien a todos cuantos integraban este grupo universitario, pero me vienen a la cabeza nombres como Teodoro Flores Gómez, persona excelente, Fernando Sánchez Calero, eminente y cabal universitario, José Luis Berasategui, gran persona también, Juan Echevarría Gangoiti, Aurelio Menéndez, ambos ejemplares, como Pedro Maza, Manuel Souto Vila, Enrique Ruiz Vadillo, José Luis Fernández Ruiz, Fernando de la Puente, José Antonio Zarzalejos, José Luis Redondo, Emilio Soldevilla etc., con los que tuve menos contacto personal a lo largo de esos años.

Posteriormente, se adquirieron los terrenos de Sarrico, a partes iguales por parte de la Cámara de Comercio de Bilbao, Diputación de Vizcaya y Ayuntamiento de Bilbao. Este último, tal vez por mi torpeza en la gestión, se mostraba remiso, hasta que prosperó el acuerdo en 1960 con la cesión de dichos terrenos, una vez adquiridos, a la Universidad, para que el Ministerio construyera el edificio. El Decano de la Facultad en esta época era D. Fernando Sánchez Calero. (Había sido Decano comisario, anteriormente, mi gran amigo D. José Girón Tena). En 1961, se graduó la Primera Promoción, acto al que tuve el honor de acudir.

Facultad de Medicina.

Abrió al primer curso en 1969. En Septiembre de 1972, siendo rector mi buen amigo Vicente Lozano López, se inician los estudios de Patología y Clínica Quirúrgicas (4º curso).

No me puedo sustraer a citar los médicos y amigos que suscribieron la Carta enviada al Sr. Ministro de Educación y Ciencia, solicitando la Facultad de Medicina para Bilbao: José Luis Manuel y Pinies, Carmelo Gil Turner, J. López Areal del Amo, Santiago Silván, Juan Domingo Toledo, José Luis Goti, Jaime Cibrián, J.M. Lecanda, Víctor Bustamante, Mariano Alvarez Coca, etc., algunos de los cuales han desaparecido en los últimos años.

Casi todos ellos, más o menos contemporáneos, fueron mis amigos, y lo son, y afirmo que constituyen el sedimento sobre el que se desarrolló la Ciencia Médica y su Enseñanza en este País. No ignoro que otros muchos trabajaron al respecto y ruego disculpen la omisión porque ha pasado mucho tiempo y estoy hablando con el corazón y no con los archivos universitarios.

Por necesidades de los docentes de la Patología y Clínica Quirúrgicas de la nueva Facultad de Medicina, se me solicitó a Madrid la cooperación de mi Departamento de Cirugía de la Complutense, para enviar algunos profesores destacados entre los opositores a cátedras para colaborar con los médicos del Hospital.

Con este destino fueron varios: el primero el Prof. José Luis Perrote Gómez, quien, desgraciadamente, murió en la carretera, en acto de servicio, cuando iba a dar su clase a Bilbao el 8 de abril de 1973. Le acompañaron Amador García Blanco y Jaime Méndez Martín, actual Catedrático y Jefe del Departamento de Cirugía. Llegaron al prestigioso Hospital de Basurto, concertado con la Universidad, al Servicio de Cirugía del mismo. Cuando murió Perrote, Méndez se encargó de la docencia.

En 1975, obtiene la Agregaduría de Cirugía otro hombre de mi Cátedra, Luis García Sancho, quien permanece en Bilbao hasta Julio de 1976 y es ahora eminente Catedrático de Cirugía de la Autónoma de Madrid.

En 1979, otra vez se encarga de la docencia el Profesor Méndez Martín, que lo hace como Catedrático desde 1982. El primer Decano fue Juan Manuel Gandarias, gran profesor, y le siguieron José María Rivera, René Sarrat, José María Sánchez Fernández y, a continuación el propio Jaime Méndez.

El Profesor Jaime Méndez Martín, obtuvo, tras muy brillantes oposiciones, la Cátedra de Patología y Clínica Quirúrgicas de la Facultad de Bilbao. Este hombre llevó siempre una carrera estelar, tanto en el orden docente como en el asistencial y en la investigación. Considero que regenta su Departamento con los mejores niveles que la Cirugía puede dar, hoy día, como disciplina troncular de tantas especialidades quirúrgicas. Es investigador creativo; ha publicado infinidad de artículos científicos, ha dirigido numerosas tesis doctorales; ha creado discípulos competentes; ha colaborado, incansablemente en Congresos y Reuniones Nacionales e Internacionales y es coautor del libro de Patología y Clínica Quirúrgicas, en tres tomos, donde escribimos los catedráticos surgidos de nuestro grupo, uniformados por el amor a la Universidad.

Jaime, promotor de este día tan feliz para mí, por un honor tan grande, a un antiguo profesor, como ser nombrado Doctor Honoris Causa, para engrosar la lista de eminencias que disfrutan ya de este honor, es ya un Maestro que sabe, busca y difunde la Verdad, como objetivo maravilloso de la Universidad. Tiene buena conciencia en su quehacer de que la única libertad auténtica es la de pensar y que la Universidad es el Templo del pensamiento. En eso está la grandeza de la Institución y el gozo permanente de los que la servimos.

No debo pasar de largo sin hacer homenaje a cuantos me han precedido en el título y honor de "Doctor Honoris Causa", algunos de los cuales son buenos amigos y admirados personajes de la Investigación y de la Ciencia, siendo uno de ellos, S.M. El Rey de España. En él centro mi reconocimiento a todos.

Gran admiración, respeto y afecto he sentido siempre por los Primeros Rectores de la Universidad de Bilbao, con los que departí en diversas ocasiones: D. Juan Echevarría Gangoiti, D. Vicente Lozano López; D. Juan Pastor Rupérez y D. Ramón Martín Mateo.

También deseo mencionar a mi buen amigo, Prof. Juan Manuel de Gandarias, primer Decano de la Facultad de Medicina y Odontología y Medalla de Oro de la Universidad. Otro tanto debo de admiración, cariño y gratitud al Prof. José Angel Sánchez Asiain, presidente de la Fundación BBV y Doctor Honoris Causa de la Universidad el País Vasco. Este hombre es incansable en todo lo que se refiere al incremento de actividades culturales, universitarias y académicas en todas las esferas.

Universidad

Universidad, en las "Partidas" es un ayuntamiento de maestros y escolares para aprender los saberes. Lo importante es resaltar el carácter esencialmente comunitario de la Institución Universitaria.

La palabra universidad no tiene, históricamente, conexión alguna con el Universo o con la Universalidad de la Ciencia, sino que representa la totalidad de un grupo, sea éste de carpinteros, albañiles, o estudiantes. Pero el paso del tiempo hizo que la palabra se limitara a los gremios de maestros y estudiantes (Universitas Magistrorum Discipulorumque).

Una auténtica Universidad no es un conjunto de Escuelas, sino una Comunidad que, funcionando en un ambiente de verdadera libertad, se dedique a buscar y transmitir los saberes, se ocupe de buscar y difundir la verdad. Por eso, su quehacer primordial es la Investigación y la Enseñanza. Si faltan estos elementos, tendremos un sistema, mejor o peor, de lo que se entiende por Enseñanza Superior, pero no tendremos una verdadera Universidad.

De esta manera, la Universidad se sitúa entre la Escuela, institución donde se enseña y no se investiga, (en el sentido de Schleíermacher), practicándose una enseñanza dogmática, según los buenos libros de texto y la Academia, verdadera Institución Científica, que reúne investigadores y hombres de gran prestigio profesional, para intercambiar sus opiniones, pero sin función docente específica. La Universidad, entre ambas Instituciones tiene función de investigación y de docencia.

La Universidad crea saberes, los jerarquiza y los reparte con la enseñanza. La dimensión universitaria da sentido al hecho de que la Ciencia sea una tarea de toda la Humanidad. A esta tarea universal, tenemos que aportar lo que podamos, llevando adelante las cosas que sean posibles, en función de nuestros medios.

Misión importante de nuestra Institución es la formación de profesionales bien capacitados y de hombres cabales. Ha de hacerse en ella una auténtica Ciencia. Ha de estimularse a la Sociedad para que se comporte con conciencia y responsabilidad y para que dé una buena interpretación al sentido de la libertad. El diálogo entre la Sociedad y la Universidad se establece al ofrecer, aquella, la Ciencia y el Arte al hombre, brindándole formas de vivir e inspirándole formas de comportamiento humano.

Orígenes de la Universidad.

Los recuerdos históricos dan sentido y enriquecen al objeto del conocimiento, en este caso, la Universidad.

Algunas veces se ha denominado al siglo XIII "el siglo de la Universidad". En efecto, los comienzos de este siglo eran proclives a que se produjera una institucionalización de la Ciencia. Hasta entonces, los monjes representaban la vida intelectual y cultural de Europa, pero ello comenzaba a tener signos de crisis, en gran medida, por la profusión de nuevas materias, que irrumpieron en el siglo XIl a través de Salerno y Toledo, procedentes del ámbito árabe, materias científicas que desplazaban a las viejas tradiciones humanísticas cristianas y que requerían una elaboración intelectual activa.

A fines del siglo XII, la Iglesia tenia que enfrentarse, no solo con las tendencias hacia el racionalismo que surgían en el seno de las Escuelas, sino a la influencia de nuevos escritos que venían del Islam.

A diferencia del Cristianismo, el Islam había recibido fuertes influencias de Aristóteles, habiéndose estudiado y traducido sus obras. Desde 1130, funcionaba en Toledo una Escuela de Traductores, que patrocinaban el Rey de Castilla y el Arzobispo.

Los Papas establecieron su vigilancia sobre las posibles doctrinas disolventes (Aristóteles y herejes). Esta vigilancia tuvo dos cauces: el fomento y custodia de las nuevas Escuelas, llamadas Estudios Generales o Universidades, y, de otra parte, la constitución de comisiones que 1nquiriesen" (de ahí procede el nombre de Inquisición) dónde estaba la herejía. Los dominicos y los franciscanos asumían la doble función, a la que eran reticentes los monjes.

La misión de conservación y transmisión de la ciencia se encomendaba, cada vez más, a Instituciones que tuviesen más relación con la vida mundana que los monasterios. La dirección espiritual fue trasladada a las Catedrales y a las Grandes Sedes Episcopales. A cada Catedral, debería agregarse una Escuela. Al principio, enseñaba el obispo, pero después delegaron la función en un magister scholarium. Este magister se llamó, a partir de la mitad del XII, chancellarius. Nadie podía enseñar en la diócesis sin su aprobación. Él enseñaba a los estudiantes avanzados, mientras que el cantor o preceptor, que se le asignaba, enseñaba a los principiantes. Ambos, canciller y preceptor, tenían el cargo de profesor, así como el de regente. La autoridad de los magistri regentes, en las primitivas Universidades podrían haberse derivado de esta ordenación.

Donde quiera que fuera, tanto en Reims, como en Colonia, París o Chartres, las Escuelas Catedralicias no se limitaban a la gramática y a las siete artes liberales, sino que incluían la Teología y el Derecho Canónico. Pronto se iniciaron estudios de Ciencias Naturales y, sobre todo, Astronomía.

 

El nacimiento de las Universidades es la consecuencia de los hechos que siguieron a esta situación. En efecto, la presión de la burguesía obligaba a modificar la composición y funcionamiento de las Escuelas. Los comerciantes querían leer, escribir y calcular, además de otros conocimientos superiores concretos. El Concilio de Letrán, de 1179, según apunta Suárez Fernández, dispuso que hubiera en cada Catedral un beneficiado, profesor de alumnos que debían prepararse para el sacerdocio, administrador de la Escuela, El magister scholasticus, era muy considerado por todos.

La afluencia de alumnos de distintas clases, requirió la práctica de la Escuela externa, que dejaba a cargo de maestros, a quienes el canciller, que solía ser el scholasticus, otorgaba una licentia docendi. Cuando se creaban otras escuelas, por apoyo de las ciudades mismas, los profesores también requerían esta licencia docente.

Algunas de estas Escuelas, en general, por la protección de príncipes territoriales, se convirtieron en Estudios Generales, para una enseñanza superior y, en ellas, no se hacía distinción entre alumnos clérigos o seglares. Normalmente, la licentia docendi se concedía solo a quienes habían seguido sus cursos en esos Estudios.

Los miembros de un Estudio constituían, desde el punto de vista jurídico, una comunidad, es decir, "Universítas Magistrorum et scholaríum".

Como hemos dicho, anteriormente, el nombre de Universidad no era privativo. Existían Universidades de mercaderes y, en la Corona de Aragón se llamaban así a los municipios.

Lo importante es consignar que el fin que se proponían estas Comunidades era el saber.

París, Bolonia y Oxford, creadas casi al mismo tiempo, a finales del siglo XIl, ganaron enseguida gran prestigio e influyeron sobre las demás.

La mayoría de las Universidades históricas europeas, como Toulouse, Valladolid, Salamanca, Montpellier, Nápoles etc., se crearon en la primera mitad del siglo XIII y, en su asiento, figuraron Papas, Reyes o Príncipes territoriales. El esquema fundamental se basaba en la existencia de una Autoridad que garantizase el prestigio y, con ello, diese valor fundamental a los títulos otorgados.

Los modelos fundamentales de las Universidades los dieron París y Bolonia.

La Universidad de París partió de la Escuela de la Catedral, en la Cité, que era la más importante, aunque no la única (había la de S. Víctor y la de Sta. Genoveva, en la cual había enseñado Abelardo, que estuvo en Chartres, y se opuso, con el tiempo, a la idea de que ningún conocimiento verdadero puede lograrse sino por el camino de la intuición y de la fe.

Pedro Abelardo, de vida complicada, ha sido considerado como uno de los fundadores de la Universidad. Fue calificado enemigo de la fe, porque se estimaba que era erróneo todo conocimiento que no tuviera un origen místico.

Cuando la Escuela de la Cité se convirtió en Estudio General, el Papa y el Rey coincidieron en otorgarle grandes privilegios.

Hacia el año 1200, los maestros formaban una corporación Consortium Magistrorum y se agrupaban por enseñanzas (Teología, Derecho, Medicina y Filosofía o Artes Liberales). Estas serían, más tarde, las Facultades. En 1208, también fueron admitidos los alumnos a esta Corporación, que se llamó Universitas Magistrorum et scholarium. La Universidad se propuso buscar independencia del Canciller del Obispo y el Papa concedió, en 1212, un privilegio para la venia docendi a todos los candidatos que hubieran sido aprobados por un tribunal de maestros. Desde entonces, la Universidad expendía los títulos y el Canciller hacía la expedición del documento. Desde 1221, se declaró permanente la asociación de maestros y de discípulos. Se hizo Corporación de Derecho Público, y pudo utilizar un sello.

Se hacía necesaria alguna forma de Corporación y únicamente la unión entre discípulos y profesores podía conducir, finalmente, a la formación de una Universidad, Universitas magistrorum et discipulorum. Es necesario constatar que la palabra Universitas llegó a convertirse en denominación de esta forma especial de asociación, de manera paulatina. La designación primitiva fue la de Studium Generale, refiriéndose la calificación "generale" tanto al carácter cosmopolita de la Institución como a la variedad de asignaturas que en ellas se cursaban.

Los estímulos para la creación de estas asociaciones universitarias venían, bien de los alumnos, bien de los profesores. En los comienzos del siglo XIII hay, por eso, "Universidades de escolares", al sur de los Alpes y "Universidades de maestros", al norte de los mismos (H. Lauer). En Italia acudían estudiantes de todas las partes de Europa y se protegían, agrupándose en gremios. Las Universidades de maestros del norte, como París y Oxford, por ejemplo, se constituyeron por la necesidad de los profesores de asegurar sus privilegios.

Estas asociaciones, basadas en intereses se dividieron pronto en una Facultad de Artes, así como en las tres Facultades Superiores de Teología, Derecho y Medicina, utilizándose el vocablo Facultas, en principio, más al contenido de la Ciencia de que se trataba, que a una unidad administrativa en el sentido moderno.

Cada Corporación de carácter universitario, en los comienzos del XIII, como Salerno, Montpellier, París, Oxford o Bolonia, tenían sus particularidades. Así, Salerno y Montpellier se destacaron en la Facultad de Medicina, cuando esta materia era explicada por buenos profesores. En Salerno, fueron los médicos los primeros, como corporación organizada. Por el contrario, en las restantes Escuelas Superiores, la Medicina estaba por debajo de la otras Facultades. En Bolonia dominaba, al principio, el estudio de juristas; en Oxford, los teólogos; en París, la Medicina es la última en alcanzar el nivel de las otras Facultades. Posteriormente, Bolonia adquirió fama por los cirujanos que se formaban allí.

Reflexiones sugeridas por la historia del nacimiento de la Universidad.

Con frecuencia, se denuncia que la relación entre la Sociedad y la Universidad es inexistente. Nada más inexacto. Acabamos de ver, cómo la propia historia de la Universidad nace en el seno de la Sociedad. Así, son los gremios de artesanos en la Sociedad Feudal, de la Edad Media, los que amplían su capacidad productiva y ven necesario del desarrollo del comercio de sus productos, lo cual entraña ciertos conocimientos (Geografía, Matemáticas, Comunicaciones, etc.), que justifican la creación de los Estudios Generales, para fomentar el intercambio y la expansión. Poco después, como hemos dicho, van naciendo así las primeras Universidades –Bolonia, en 1180, Oxford, en 1190, París, en 1200. En nuestra patria, fue la primera la de Palencia, en 1208, creada por Alfonso VIlI y, siete años después, la de Salamanca de la mano de Alfonso IX de León. La Universidad de Palencia fue la de Valladolid.

Así, está claro que la Universidad nació en la Edad Media, como comunidad de estudiosos (maestros y escolares) destinada a un estudio global (studium generale), que tenía como punto de mira el abarcar todo el conjunto del saber de la época, alejada de especializaciones, pese a la necesidad de éstas, como sucedió después.

No pasó mucho tiempo desde que esta Universitas de estudiosos llegase a ser la Universitas, sin más; es decir una corporación distinta a todas las restantes y la más autónoma de ellas. También hemos visto que la Sociedad de entonces se avino a que la Universidad tuviera ciertos privilegios imprescindibles para la libertad que requiere la misión intelectual de buscar la verdad y formar hombres.

Al incorporarse la burguesía social, en el Medioevo (integrada por nobles, trabajadores manuales y clérigos), su poder expansivo y la evolución universitaria dieron a la Universidad una dimensión internacional. Las distintas Sociedades se conocen a través de las Universidades y del Comercio.

Con el tiempo, la Sociedad Feudal, da paso a la Sociedad Capitalista, que disparó la actividad económica y se produjo una transformación social con la maquinaria.

 

En el orden político, surge el Estado Nacional y en el mundo intelectual se inicia la Metodología Experimental. Progresivamente, la burguesía va cambiando sus técnicas empíricas por aquellas basadas en conocimientos científicos y las Universidades pasan a ser los Centros donde se hace la producción científica y la preparación de los hombres que han de realizar la nueva técnica y la nueva ciencia para una Sociedad, también nueva.

Hoy la Universidad está inserta en una Sociedad que ve cambiar el sistema de trabajo rutinario por un trabajo dependiente de la máquina automatizada, en tanto que el hombre realiza más la función creadora del progreso para una vida mejor. Justo, el cambio social se produce por el reajuste de la nueva metodología técnica, con lo que se crean condiciones sociales nuevas por un lado, tristes, al desaparecer puestos de trabajo; por otro lado, esperanzadores, por cuento el hombre del futuro podrá disponer de más tiempo creador.

Por estos datos, puede deducirse que la misión social de la Universidad Medieval pudo ser la transmisión de cultura, mientras que la aportación social de la Universidad, hasta hace unos años, ha sido la formación de élites. Ahora, además de esto, la Universidad tiene un protagonismo fundamental en las creaciones científicas del progreso en el Universo entero.

No hay disociación entre Universidad y Sociedad. Más bien, la primera ha sido la cabeza de turco de muchos males del País, cuando lo que es, simplemente, se inspira en la Sociedad en que se halla inserta y a la que sirve.

Universidad y Estado

La Universidad Española, por haberse acogido al modelo napoleónico, ha sido vinculada al Estado, es decir, ha sido un Departamento de la Administración Pública. Con ello, desapareció la libertad Institucional, es decir, la capacidad de ordenar, de manera autónoma, la vida interior (nombramiento de autoridades, profesores, planes de estudio, etc.).

A cambio de esto, este modelo crea la cátedra vitalicia, que constituye, aunque produzca algún tipo de abusos, el único camino para una cierta independencia de la Universidad de posibles discriminaciones gubernamentales. Y es que, una cosa es depender del Estado y otra del Gobierno. La dependencia del Estado no comporta la sumisión al Gobierno que rige en cada momento, aunque todos estamos obligados a cumplir las leyes vigentes. Algo parecido ocurre con la Justicia,- que depende del Estado, que la financia, pero es independiente, en sus funciones de Justicia, del Gobierno de la Nación.

Nosotros debemos conservar nuestra libertad académica, que consiste, en lo personal, en que profesores y alumnos debemos buscar y difundir la verdad, con arreglo a nuestra conciencia y libertad personales. Por esta razón, siempre mantendremos con firmeza y con rigor la idea y la ejecutoria de que todo profesor debe ser seleccionado por su preparación intelectual y por su vocación docente, con independencia de circunstancias de cualquier otro tipo.

Pese a todo, la Universidad Napoleónica, que seguimos desde el siglo pasado, no ha sido tan mala, históricamente, como se pretende ahora. España, por ella, se incorporó al mundo moderno (García de Enterría), más o menos penosamente, con un siglo escaso de funcionamiento. La Universidad anterior no se preocupaba de la Ciencia, como saber abierto, y se ocupaba, sobre todo, por el Derecho y los Beneficios Eclesiásticos.

La tan denostada Universidad Napoleánica, promovió activamente una elevación del nivel y una transformación hacia la Sociedad abierta y libre. Ello no implica que hoy, la Universidad no deba dejar de ser un servicio estatal centralizado y asuma su función con autonomía. Los servidores de la Ciencia necesitan una libertad para sus iniciativas y responsabilidades, de cuya manera se liberan de las influencias políticas que amenazan desde el centralismo.

Históricamente, se ha pasado del sistema de Universidades libres al sistema estatal, apenas a la inversa. El Estado no tiene problemas en esta materia, si sabe respetar el principio de subsidiaridad dentro de los límites del interés general, el derecho de la persona y de la familia a enseñar y escoger profesores para sí y para los que están bajo su potestad. La Universidad Estatal está poco dotada todavía, aunque mucho mejor que antes, pero constituida por un profesorado muy bien preparado, salvo excepciones, y afectada por todos los defectos humanos y de comportamiento propios de la comunidad social en que está integrada.

Autonomía Universitaria.

Es la potestad para regir intereses peculiares de su vida interior, mediante normas y órganos de gobierno propios. Dicho de otro modo, que la Universidad no sea gobernada por el Gobierno ni por la Oposición y, menos aún, por grupos políticos ruidosos y activos que no tengan significación representativa en el Parlamento.

En España ha habido alguna tendencia centralizante en la política universitaria en los tiempos modernos, desde la ley Moyano, de 1857, y esta tendencia se mantenía en la Ley de Ordenación Universitaria de 1943. Pese a ello, coincidiendo con conmociones y renovaciones ciudadanas, ha habido réplicas a ese criterio uniformador y centralizador. Así ocurrió con el Decreto de Autonomía de las Universidades Españolas de César Silió, en 1919, no aplicado; el Decreto de Autonomía de las Facultades de Filosofía y Letras de Madrid y Barcelona, en 1931 y el Decreto de Autonomía de la Universidad de Barcelona de 1933.

El carácter histórico de la Autonomía está excelentemente reflejado en el trabajo de Ramón Fernández Rodríguez, que recuerda la "edad de la Autonomía" en los siglos XI y XII, donde aparece la nueva realidad política, que es el Reino, entre el Imperio y el Fenómeno Feudal, que ya existían; es decir entre los conceptos universalistas y localistas de la realidad.

En estas condiciones, el Reino asume poderes y representaciones vinculadas al Imperio y jurisdicciones e inmunidades de los Señoríos locales, con lo cual, no se niega la autoridad Imperial, pero el Rey, en su Reino, tiene poder, a semejanza del Emperador.

Así es como surge el concepto jurídico de la Autonomía, como el conjunto de poderes suficientes para el desarrollo de la vida de los ordenamientos particulares.

Posteriormente, se emplea el concepto de diversas Instituciones (Municipios, Provincias, Comunidades Autónomas, etc.), que representan ordenamientos menores, con relación al ordenamiento estatal.

Históricamente, la Autonomía representa un cierto poder de autonormación y autogobierno y, en ningún caso, este concepto puede oponerse al de Unidad, sino que es, dentro de ella, donde alcanza verdadero sentido.

La Autonomía solo tiene justificación en una institución cuando ésta tiene una necesidad particular, que solo puede ser satisfecha, adecuadamente, de esta forma.

Las Autonomías Territoriales tienen todas ellas unas características que constituyen lo que es diferencial. La Autonomía no se concede; en el fondo, se reconoce.

La Autonomía Universitaria requiere una capacidad previa de autogobernarse, la existencia de una tradición, de un profesorado competente, de una capacidad de programar, de elaborar planes de estudio, etc. Se debe, pues, reconocer sobre bases mínimas de madurez. Las Universidades que no ofrezcan estas garantías, deben, ellas mismas, suplicar la tutela del Estado.

Todos los hombres de mi generación, sabemos que la Autonomía Universitaria se había convertido, con los años, en un tópico o en un mito jurídico. Hoy es una realidad que se está fraguando con sobresaltos y con ruidos, como corresponde a una adaptación legal de cuño reciente.

 

Bases de la Autonomía Universitaria. Salvo raras ocasiones, y de forma excepcional, en el fondo, ha habido siempre Autonomía Universitaria, de la misma manera que siempre ha habido libertad de cátedra. En efecto, muchas cosas importantísimas, en el seno de la Universidad, se han hecho siempre de manera autonómica, limitándose el Ministerio a estampar su firma: el nombramiento de profesores por tribunales, que tomaban sus decisiones libremente; los traslados de profesores por concursos, con comisiones soberanas; la elaboración de los programas de las asignaturas, que representan el contenido de las materias a tratar; los métodos de examinar; la libertad y soberanía en las decisiones calificadoras; la elaboración de horarios y distribución de clases; la independencia en las materias de la investigación etc.

Todos estos hechos han sido, siempre así. Raramente se le ha ocurrido a un Ministro elegir el segundo de una terna propuesta. En muchos casos, de hecho, los Decanos eran nombrados por la Autoridad, pero no elegidos, sino que su designación salía del consenso de los claustrales, aunque esto no se produjera de forma democrática.

Por experiencia, sé que los rectores, en muchas ocasiones, para los problemas relativos a la Enseñanza Superior, éramos enlaces entre el Ministerio y las Universidades, ejerciendo, en general, la presión sobre el Ministerio y no al revés.

Las razones para esta espontánea autonomía "de facto", se dan en el hecho de que la enseñanza y la investigación que se producen en la Universidad, no pueden prescindir de la libertad. Tal vez, la enseñanza sola, sin investigación, como se da en la Escuela, el Instituto y la Academia, puedan sufrir un nivel mayor de centralización, pero la elaboración de la Ciencia, en el nivel que sea, que constituye el elemento de especificidad universitaria, no puede hacerse si no es en un régimen de libertad. El profesor universitario es sujeto activo del proceso científico.

También deseo decir que, incluso estos niveles citados de independencia o, si se quiere, de autogestión, tampoco han sido específicos de los niveles más altos del profesorado, sino de la Comunidad Universitaria, como tal.

Puede añadirse que, Incluso la Ley de Educación de 1970 reconoce la Autonomía, aunque las disposiciones dictadas fuera de ella restringieran la Autonomía de manera concreta. Pese a ello, no hay régimen autoritario que se atreva a suprimir, del todo, las Autonomías Universitarias, viéndose obligados a distintos niveles de permisibilidad o, como alternativa, al cierre temporal de la Universidades.

La Autonomía debe afectar a la Institución Universitaria, no a una determinada Universidad, ya que, de ser así, se producirían interferencias de todo tipo entre las Universidades éxodo de alumnos, cambios de contenido en los curriculum, etc.). Además, de este modo, la Institución Universitaria, como una más de las que tiene el Estado, está inmersa en un orden jurídico general.

La vinculación al Estado permite, que todos sean iguales en su potencial acceso al estudio, a la docencia y a la investigación, si reúnen condiciones; que todos puedan acceder a cargos y funciones públicas, sin discriminación, si existe valor para ello. La Universidad no debe primar lealtades y vinculaciones extrauniveritarias, que no siempre están encuadradas en los más cualificados.

También el Estado es el que regula la norma de obtención, expedición y homologación de títulos académicos y profesionales, por lo cual, las Universidades no pueden, por su cuenta, crear planes de estudio ni métodos especiales de control.

Pese a la Autonomía Universitaria, los profesores universitarios conservan su condición funcionarial, circunstancia que, curiosamente, constituye una garantía de libertad y profesionalidad que les protege de decisiones arbitrarias, que pudieran hacerse en nombre de la Autonomía.

También es función del Estado coordinar la Investigación Científica en planes generales que atiendan prioridades, según el bien común de la Sociedad y del País, aunque cada Universidad pueda tener planes específicos de Investigación, pudiendo el Estado primar aquellas líneas de Investigación que estime de interés especial.

Relaciones entre el Estado, la Autonomía Universitaria y la Libertad de Cátedra.

La Autonomía Universitaria se relaciona con el Estado mediante el Consejo de Universidades, el cual, de cierta manera, limita las Autonomías, al tener que regular una serie de cosas, para evitar irregularidades y desajustes, que podrían producirse por situaciones de relación personal entre el Poder Central y el Rector de la Universidad. también en este Consejo se estudian aportaciones económicas, planes de estudio, cuestiones del alumnado, etc.

Francia ha tenido que admitir, hace unos años, unas pruebas de selección del profesorado, a nivel nacional. La República Federal de Alemania, creó una Conferencia de Rectores, a nivel Federal. En los Estados Unidos, pocas Universidades Estatales han podido mantenerse sin la ayuda Federal y, como es lógico, esta ayuda ha supuesto un cierto control, el establecimiento de prioridades y cierto grado de planificación.

No hay Autonomía sin Economía. Aquella no hace falta para administrar pobreza. Muchas Universidades pueden elegir ser menos autónomas, para ser menos pobres.

El Estado y la Autonomía Universitaria tienen también una barrera en sus decisiones con la libertad de cátedra, es decir, con el derecho a la creación científica, técnica y literaria, e, incluso, a la investigación, en cuanto a la formulación de supuestos científicos, metodología, valoración y difusión de los mismos.

El peligro que encierran las Autonomías es que se sobrepasen los límites Constitucionales de las mismas o que el Poder Central invada campos Autonómicos, al amparo de legislaciones sibilinas.

Universidad en la vida actual

Hay que reconocer, con Laín, que para el hombre actual, espere lo que espere nuevo siglo, vivir social e históricamente es vivir "en crisis". Esa parece ser la causa de que hoy broten continuas tensiones de la vida colectiva, el general talante anímico de casi todos los humanos y los frecuentes sucesos, que sin llegar a ser apocalípticos nos desazonan reiterada y profundamente: conflicto generacional, al que tantas horas hemos dedicado; rebelión de la juventud- aparición reiterada, en cualquier parte, de la violencia; desarrollo creciente del uso de la droga, en cualquier lugar, por recóndito que sea; angustia y tensión por los problemas ambientales; desconcierto en la integración histórica de los pueblos en vías de desarrollo- sometimiento permanente de los débiles a los más fuertes, etc.

Otro rasgo fundamental de la vida actual es la elevada secularización de la existencia histórica, es decir, la resolución de vivir solo desde la razón natural y dentro de la realidad sensible, que empezó en el siglo XVII y siguió en el XVIII y XIX. Por los comienzos del siglo actual, secularizadamente trataban de hace su vida casi todos los proletarios y casi todos los intelectuales de Occidente. Ya Hegel y Nietzsche habían escrito el célebre "Dios ha muerto". Ha pasado el tiempo, y muchos secularizados han empezado a comprender que la mundanización de la vida es compatible con cierta religiosidad. Pedro Laín recuerda "el credo del ínglés es que no hay Dios, pero parece sensato rezarle de vez en cuando", como ha dicho el sociólogo de la religión, Alasdair Mc Intyre. Parece una clave espiritual de nuestro tiempo.

Otra característica de la vida actual es asumir el conocimiento del pasado, históricamente, con voluntad de plenitud y la conciencia actual de la penultimidad del saber científico- siempre habrá algo nuevo y mejor.

También, de forma general, se asumen dos ideales básicos: la libertad civil y la justicia social, es decir, el habitual cumplimiento del derecho natural a gozar, en la medida que sea, de los bienes que brinda la Naturaleza y que ofrezcan la actividades del hombre.

La Universidad de hoy está atenta a las circunstancias de la vida actual y está entregada a hacer calculable el futuro, en función de su capacidad creadora, y a ordenar la vida del hombre, en función de la diversidad intelectual.

Universidad y Política.

Hablemos, en primer término, de la Universidad como sede circunstancial de la contestación política, cosa que ha sucedido, con perseverancia en los últimos tiempos, en los cuales, los Centros Universitarios constituían una buena cobertura a la acciones políticas, al abrigo de la intemperie, y bien propiciadas por ideologías diversas, que, legítimamente, por la libertad de cátedra, eran expuestas en sus aulas. Este tipo de actividad política es indeseable en la Universidad, porque en ella se crea y enseña la Ciencia, para que los hombres que la abandonen salgan preparados científicamente y con ideas que, ulteriormente, puedan servir para mejorar o cambiar la Sociedad, coordinadas y cotejadas por las ideas y aportaciones científicas de otras procedencias. Pero la Universidad no debe ser un cuartel general de conspiraciones ni una academia de formación de activistas de toda clase. De ella, unos salen a fortalecer la Sociedad - con su formación, y otros permanecen, cuando tienen vocación de enseñar, dispuestos al sacrificio de esta hermosa misión que es la docencia.

El otro aspecto que me importa subrayar es la Universidad y la Democracia. Hoy hablar de democracia es un vicio, un mito, al que se supeditan todos los españoles. En efecto, todo hay que decidirlo democráticamente y nadie toma una decisión, sin ser consultada, previamente, con lo cual se toman muchas menos decisiones o, cuando se toman, suele ser ya tarde.

En una democracia inorgánica, cada hombre es un voto y, gracias a ellos, salen elegidos unos candidatos que representan a la Sociedad, y elaboran las leyes que, después, ellos y todos tenemos que cumplir. Pero ello no quiere decir que las Instituciones de esa Sociedad deban manejarse con el sistema de la democracia inorgánica. La Universidad supone una selección intelectual, que tiene un conjunto de problemas muy cualificados, que se tienen que resolver por los hombres de un nivel adecuado a los mismos y no por el sufragio de todos los miembros de la misma. No vale el voto de un alumno o un administrativo en el proyecto de un plan de investigación o en la selección de un científico o un profesor, como no vale el voto de un profesor, por docto que sea en su materia, en las decisiones propias de actividades ajenas al mismo.

¿Cómo se puede entender la Democracia, que es un buen sistema de deberes y de derechos, ejerciéndose inorgánicamente en la Universidad, Ayuntamiento de Maestros y Discípulos, en desproporción tan grande, no solo en número, sino también en saberes, experiencia y madurez?

Pienso que en la Universidad las decisiones deben basarse en la responsabilidad y en la competencia, consultadas de manera orgánica y que todos sus órganos de consulta y decisión deben ser representativos, pero no en función de¡ número, siempre desproporcionado, sino del sentido común y de la buena fe.

La Universidad debe estar en las manos de los universitarios, los cuales tienen la grave responsabilidad de salvaguardarla de todas las luchas políticas y de librarla de oportunistas o ambiciosos, porque es una Institución clave para el futuro del pueblo, y, por ello, ha de mantener su actividad en ambiente sereno, imprescindible para el trabajo intelectual, con total independencia de los avatares políticos, que ya tienen sus anfiteatros en los Partidos y en el Parlamento.

Universidad y Libertad de Cátedra

Este tema ha estado presente en la polémica Universidad Sociedad, de manera periódica. Puede recordarse el revuelo organizado cuando, como consecuencia de protesta de padres y alumnos, en 1875, el Marqués de Orovio, Ministro de Instrucción Pública, publicó un Real Decreto atajando los perjuicios derivados de la libertad de cátedra, en el que se decía, ente otras cosas: "Es pues preciso, para los Rectores de Universidades, que vigile VS, con el mayor cuidado, para que en los establecimientos que dependen de su autoridad no se enseñe nada contrario al dogma católico, ni a la sana moral, procurando que los profesores se atengan estrictamente a la explicación de las asignaturas que les están confiadas, sin extraviar el espíritu dócil de la juventud por sendas que conduzcan a funestos errores sociales, por ningún concepto tolere que en los establecimientos dependientes de ese Rectorado se explique nada que ataque directa o indirectamente a la Monarquía Constitucional, ni al régimen político, casi masivamente, proclamado en el País". Más adelante instaba a formar expediente a los infractores.

Este Decreto fue seguido de una réplica creciente, que supuso, por ejemplo, la renuncia de Castelar a la Cátedra de Historia de España, en Madrid, así como otro expresidente de la República, Salmerán y personalidades como Montero Ríos, de Derecho Canónico de Madrid, pese a su afirmación de católico y monárquico. En el libro de Alberto Giménez hay gran información sobre estos hechos.

Bastante más de un siglo ha pasado, desde entonces, y ello revela el afán universitario por conservar la libertad de cátedra como una aspiración a que la Universidad sea un poder moral, dispuesta a ofrecer a sus miembros normas elevadas de conducta social.

Estos horizontes de libertad son tan tradicionales, que son análogos a los medievales y renacentistas de los tiempos más brillantes de la Universidad Española.

Los profesores estiman que la libertad de cátedra es la falta de control alguno en la orientación de sus enseñanzas, en relación con sus criterios científicos o políticos, porque no hay que olvidar que hay profesores de enseñanzas políticas y sociales.

Universidad y Futuro

No se puede concebir un país culto y civilizado sin una Universidad siempre actualizada y pujante. La Universidad pertenece al pueblo entero; es de todos, pero su alta misión tiene como objetivo el progreso y no puede haber progreso si no hay Universidad.

La función de educar, formar e investigar viene a representar el patrimonio más importante que tiene el País, de cara al futuro, y, si ella decae, el futuro será muy sombrío.

En los últimos tiempos se ha producido un fenómeno de agresión contra el profesorado más cualificado, al abrigo de la incorporación en los Claustros y órganos de decisión, de altos porcentajes de PNN, estudiantes, administrativos y personal de servicios de todo orden, con lo cual se producía, necesariamente, una inclinación de las decisiones tomadas que no correspondían con las que eran, lógicamente, el producto de la experiencia y de la tradición universitarias. Se me podrá argüir, que justamente se buscaba, y era así, la ruptura con la tradición, pero eso representaba una grave responsabilidad, porque, a lo largo de siete siglos, la Universidad ha dado pruebas de su continua actualización y vanguardismo científico, en favor de la Sociedad.

Si se sigue considerando de antidemocrático cuanto representa el respeto y la razonable subordinación al magisterio, que resulta de la vocación, el trabajo y la inteligencia, se vulgarizará nuestra Comunidad y servirá para poco. Si se conserva la jerarquía de los valores intelectuales y la disciplina y el orden, que de ella se derivan, se garantizará el progreso para el futuro.

No es malo, solamente, el carácter asambleario que decide el destino universitario por el mero hecho de la representatividad desigual en el plano intelectual y de la experiencia, que ya sería una razón, sino porque esa desigualdad numérica está, además, totalmente politizada, como tuvimos ocasión de ver en infinidad de veces, y una Universidad politizada pierde su universalidad y estará sometida, siempre, a los vaivenes esterilizantes, de forma periódica.

Mal futuro presiento también a nuestra Universidad si se sigue el camino emprendido del igualitarismo, que trata de mermar los niveles universitarios, al eliminar los obstáculos que impone la selectividad para ser doctor, profesor titular o catedrático, ya que cuanto más ramplón sea el método de selección, más riesgo de vulgaridad intelectual se introducirá en nuestra filas y ello si que representa una caída de la posibilidad de formar a nuestros hombres de mañana. Si esta tendencia de niveles a la baja sigue así, la Universidad del futuro será un Ayuntamiento de maestros sin vocación y sin entusiasmo y de discípulos descontentos y mediocres.

Si mantenemos a nuestra Universidad bajo las normas que impongan la aristocracia moral e intelectual, en todos sus niveles, separada de toda política eventual (aunque sus hombres vivan sus credos personales en pluralismo) y conservando un régimen de rigor en los niveles académicos y de selectividad competitiva, para que estén en ella siempre los mejores, tendremos asegurado el futuro que merece el Pueblo.

Podemos dar referencia de algunos pasos dados por la Universidad, que a mi juicio, han sido perjudiciales.

  1. Por los años 60, la creación de los Departamentos, como unidades orgánicas, que en lugar de hacerse por expansión y ampliación de las cátedras, que requerían más personal y más actividades especializadas, se hicieron para agrupar cátedras por supuestas afinidades, reduciéndose el número de unidades estructurales, con una marcada significación involutiva. Por ejemplo, un Departamento comprende Física Médica, Radiología, Psiquiatría e Historia de la Medicina.
  2. En lo que concierne a la selección del profesorado, han tenido acceso al mismo, por diversos procedimientos, personas con poca o ninguna vocación de enseñar y sin niveles contrastados, aunque fueran gentes de prestigio. Entre las "comisiones juzgadoras» y los perfiles de las disciplinas", se ha creado una casi total "endogamia universitaria".
  3. La jubilación anticipada, ha representado una depuración y ha separado a muchos hombres en su mejor momento de madurez universitaria y profesional.
  4. Lesión de muchos aspectos de la Cultura por la relegación de las Facultades de Filosofía y Letras y el desprecio de las Humanidades en los planes de Enseñanza Media y Superior.
  5. Ausencia de planificación en la creación de nuevos Centros Universitarios.

 

A modo de Epílogo

Ha cambiado mucho la Universidad. Los que en ella hemos pasado, prácticamente la vida entera, cuando miramos hacia adentro, hacia el domicilio propio del espíritu, nos sentimos desconcertados, confusos, desarmados y bastante tristes.

Nuestra identidad de catedráticos tradicionales, e incluso de catedráticos, sin más, está en juego, al estar cuestionada la propia cátedra, absorbidas en los Departamentos o en las Areas de conocimientos. Nuestra jurisdicción docente esta disputada, cuando no distribuida ya, entre los Profesores Titulares, los cuales, a su vez, tienen funciones compartidas con Profesores Asociados, Ayudantes etc.

Algunos reductos de catedráticos a la vieja usanza, sobreviven, tratando de reactivar, cada día, solidarios entre sí, el espíritu universitario, que constituye una manera de ser, una forma de comportamiento, una emoción, más que otra cosa, surgidos de la vocación de buscar y enseñar la verdad, alimentado por la fuerza secular de la Universidad.

Pero no basta con encender una hoguera de sentimientos y de nostalgias para mantener el calor de la Comunidad Universitaria, el solo hecho de que haya calor o vida es un milagro permanente, sino que es preciso que los catedráticos tradicionales digamos a la juventud que no creemos, en absoluto, que el futuro de la Universidad esté en la homogeneización del profesorado- en el abaratamiento de las enseñanzas; en la indulgencia en las calificaciones; en la liquidación de las selectividades, particularmente para el profesorado-, en la agrupación de disciplinas, en gran parte dispares, en cada Departamento- en las decisiones asamblearias para los problemas universitarios de todo tipo; en la jerarquización realizada al margen de los niveles académicos de las personas; en el desprecio por las tradiciones universitarias- en la demagogia con los postgraduados y los estudiantes,- en los exámenes hechos por las computadoras y no por el profesor que ha enseñado y conoce a sus alumnos- en el deterioro de la jerarquía y la disciplina, (no existe placer sin disciplina, decía un teólogo inglés, Watts), en la politización de la Universidad, que la perturba cíclicamente y la esteriliza.

Como tampoco creemos en el catedrático mítico, pero inoperante; en el profesor vanidoso y vulgar sin autocrítica; en el abandonismo de las funciones docentes e investigadoras; en la autoridad rígida e irracional; en la injusticia, venga de quien venga y en la mediocridad.

La Universidad tradicional española tiene muchísimo en común con las Universidades de Occidente. Por eso, al entrar en la Unión Europea no es el momento de abatir muchos de estos contenidos comunes, de manera que nos situemos, voluntariamente, una vez más, contra la corriente, en lugar de dedicarnos, lisa y llanamente, a alcanzar sus niveles de trabajo en los laboratorios de investigación, en los archivos de documentación, en la naturaleza misma, en los quirófanos y en las aulas, que es donde debemos dar la batalla, en lugar de estar todo el día en reuniones y asambleas de cosas que no entendemos y sometidos a una dinámica asamblearia, sujeta a presiones de fuera de la Universidad, o, a veces, de dentro, por intereses concretos.

Debemos advertir al Profesorado joven y a los alumnos vocados para enseñar, que las aventuras en las Universidad las paga, a la larga, el País entero. Que tenemos que estar abiertos al progreso científico y técnico, y aportar a él nuestro esfuerzo, de la única manera que esto se puede hacer: trabajando mucho.

Hemos de defender la libertad en la Universidad y sus hombres, y en todos los hombres. Ya sé que la libertad, tan cacareada por políticos y eruditos, es un don difícil de lograr. De todas las libertades públicas y derechos fundamentales, la más importante, la que no puede coartarse, la que da fundamento a nuestra Institución, es la libertad de pensar. La Universidad es el templo del pensamiento.

Señor Rector, Señores claustrales: me habéis hecho muy feliz al situarme entre vosotros, en esta Universidad pujante y joven. Me habéis hecho muy feliz al vincularme más a tantos universitarios que siempre fueron y serán mis amigos, muy queridos.

En correspondencia sólo puedo ofreceros mi lealtad y mi gratitud.

A estas alturas de mi vida, cuando las utopías que siempre me iluminaron se han ido desvaneciendo, restan los sueños en los que sigo compartiendo con mis alumnos el entusiasmo y la ilusión que inspira la Universidad.

He dicho.

H. Durán.